Se acabó el jamón en Los Pedroches. Que es una buena, grata y bellísima noticia. Por eso, frente a las pompas de jabón, habituales, que son lindas pero frágiles y se acaban pronto, hoy, las pompas las vamos a cambiar por las de jamón, y no solo por jugar con las palabras, que saben que es mi debilidad, sino porque, además, aunque sea poco, alimentan y llevan la bandera de España, con perdón, en sus propios genes. En amarillo y rojo al mismo tiempo, aunque el amarillo tire mejor a blanco.

Se ha ido Obama, que igual viene ahora, de paso por la Córdoba, que yo me sé. Y si no al tiempo. Eso sí, el amarillo es el de Donald Trump, del que dijimos en su día que igual pintaba de dorado la Casa Blanca. No me equivoqué, más por viejo que por sabio. Ha empezado ya por las cortinas, que son de imperio ruso. Un nombre que debe asomarse quizá a la ventana de hoy, aunque quizá no queramos. Pero es lo que tenemos. Quillos... a ver si dura lo justo.

Ya saben, que Susana Díaz, tan nuestra, que en cuanto puede se acerca a Córdoba, con nuestra también Rosa Aguilar, la llaman, con gracia, que no nos falta, porque la gracia es gratis, Sultana Díaz. Y es que lo digo siempre: el humor es una forma de amor. Es verdad. Por eso, siempre, siempre, que me encontraba a Bimba Bosé, ya saben, la má a Dominguín de las Dominguines. Yo, que conocí a fondo a Luis Miguel, en la estación o en el AVE la veía con su pañuelo a la cabeza, aunque a veces lo cambiaba por una peluca encarnada. Cuando le preguntaba sabiendo que la habitaba el cáncer, que no perdona, me decía: «A mí no me importa decir metástasis, porque es mi enemigo contra el que lucho cada día, a cada hora, a cada minuto. Pero mira: te aseguro que la sonrisa no me falta, es mi verdadera tarjeta de visita, la que siempre echo por delante». ¡Ea! Flores sobre tu memoria, niña.

Llueve en la calle, ahora mismo, cuando escribo estas líneas. Me dicen que se alquila cerca de Almodóvar la casita en la que a veces pasaba los días, con su ruedo incorporado, Finito de Córdoba, que lucha en silencio y arte por el califato último del toreo. Se lo merece. Y desde aquí, aplausos y vuelta al ruedo. Leo lo de Chiquilín, que cumple años de su alternativa. Siempre se es torero aunque no se toree, y más si se enseña a los que empiezan, que no es poco. La responsabilidad, por dentro.

Y luego, nuestro Rafa Nadal, que ha vuelto. Que por más que pierda gana en el regreso, manejando como siempre la raqueta como quien hace arte con la guitarra, que de eso Córdoba sabe mucho.

Y también vuelve el picón, de moda por fuerza porque se están vendiendo braseros más que por frío por el precio de la luz, esa cruz que a todo el mundo le pesa,

Muere el hermano de Ortega Cano. Un día estuve con él, en aquel hotel donde se vistió su hermano. Estaba cerca, a espaldas de la Mezquita. Eugenio me dijo: «Es mucha responsabilidad ésto de torear en Córdoba». ¡Hombre, claro!

El caballito de mar, que se lleva mucho estos días. Lo cuento en esta tierra nuestra donde el caballito es caballo. ¡Ay, el día que me ponga a contar de los caballos de América!

Leo de la colección Albolafia (qué buen nombre) el libro que ha escrito solo para niños (por lo tanto, también para viejos, como yo) Pilar Redondo, que aquí esconde su identidad aunque se nota que es ella, con el nombre de Clotilde del Toboso, pueblo de cuya academia soy desde hace mucho tiempo componente. Libro que, además, cuenta ella misma que ha escrito para celebrar los cuatrocientos años del nacimiento de don Miguel de Cervantes, de don William Shakespeare y que no nos falte el tercero, el Inca Garcilaso, cordobés de los gigantes, al que, aquí entre nosotros, no se ha dado todavía su verdadera importancia.

Veo a Cayetano de Alba, que es conde de Salvatierra, y tiene casa en El Carpio y más de un caballo suelto. Y que también tiene olivos, ya que tiene aceite con su marca. Baja las escaleras de la estación de Sevilla, camino de Madrid, y servidor al contrario, sube llegando a Sevilla, pasando por Córdoba, y me dice: «¡Llámame, que tenemos que hablar de caballos!» Porque se nos va a las Américas a dar conferencias sobre la importancia de nuestros caballos en el descubrimiento del nuevo continente. Sin ellos, no habría sido posible la gran historia, con Córdoba de puerta de América.

Nos vemos la semana que viene. Sin olvidar que Juan Muñoz Pascua me envía desde Córdoba su pequeño gran libro sobre el hermano Bonifacio, al que tengo encomendado mi dolor y mi amor al mismo tiempo. Dios se lo pague, maestro.