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Magno Vía Crucis

Culto y devoción al beato dominico Fray Álvaro de Córdoba

En 2023 se celebró el sexto centenario de la fundación del convento de Santo Domingo del Monte O Scala Coeli, en consonancia con el auge de los dominicos a finales del siglo XIV, y este año se conmemora la instalación del primer Vía Crucis de occidente en el cenobio situado en el Alcor de la Sierra

La imagen es portada a hombros por los hermanos de la Hermandad del Santo Cristo y San Álvaro en los aledaños de Scala Coeli.

La imagen es portada a hombros por los hermanos de la Hermandad del Santo Cristo y San Álvaro en los aledaños de Scala Coeli. / CÓRDOBA

Córdoba

Recientemente, la figura del beato fray Álvaro de Córdoba ha cobrado una relevancia evidente con motivo de la celebración de dos señaladas efemérides. En 2023 tuvo lugar el sexto centenario de la fundación del convento de Santo Domingo del Monte o Scala Coeli y en este año el de la instalación del primer vía crucis de Occidente en el cenobio situado en el alcor de la sierra. Ambos acontecimientos han dado lugar a una serie de actos, como la publicación de un libro con el título de ‘El convento de Scala Coeli y el beato fray Álvaro de Córdoba’ (1423-2023) y el proyectado Magno Vía Crucis el próximo 11 de octubre.

El nacimiento de Scala Coeli se enmarca en el proceso de eremitismo reformador que se produce en las órdenes religiosas durante el último tercio del siglo XIV y primer cuarto del siguiente y viene propiciado por la bula dada en 1418 por Martín V, autorizando la erección de seis conventos reformados de frailes dominicos.

En virtud de esa concesión fray Álvaro, teólogo y confesor real, decide en junio de 1423 comprar en las proximidades de la capital cordobesa la heredad de la Torre Berlanga, enclavada a una legua del casco urbano, donde vive retirado en unión de compañeros de hábito que se suman a la empresa. Dos años más tarde, tras su peregrinación a Jerusalén, el impulsor de la reforma dominicana coloca el primer vía crucis de Occidente en este paraje de Sierra Morena que recorría penitentemente, llevado de su fuerte devoción a la Pasión de Cristo.

Santo por aclamación popular

El culto y devoción a fray Álvaro de Córdoba experimentan una gran intensidad inmediatamente después de su óbito, hasta el punto de ser considerado santo por aclamación popular. Numerosos fieles acuden a venerar sus restos que reposan en el cenobio por él fundado y esta afluencia se verá potenciada en julio de 1442 por Eugenio IV al conceder indulgencias a las personas que visiten la iglesia.

Sin embargo, un siglo más tarde se rompe de manera temporal esta especie de simbiosis del convento y las reliquias del venerable fraile con el abandono de las dependencias y el traslado en 1530 a las del antiguo monasterio cisterciense de los Santos Mártires en el ángulo suroriental del casco urbano, a orillas del río Guadalquivir en el barrio de Santiago Apóstol.

A pesar de ello, algunos religiosos manifiestan su disconformidad y no participan en el traslado llevado a cabo. Al frente de este grupo se encuentra fray Álvaro del Espíritu Santo, subprior de la comunidad, quien se retira al convento de San Pablo el Real y, alentado por sus moradores, inicia en 1532 un litigio que se sustancia en la real chancillería de Granada sobre la propiedad del monte del cenobio abandonado.

El culto a los venerados restos del dominico se canaliza por medio de una cofradía instituida en agosto de 1592, cuyo fin es avivar la devoción a Santo Domingo de Guzmán.

Los problemas y tensiones quedan zanjados de manera definitiva por el maestro general de la orden fray Juan Fenario con motivo de su visita a Córdoba. El 28 de abril de 1535 decide que los frailes de los Santos Mártires mantengan las propiedades y recursos, salvo las dependencias del cenobio de Scala Coeli y tierras de alrededor. La resolución dictada lleva aparejada a partir de ahora la existencia de tres conventos masculinos dominicos en la urbe cordobesa, puesto que la restauración de la vida comunitaria en Santo Domingo del Monte se encomienda al célebre escritor y predicador fray Luis de Granada. No cabe la menor duda de que la custodia de la tumba del beato resulta determinante en el restablecimiento de la actividad religiosa en el segundo tercio del siglo XVI.

A lo largo de la centuria vuelve a renacer con fuerza, a tenor de los indicadores que refrendan la importancia del fenómeno. La fuerte y arraigada devoción al impulsor de la reforma dominicana se pone de manifiesto a través de una serie de exponentes bien significativos. En primer lugar, cabe destacar las innumerables mandas de fiestas y misas en su honor recogidas en las disposiciones testamentarias.

Asimismo, el culto a los venerados restos del dominico se canaliza por medio de una cofradía instituida en agosto de 1592. En la introducción de las reglas se deja patente que el fin principal es avivar la devoción de los cordobeses a santo Domingo de Guzmán y al cenobio que guarda el cuerpo del fundador. También los frailes se obligan a reedificar la capilla y sepulcro de fray Álvaro, colocar un candelero o velador en el que los devotos puedan colocar las ofrendas de cera y una lámpara que arda continuamente.

Siglos XVII y XVIII

Las centurias del seiscientos y setecientos marcan una dilatada y esplendorosa etapa de devoción a fray Álvaro de los cordobeses, pertenecientes a todas las capas sociales. También los poderosos e influyentes cabildos municipal y catedralicio dejan muestras bien patentes de su admiración y reconocimiento a la vida y prodigios atribuidos al beato, como lo prueban los libramientos de las frecuentes y jugosas limosnas. Las ofrecidas por el concejo van a tener como contrapartida el nombramiento de patrono en los años treinta del siglo XVII.

Una de las dignidades de la catedral, el chantre Alonso de Miranda, costea a sus expensas en 1614 un arca de madera para depositar las reliquias y un busto de medio cuerpo en señal de gratitud por haberle curado de una dolencia de la garganta. Ambos presentes se colocan en el altar de la capilla, decorada con pinturas de escenas de los milagros obrados. La afluencia de devotos viene incentivada por las gracias espirituales concedidas en 1610 por el dominico fray Diego de Mardones, prelado de la diócesis.

Autoridades asistentes a una anterior presentación de actos de la hermandad de San Álvaro.

Autoridades asistentes a una anterior presentación de actos de la hermandad de San Álvaro. / MANUEL MURILLO

La fuerte devoción del vecindario a fray Álvaro se traduce en cuantiosas limosnas que permiten, a pesar de la penuria de recursos económicos del cenobio, abordar proyectos de envergadura que originan elevados gastos. Entre ellos, cabe mencionar la construcción de la nueva iglesia, cuyas labores ya están iniciadas en 1630 y se prolongan hasta 1648.

En la centuria siguiente el templo conventual va a ser objeto de una reforma llevada a cabo gracias a la generosidad del conde de Cumbre Hermosa, don Lorenzo Ferrari y Porro, quien viste el hábito dominico con el nombre de fray Lorenzo de la Concepción.

La intensa devoción a lo largo de los siglos XVII y XVIII se manifiesta por medio de otros indicadores harto elocuentes. Entre ellos sobresalen el proceso de canonización puesto en marcha, las innumerables mandas de limosnas y misas, el fervor despertado por la cofradía, el testimonio de la onomástica en las partidas de bautismo, las reliquias que poseen algunos fieles y las biografía escritas por distintos autores. En los albores del seiscientos se inicia la causa de canonización, que se dilata durante un largo período de tiempo hasta la década de los cuarenta de la centuria siguiente, cuyas vicisitudes han sido estudiadas por el dominico Álvaro Huerga. En abril de 1603 se presenta la petición ante el cabildo catedralicio cordobés al encontrarse la sede episcopal vacante. De inmediato se toman las declaraciones de los testigos y unos lustros más tarde los superiores de Scala Coeli recaban el apoyo de la corona, prebendados y concejo.

La fase diocesana concluye y comienza la apostólica en 1627, que se prolonga hasta dos años más tarde. Sin embargo, el proceso va a quedar paralizado como consecuencia de la reforma en la instrucción de las causas de canonización llevada a cabo en 1634 por Urbano VIII, resultando infructuosas las peticiones hechas para acelerar el curso del expediente.

Posteriormente, la causa se reanuda en el último cuarto del siglo XVII por la vía de uno de los casos exceptuados contemplados en la normativa dada por el mencionado pontífice, como es el del culto inmemorial no interrumpido durante cien años.

Confirmación de la sentencia

La esperada y ansiada confirmación de la sentencia dada por el obispo fray Alonso de Salizanes, declarando inmemorial el culto a fray Álvaro, va a ser rechazada por Roma en 1718. Este nuevo revés obliga a reconducir el proceso por el camino de la corroboración de pruebas en 1739. La tarea de recogida documental corre a cargo de fray Pedro de Alcalá y las pruebas presentadas facilitan la aprobación de la congregación de Ritos el 16 de septiembre de 1741 y el 22 Benedicto XIV proclama beato al fundador de Santo Domingo de Scala Coeli.

Las limosnas del vecindario constituyen, asimismo, una prueba evidente de la intensa devoción que goza el beato dominico en los siglos XVII y XVIII. Las más generosas proceden del estamento nobiliario, como lo confirman las fuentes documentales. Tenemos constancia de que don Gonzalo de Cárdenas y Córdoba, caballero de la orden de Calatrava, dispone al otorgar su última voluntad en 1656 que se den 100 reales. A finales de marzo de 1679, la condesa de Priego, doña María Sidonia Garcés Heredia Carrillo de Mendoza, ofrece en una de sus mandas testamentarias una determinada cantidad para ayuda al mantenimiento de la lámpara del «Glorioso San Álvaro».

Cristo de San Álvaro ubicado en el camarín del santuario Scala Coeliy, lugar donde se venera esta imagen.

Cristo de San Álvaro ubicado en el camarín del santuario Scala Coeliy, lugar donde se venera esta imagen. / CÓRDOBA

El veinticuatro del cabildo municipal don Rodrigo Venegas tiene cedido el importe del salario de su oficio de regidor para el sostenimiento de la capilla del beato, como lo prueba la reclamación hecha por el prior de Scala Coeli en 1726 para el cobro de los atrasos. Un año después se dirige de nuevo al concejo con el fin de que se libren las cantidades adeudadas. También las peticiones de ayuda económica al concejo y cabildo catedralicio son frecuentes en las mencionadas centurias y los ediles y prebendados suelen responder afirmativamente.

Fervor

Las misas recogidas en las mandas testamentarias expresan el fervor despertado en todas las capas de la sociedad. Uno de los valores más altos corresponde al obispo Jerónimo Ruiz de Camargo, por el que sus albaceas ordenan decir 450. El acaudalado jurado del cabildo municipal Martín Gómez de Aragón manda que se oficien 400. Sin embargo, en un buen número de casos las cifras están por debajo de 15 y suelen ser personas de condición social modesta.

La concesión de indulgencias a la hermandad por Urbano VIII en 1635 significa un acicate, pero ya muestra síntomas de crisis. Las gracias espirituales incentivan el ingreso de nuevos miembros y la participación en los actos de culto, aunque no se consigue evitar el estado de postración que conduce a su extinción.

Con posterioridad, en marzo de 1655, un grupo de nobles, entre los que se encuentran títulos de Castilla, caballeros de las órdenes militares y regidores del cabildo municipal, dirigen un escrito al provincial de los dominicos de Andalucía, en el que manifiestan el deseo e interés de reorganizar la cofradía, alentados por fray Juan Chevarría, conventual en Scala Coeli.

La petición tiene un apoyo total, como lo prueba la patente expedida por la que autoriza la iniciativa, nombra presidente de la hermandad al mencionado fraile y concede a sus integrantes la incorporación a la orden de predicadores para que disfruten de las mismas gracias y privilegios.

A pesar de los altibajos que presenta su trayectoria, la cofradía cumple los objetivos marcados de mantener viva la llama devocional de los cordobeses a la figura de fray Álvaro. Peregrinan en masa al convento de Scala Coeli a venerar su cuerpo en la capilla erigida en su honor.

El testimonio de la onomástica representa otro indicador significativo de la devoción a fray Álvaro durante los siglos XVII y XVIII. Correspondientes a las mencionadas centurias hemos localizado en los libros de bautismos una muestra de 61 partidas en las que son cristianados recién nacidos con el nombre del fundador del cenobio dominicano de Scala Coeli. En su mayoría pertenecen a la parroquia de Santa Marina, aunque también aparecen algunas en las de San Lorenzo, San Miguel, El Salvador, San Pedro y Santa María Magdalena.

El reparto cronológico ofrece unos marcados contrastes entre las actas anteriores y posteriores a septiembre de 1741, fecha de la beatificación del popular dominico. Las primeras suman solamente 13, frente a las 48 restantes que en términos porcentuales superan el 78%.

La devoción de fray Álvaro de Córdoba a lo largo del siglo XIX viene marcada por la disolución de la comunidad de religioso de Scala Coeli.

Salta a la vista que la subida a los altares tiene una incidencia notoria en el aumento de criaturas a las que se les pone al recibir el sacramento el nombre de Álvaro. La distribución por sexos ofrece asimismo unas disparidades cuantitativas acusadas, ya que los varones son los que acaparan el nombre del beato por razones obvias. Sin embargo, aparecen en el conjunto de la muestra utilizada 18 niñas que representan un porcentaje bastante alto, alrededor de un 30%. Entre ellas, los libros sacramentales aportan la identidad de María de la Fuensanta Álvara, Juana María de San Álvaro, Ana Álvaro, Bernarda Álvara, Francisca Álvara y Rafaela Josefa de San Álvaro.

La posesión de reliquias de fray Álvaro refrenda la extensión de la devoción en el vecindario. Además de las que se veneran en su capilla del convento de Scala Coeli y en la iglesia del hospicio de San Bartolomé en la puerta del Rincón, se documentan otras en poder de seglares. Por último, las biografías escritas contribuyen a propagar la fama de santidad que goza el célebre eremita dominico e impulsar el proceso de canonización.

La primera es la de Juan de Marieta, publicada en Madrid en 1601 con el título de ‘Vida del bienaventurado fray Álvaro de Córdoba’. Unas décadas más tarde se da a la estampa en Sevilla la de Luis Sotillo de Mesa y la que alcanza una mayor difusión es la de Juan de Ribas, impresa en Córdoba en 1687: ‘Vida y milagros de el B. fray Álvaro de Córdoba’, del Orden de Predicadores, hijo del Real Convento de San Pablo de Córdoba.

Centuria decimonónica

La devoción a fray Álvaro de Córdoba a lo largo del siglo XIX viene marcada por la disolución de la comunidad de religiosos del convento de Scala Coeli y posterior exclaustración y desamortización de sus bienes en 1835-1836. A partir de esta fecha, el cuidado del santuario corre a cargo de una serie de capellanes nombrados por la autoridad diocesana y de la hermandad del Santísimo Cristo y San Álvaro, que cobra un fuerte impulso con la reorganización llevada a cabo en 1858.

Carroza en la tradicional romería que porta esta efigie.

Carroza en la tradicional romería que porta esta efigie. / CÓRDOBA

Los capellanes designados van a ser dominicos exclaustrados. El primero de ellos es Antonio Rivas Gallegos, quien desempeña el puesto hasta 1851. En esta fecha le sucede su antiguo compañero de hábito, Pedro de Luna Puertas, que fallece en abril de 1864 a consecuencia de una apoplejía a la edad de 80 años. En el último cuarto de la centuria decimonónica ocupan la plaza miembros del clero secular, como José Calvo Delgado y Mariano Serrano Rivera en 1876 y 1891, respectivamente.

A lo largo de la primera mitad del ochocientos la cofradía se halla sumida en un estado de postración, si bien encontramos un grupo de bienhechores pertenecientes a la nobleza local que costean a sus expensas los manteles de los altares.

Inventario

En el inventario de 1851 se hace referencia expresa a que los del mayor son donados por la marquesa de Benamejí; los del de San Francisco de Asís, por don Ramón Fernández de Córdoba; los del de San José, por la condesa viuda de Hornachuelos, y los del Santísimo Cristo de San Álvaro, por el duque de Almodóvar. Una hermana de este último es la camarera de la imagen de Nuestra Señora del Rosario. La reorganización de la hermandad escalacelitana del Santísimo Cristo y San Álvaro se enmarca en la pujanza del movimiento cofrade que se produce en el reinado de Isabel II, siendo llevada a cabo por Antonio María Toledano y Giménez de los Ríos.

Durante su mandato de hermano mayor se realiza el camarín de la imagen titular y la reconstrucción de las ermitas de la Magdalena, Vera Cruz y San Álvaro. También a mediados de junio de 1861 se le pone el nombre de San Álvaro a una de las calles céntricas de la ciudad.

La reorganización de la hermandad del Santísimo Cristo y San Álvaro se enmarca en la pujanza del movimiento cofrade durante el reinado de Isabel.

Al mismo tiempo, se registra un fuerte aumento de los efectivos humanos y la admisión de los duques de Montpensier y miembros de la familia real lleva consigo un indudable prestigio social. El hermano mayor fallece el 28 de abril de 1870 y sus restos descansan al pie del camarín que manda labrar, movido de su devoción al popular crucificado.

En los lustros siguientes se materializan proyectos de importancia que refrendan la brillante trayectoria de la cofradía. Entre ellos, la elaboración de unos nuevos estatutos en 1888, la reforma de la fachada de la iglesia por el arquitecto Pedro Nolasco Meléndez en 1873 y la potenciación de los cultos, con la instauración de un quinario en 1877 que se celebra en los viernes de cuaresma.

También la romería alcanza altas cotas de participación de asistentes y los 71 exvotos pictóricos y metálicos correspondientes al período 1828-1876 que se han conservado son una prueba de la intensa devoción. Lo mismo ocurre con los grabados y litografías, que juegan un papel importante en la propagación y difusión de la fama de santidad del beato.

Siglos XX y XXI

La devoción y culto al beato Álvaro de Córdoba en el primer cuarto del siglo XX vienen determinados por el regreso de los dominicos al santuario y el destacado papel que sigue jugando la cofradía. A pesar de los desencuentros habidos en un principio, la situación se normaliza y religiosos y cofrades mantienen lazos cordiales.

Los primeros sostienen el culto de Scala Coeli desplazándose desde la comunidad establecida en la iglesia del antiguo convento de San Agustín, cuya entrega se hace el 30 de agosto de 1903 a Raimundo Castaño. Este fraile pone especial interés en intensificar la devoción a fray Álvaro, como lo corrobora la biografía publicada en 1906. También el espacio disponible en el santuario se amplía con la compra del terreno de la huerta lindante.

En los lustros centrales de la centuria se producen dos hechos destacados que dinamizan la vida de la cofradía y de Scala Coeli, como son el nombramiento de hermano mayor en favor de Baldomero Moreno Espino y el establecimiento del noviciado en el cenobio. El empuje dado por el nuevo hermano mayor se traduce en numerosos logros conseguidos a lo largo del trienio 1949-1951. En primer lugar, se registra un fuerte aumento de los efectivos humanos, pasando de 140 hermanos en febrero de 1949 a alcanzar la cifra de 1.382. Al mismo tiempo, se potencia enormemente la participación en la romería, llegándose a sobrepasar las 30.000 personas en la de 1951. En ella se cuenta con la presencia de las peñas y el montaje de carrozas.

También se aprueban nuevos estatutos y se cambia el título por el de Real y Fervorosa Hermandad del Santísimo Cristo y San Álvaro de Córdoba. En el plano cultural, cabe mencionar la popular canción ‘Camino del santuario’, de Ramón Medina Ortega, y el ‘Himno al Santísimo Cristo de San Álvaro’, cuya música se debe a Joaquín Reyes Cabrera y la letra al poeta Ricardo Molina Tenor. Otro célebre integrante del grupo literario Cántico, como Pablo García Baena, compone en 1951 un bello soneto a la imagen titular. El noviciado establecido en 1953 se mantiene hasta 1966 y, a partir de esta fecha, se debilita la pujanza del convento y hay necesidad de buscar otro destino a las dependencias. El proyecto cristaliza dos lustros más tarde con las obras de restauración y construcción de un edificio anejo dedicado a casa de espiritualidad.

La devoción al beato experimenta bastante auge gracias a los lazos con la Agrupación de Hermandades de la capital cordobesa que aprueba en 1975 el nombramiento de fray Álvaro como patrón de las cofradías. Años más tarde, febrero de 1984, se realiza por primera vez la visita anual al santuario en fecha cercana a la festividad del santo, donde suele haber misa y acto académico. La efemérides del cuarto centenario fundacional de la hermandad se celebra con numerosas actividades y la inauguración y bendición del monumento a San Álvaro que se representa llevando al mendigo en brazos.

Lo mismo cabe afirmar respecto a la conmemoración en 2023 del sexto centenario del nacimiento del cenobio de Scala Coeli.

Parroquia de San Álvaro en Poniente

La labor secular de los dominicos y de la hermandad del Santísimo Cristo y San Álvaro en el convento escalacelitano ha contribuido a mantener la arraigada devoción al popular beato en la ciudad. Este legado se mantiene vivo en la actualidad, como lo prueban indicadores elocuentes.

La dedicación de una parroquia en su honor en el barrio de Poniente y las 3.886 personas censadas en 2022 en la provincia de Córdoba que llevan el nombre de Álvaro corroboran la importancia del fenómeno.

Otra manifestación patente la encontramos en las siete cofradías penitenciales que lucen la efigie del beato en los pasos de sus titulares. También los nazarenos de la Sagrada Cena portan en el cortejo procesional del Jueves Santo una reliquia suya.

Los estrechos vínculos con el movimiento cofrade quedan reforzados con la iniciativa de la Agrupación de Hermandades y Cofradías de Cordoba, dirigida por su presidente, Manuel Murillo Estévez. y su equipo de gobierno, de celebrar el sexto centenario de un acontecimiento de gran relevancia, como fue el establecimiento del primer vía crucis de Occidente por el beato dominico Álvaro de Córdoba en el santuario de Scala Coeli.

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