El Córdoba CF honró la Copa y el fútbol. No era un simple partido, qué va. Era una ventana para asomar la cabeza y proclamar que está vivo, que no se fue para siempre, que su corazón sigue siendo joven por más palos que le hayan dado en el cuerpo y que va a volver. Tiene, ahora sí, algo más que buenas intenciones y eslóganes de manual. Quienes justifican -y nadie les puede culpar por ello- la formidable marcha cordobesista en la Liga de Segunda RFEF en la escasísima entidad de los adversarios ya tienen otra vara de medir. Llegó a El Arcángel un equipo de Liga de Campeones con más de un millar de seguidores y un plan grabado a fuego: resolver con presteza la cuestión para no convertirse en portada de periódico al día siguiente como paradigma de gigante derribado por la pedrada de un pastor. Y se encontró con esto. Los aficionados más añejos, los viejos zorros de grada, saben que su Córdoba es especialista en hacerle burlas al destino en los momentos cruciales. Para bien o para mal. El equipo perdió una eliminatoria pero ganó crédito. Tuvo que llegar un hexacampeón de Europa para que Crespo perdiera su primer partido oficial. Al granadino lo aclamaron como a un héroe llegado desde el fútbol del extrarradio para darle alas al Córdoba. No era el aroma de la derrota lo que se respiraba en el estadio.

El equipo entiende lo que hace, lo ha interiorizado de una manera total. Se ajusta al papel de líder autoritario o de esforzado aspirante sin cambiar de registro, haciendo lo que está preparado para hacer. Su valentía va más allá de los movimientos en el campo o los esquemas en la pizarra. A Germán Crespo le da lo mismo quién está en frente. Esa percepción es un estimulante imparable para los propios y siembra el desconcierto, cuando no el miedo, entre los ajenos.

El Sevilla, el orgulloso multicampeón continental, no fue consciente de dónde se había metido hasta que se le vino encima el Córdoba con todo lo que tiene. El partido se retrató en las caras. En las de los cordobesistas, felices de ser ellos mismos sin tener que disfrazarse de nada, y en la de Julen Lopetegui, que fue poniendo en el campo a todos sus titulares para domar a un adversario que combatía con un guion alejado al estándar de estos duelos desiguales de la Copa. No era la garra contra el talento ni la lucha titánica detrás de la trinchera en el área. Era el tú a tú, el golpe devuelto, la réplica y la contrarréplica. El Sevilla ganó sufriendo, en la prórroga, mientras en la grada cantaban y en todo el país se hacían la misma pregunta: ¿qué hace el Córdoba CF en la cuarta división?