El planeta está amenazado, pero, en realidad, lo que de verdad está en peligro es la humanidad. Y no solo los habitantes de regiones remotas como el África subsahariana o el extremo Oriente. Todos vamos juntos en este barco y a todos nos amenaza por igual el cambio climático en curso. La emigración se ha producido, hasta ahora, fundamentalmente, por razones económicas o bélicas, pero a partir de ahora será por razones climáticas y ecológicas. Ya está sucediendo.

Los datos de la organización de la ONU para los refugiados, ACNUR, son elocuentes: en el año 2019 casi 25 millones de personas de 140 países tuvieron que abandonar su tierra y su casa para buscar otro lugar donde vivir, como consecuencia de los sucesos meteorológicos. Pero las previsiones para el futuro inmediato son aún peores, ya que dicho organismo calcula que los refugiados climáticos pueden alcanzar los 200 millones de personas en el 2050 si no se frena el calentamiento global.

No se trata únicamente de afectados por la progresiva aridez del terreno, la sequía y otros eventos derivados de unas temperaturas cada vez más altas. La crisis climática genera también huracanes más intensos, inundaciones más severas y tormentas extremas. Todos estos eventos son hijos del cambio climático y obligan a desplazarse a poblaciones enteras.

En África es donde más se aprecian los efectos de la sequía y la desertificación de bosques y pastizales, que convierte en inhabitables amplias áreas que antes sí lo eran. En Asia es donde más se prodigan las precipitaciones extremas. Pero también regiones insulares se ven afectadas por hechos como la subida del nivel del mar o la acidificación de los océanos, que afecta a la pesca. En todos estos casos, sus habitantes no tienen otro remedio que abandonar en masa su hogar y trasladarse a otros sitios, donde no siempre serán bien recibidos y donde su futuro tal vez no sea mejor.

El concepto de refugiado climático no está aún aceptado en el derecho internacional de forma plena, pero los expertos tienen claro su significado. El doctor en Antropología Social de la Universidad de Barcelona Miguel Pajares recoge la siguiente definición en su libro Refugiados climáticos, un gran reto del siglo XXI: «Refugiada climática es la persona que ha abandonado su hogar y se encuentra fuera de su país, a causa, principalmente, de que su hábitat ha sufrido un deterioro grave e irreversible provocado por el cambio climático».

Desplazados por inundaciones derivadas del cambio climático. CLIMATE REFUGEES

Agravado por el covid

Por su fuera poco, la situación de estos migrantes se ha agravado con la pandemia del covid y sus limitaciones mediante confinamientos, cierre de fronteras y limitación de la movilidad.

Un ejemplo que pone Miguel Pajares es el huracán Harold, en la primavera del 2020, que asoló cuatro pequeños países insulares del Pacífico Sur, solo un mes después de que la OMS declarara la pandemia del coronavirus. Las restricciones y las cuarentenas obligatorias ralentizaron la llegada de las ayudas y la instalación de albergues para los supervivientes eliminó toda posibilidad de respetar las distancias interpersonales de seguridad.

Pero la desertificación, las inundaciones progresivas y otros desastres naturales derivados de la crisis climática provocan calamidades añadidas: son la mecha de nuevas guerras. «Cuando el cambio climático seca los ríos, reduce las cosechas, destruye la infraestructura crítica y desplaza a las comunidades, se disparan los riesgos de inestabilidad y conflicto». Son palabras del secretario general de la ONU, Antonio Guterres.

El mandatario mundial recordó un estudio del Instituto Internacional de Investigación para la Paz de Estocolmo que demostró que ocho de los diez países que acogen las mayores operaciones de paz para detener conflictos en el 2018 estaban en áreas altamente expuestas al cambio climático.

«Los impactos de estas crisis son mayores donde la fragilidad y los conflictos han debilitado los mecanismos de supervivencia, donde la gente depende del capital natural, como los bosques y las pesquerías, para su sustento, y donde las mujeres, que soportan la mayor carga de la emergencia climática, no disfrutan de los mismos derechos», añadió.

Hay casos concretos para demostrar esta realidad. En Afganistán, el 40% de la fuerza laboral se dedica a la agricultura, pero la reducción de las cosechas allí está dejando a gran parte de esa población en la pobreza y a expensas de ser reclutada por bandas criminales y grupos armados. Hambre y guerra van de la mano.

Principales crisis humanitarias que marcarán el 2021. EUROPA PRESS

En África occidental y el Sahel hay 50 millones de personas que dependen de la cría de ganado para sobrevivir, pero los cambios que están ocurriendo allí y que deterioran los terrenos de pastoreo, aumentan la violencia y los conflictos entre ganaderos y agricultores, que se disputan el control de los pocos recursos que quedan.

En Darfur (Sudán), la escasez de lluvias y las sequías recurrentes están aumentando la inseguridad alimentaria y disparan la competencia por los alimentos y el agua. Las consecuencias son especialmente devastadoras para las mujeres y las niñas, que representan nada menos que el 80% de los desplazados climáticos.

Según un informe de la oenegé Save The Children, el 70% de los 45 países más expuestos a los estragos derivados del cambio climático están en el continente africano. Allí, «el aumento de los fenómenos meteorológicos extremos puede provocar nuevos riesgos para la salud, en un sistema sanitario ya de por sí muy frágil», señala esta organización, que ha apuntado a la infancia como la gran víctima de las hambrunas, la falta de agua potable y las enfermedades derivadas de la crisis del clima.

Toda esta situación acelera las brutales desigualdades sociales que ya existen en estas regiones de la Tierra. «Los que ya se están quedando atrás, se quedarán aún más atrás», añadía el titular de la ONU.

El historiador y ambientalista británico David Attenborough considera imprescindible adoptar unos niveles de cooperación mundial sin precedentes si se quiere afrontar con éxito la amenaza climática: «Tendremos que inventar nuevas industrias enteras, reconocer la responsabilidad moral que las naciones ricas tienen con el resto del mundo y poner un valor a la naturaleza, un valor que va más allá del dinero».