Ya saben el dicho norteamericano: «Lo que pasa en Las Vegas, se queda en las Vegas». Pues bien, lo que ha conseguido en la ciudad de Nevada el cordobés Álvaro Larrosa Furest no se va a quedar allí. ¡Ni mucho menos! La noticia ha corrido como la pólvora en todo el mundo en el competitivo y especializadísimo sector del diseño de la joyería. Y es que Larrosa se ha hecho con el primer premio (Premio Platino) del Solidscape Annual Design Competition, para muchos, junto a un certamen similar en Suiza, el Nobel del diseño 3D en Joyería. Así lo consideró el pasado día 1 el jurado internacional, que eligió su obra por encima de los tres Premios de Oro (de Polonia, Canadá y Tailandia), otros tres Premios de Plata (de Corea del Sur, EEUU y Austria) y 33 finalistas, la crème de la crème de esta especialidad en el mundo.

Por cierto, que el resto de la representación española no ha quedado nada mal, con la también cordobesa Conchi Fernández Alonso y con Claudio Gussini y Diego Javier Aramburu entre los finalistas.

Pero centrémonos en el premiado y sus circunstancias, ahora un esforzado autónomo en el Parque Joyero tras independizarse de otras empresas y con su ordenador encendido en su domicilio, en Fernán Núñez, hasta altas horas de la madrugada. Desde estos dos lugares exporta al mundo sus creaciones «sin límites algunos porque no los hay ya. Si me lo piden de Córdoba o el vecino... sin problemas. Pero también trabajo para Japón, Londres, Tailandia, Hong Kong... Hoy en día hay que trabajar para todo el mundo, todos los días... y no hay barreras», resumía ayer un eufórico Álvaro Larrosa. Toda una enseñanza de saber vivir en lo local (dejó Londres tras la beca internacional que le dieron y su primer premio internacional en 1998 para volver a Córdoba) pero sin olvidar que el negocio es el mundo. «También doy clases, y a mis alumnos les digo que no hay fronteras, que lo bueno ya puede venderse desde cualquier sitio en toda la Tierra».

Sin embargo, el Nobel del diseño en 3D en joyería no podrá vivir del premio toda la vida, ya que está dotado de unos simbólicos 800 dólares. Pero se suple con el impacto que la promoción del galardón supone en todo el mundo, algo que no tiene precio. Como tampoco lo tiene el talento.