Arde España y es verdad, la pobre España. Arde en la palabra que no se dice que, a veces, es la más fuerte. Arde en los bosques del norte, sur, este y oeste. España está llena de pirómanos, escondidos, asesinos de los bosques, como el rayo.

Pero menos mal que arde también en el cante, en el baile, porque el flamenco es eso, que si no se arde, es ceniza. De ahí que me pare este domingo de fuego en tantas cosas, entre otras la calor que no cesa. También es triste que solo sea por eso que Córdoba sea noticia, con cada casa en la apoteosis del abanico, que sigo diciendo que es lo mejor del mundo porque es llevar aire acondicionado contigo, y que tú lo pones al punto que quieres.

Y, además, aparte de la visita a la Posada del Potro, que es gloria bendita, donde están las salas de ese coleccionista del duende que es Fosforito, esencia del cante, elogio ese libro como un romance, tan bien escrito que se llama así con las pinzas del periódico CÓRDOBA, que es el nuestro, líder además del sur como saben, con el sello del Ayuntamiento de Puente Genil, de la Junta de Andalucía y de la Diputación de Córdoba.

Cuatro, que son cuatro, las patas de esta mesa de papel, todo muy bien escrito, donde se dice todo de Antonio Fernández Díaz, Fosforito, al que por cierto yo conocí hace tanto, tanto tiempo, cantando en las Minas, o en Madrid, cuando era Madrid, en el Villarrosa… Fosforito, como escribe nuestro director Francisco Luis Córdoba en su artículo introductorio del libro que con el corazón les recomiendo, es esencia y cartel del patrimonio andaluz.

Y que es verdad, porque su voz es eterna y, además, mundial, aunque sea nuestra. Me gusta Fosforito, esa una luz en la oscuridad, fósforo total, que enciende el duende; me gusta el Fosforito de la vena hinchada del cuello, la vena gorda de la vida y de la voz, el Guadalquivir del duende, y esas manos apretadas, abrazadas, juntas, para que la voz salga del todo y se enrede en todo y sea también para ti la vida.

O sea, que cuando por ejemplo me acerco a Antequera, por donde salía el sol antes, aunque ahora va y se queda en Córdoba, y escucho el nombre de Puente Genil me alegra el cuerpo, porque el hermoso pueblo, siempre al paso del tren, se ve que está en el mapa, aunque en el mapa ya lo puso antes el poeta, que escapaba, y escapa de su garganta culta y antigua, como un río, como una copla, como un quejío, que no hay palabra como esa, porque al mismo tiempo es el gustazo final de un acto de amor, y al mismo tiempo, ya digo, un grito de dolor que nadie puede imitar sino al que le duele; que hay dos tipos de puñaladas, una en el cuerpo y otra en el alma, que es la del quejío flamenco de Fosforito, tan bien escrito en este libro de mano, de amor, escrito y publicado, que quiero que llene la última página de este domingo de julio.

Y aunque hay más cosas, muchas más, me las guardo, me las cuelgo en la percha de olivo que está tan cerca de mi cama y donde coloco los sombreros de mi vida entera. Córdoba de las gargantas de fuego, cuando el sol se baja a la mitad del techo y la luna, aunque sea la media luna, se nos queda en el interior. Festival de Cante Grande de Puente Genil, bienvenido, en el tiempo de los festivales, que ya saben que lo cuento siempre, que yo estaba en el Alcázar de los Reyes Cristianos aquella noche en la que le entregaron la Llave de Oro del Cante a Antonio Mairena. Pero siempre hay una lágrima en cualquier historia que se cuenta. Se nos fue José Menese, al que Antonio Mairena me llevó a conocer en una zapatería. Menese admiraba también mucho a nuestro Fosforito. Y mucho después vino mi amistad con Manuel Moreno Maya, El Pele, que es el único que me ha llamado sabio.

Pero no quiero que se me vaya el pájaro del olvido al cielo. No. Porque se nos fue el fotógrafo Canito, que tenía más de cien años. Un día, hace tiempo, con su canana de cámaras en la cintura, en la plaza de Los Califas de Córdoba, con el maestro Pepe Toscano en el callejón de la gloria, en aquel burlaero donde ya engañábamos al toro de la edad, me confesó: «¿Sabes lo que te digo, maestro Tico?, que Manolete aquella tarde de Linares ya llegó medio muerto a la plaza». Cierto. Lo había herido el toro del amor y el desamor al mismo tiempo, o sea, hablando de llama, que cuando el fuego no se apaga, no hay bombero que pueda remediarlo. En agosto recordaremos su trágica muerte. H