-Voy a llamar a las cosas por tu nombre. Perales te hubiera preguntado: «¿Y cómo es él?».

-(Ríe). No hay un él definido con nombre y apellidos. Es un tú que cada uno tiene el suyo. En mi caso no tiene nombre.

-«He sido la mala y Cenicienta. La bruja y yo qué sé». ¿Te quedaste a gusto?

-Me quedé absolutamente a gusto. Hay que ser la mala y hay que ser Cenicienta. Y si no has vivido con profundidad, y yo lo he hecho, acabas siendo de todo.

-«He mentido mirando a los ojos». Mala, no sé. Pero bastante traviesa.

-Mala, no sé yo tampoco. Traviesa he sido mucho hasta los veintitantos. Quizás ahora también y lo disimulo. Y sí. He mentido mirando a los ojos, como tú, como todo el mundo.

-Este es un libro sobre el amor, la vida, las lágrimas, los miedos. ¿Estás tú en cada una de las frases o acostumbrada a interpretar podemos encontrar a varias Ana Milán?

-Hay varias Anas pero hay también sentimientos y vivencias de otra gente, y yo he dado mi forma.

-Nueve ediciones vendidas de Sexo en Milán. Ahora publicas tu segundo libro, pero todavía no te sientes escritora. ¿Qué te falta?

-No me falta nada. Es que no pretendo serlo. Ser escritor es algo muy serio, profesión a la que la gente entrega años de trabajo de ocho horas diarias, la vida. No es mi caso.

-¿Se te ha pasado en algún momento por la cabeza dejar la actuación por la literatura?

-¿Estamos locos o qué? Bajo ningún concepto.

-«Fernando (Guillén Cuervo) es un hombre maravilloso al que quiero con todo mi corazón». ¿Se hace duro volver a empezar?

-Es que no se vuelve a empezar, se continúa.

-Sueles interpretar papeles de mujer dura, pero en este libro aflora la poeta que llevas dentro.

-Yo soy muy tierna. Quizás por ello puedo interpretar a las malas sin ningún pudor, porque no me veo reflejada. Me entusiasman las malas.

-Prefieres la ficción al entretenimiento, y las series de televisión al cine o al teatro. ¿En qué serie te has sentido como Pedro por su casa?

-¡Uf! En todas. ¿Qué dedo de la mano te cortas que no te duela? O sea, yo amo todos mis personajes. Quiero decir, desde la extrema dureza de Berta Sterling de El tiempo entre costuras a la simpatía de Sonsoles en Yo soy Bea. Con todas me quedo. Sería incapaz.

-«Tantos años sin Neruda y el mundo sin dejar de girar». ¿Nunca pensaste en bajarte?

-No pienso en bajarme porque un día me di cuenta de que si se había muerto Neruda y seguíamos todos vivos, podíamos continuar pasase lo que pasase.

-En mis tiempos bailábamos la canción de Adamo ‘Mis manos en tu cintura’. Ahora me gusta más tu verso: «Tu mano colgada de mis vaqueros».

-Sí. A mí me gusta mucho el gesto de la mano de un hombre enganchada al vaquero de una mujer. Se pasea simplemente y se necesita el contacto para seguir paseando.

-«Llorar por ti, solo los 30 de febrero». ¿También eres dura cuando escribes?

-¿Te parece? ¿Te he resultado dura?

-No. Pero ¿llorar solo los 30 de febrero?

-Es un ruego. Es que no quiero llorar por nadie.

-‘ET’, Parchís, ‘Verano azul’, Rosendo, los viajes con tu padre a cualquier parte. ¿Has comprobado si hay móviles en el cielo?

-Desgraciadamente, no hay. Porque hay un montón de gente de la que me gustaría recibir un «te quiero» o un «estoy muy orgulloso de ti».

-Sentencias en tu libro: «No discutas con los que no creen en los sueños y déjalos dormir».

-Ay, mira. Yo es que estoy de agoreros hasta aquí. Al final, las grandes cosas que suceden en el mundo suceden por gente que no cree en los agoreros, que no los escucha. Que se vayan a su casa, que hablen solos, coño.