El  bodegón de la mesa del desayuno está tan instalado en nuestros rituales diarios que casi parece un fenómeno natural: café o té, cereales o tostadas y ¿zumo de naranja? Cualquier desayuno continental que se precie incluye un buen vaso de este néctar recién exprimido, y se ha convertido casi en una medicina cuando empiezan la temporada de gripes y catarros. 

Aunque pudiera parecer que, en España, la producción de cítricos en el levante explica lógicamente la presencia del zumo de naranja en nuestros desayunos,  se trata de una incorporación relativamente reciente. 

El zumo de naranja no se sentó con nosotros a desayunar hasta que en, en el siglo XX, la industria estadounidense se vio en la necesidad de dar salida al excedente de producto fruto de la competición entre los cítricos de Florida y California. 

Antes de deshacerse de la producción de naranjas sobrante, los comerciales se reunieron para intentar vender el producto en otro formato: el zumo. Al principio, se vendía en latas y, según cuentan los historiadores de la época, no se parecía en nada a lo que conocemos en la actualidad. 

“Acidosis” la enfermedad ficticia que democratizó el zumo de naranja

Para estimular la demanda de zumo de naranja y sacar la producción sobrante, la industria de los cítricos americana puso en marcha durante los años 30 una agresiva campaña de publicidad en torno a la vitamina C y los principios medicinales de esta fruta exprimida. 

El colmo de la inmoralidad llegó cuando un reconocido nutricionista, Elmer McCollum, se inventó una enfermedad, la “acidosis”, para promover la venta de zumo de naranja. Según este relato, el consumo de pan y leche provocaba una enfermedad que restaba vitalidad a quien la padecía y que tenía una solución sencilla: comer más naranjas”. 

El anuncio infame que se encargó de comunicar esta treta rezaba: “Estelle parecía carecer de vitalidad; ni siquiera se esforzaba por entretener; por lo tanto, no atraía a los hombres”. 

Después, con la llegada de la Segunda Guerra Mundial, la industria americana buscó desarrollar un formato más apetecible del zumo de naranja enlatado para abastecer a sus soldados y prevenirlos del escorbuto (la enfermedad provocada por la falta de vitamina C que resulta en la caída de los dientes, entre otras dolencias). 

Una vez mejorada la receta, el jugo de naranja se popularizó entre las clases medias americanas que empezaron a incorporar el producto a la mesa habitual del desayuno, consolidándose hasta la actualidad como una de las bebidas más populares del desayuno tanto envasada como recién exprimida.