Había ganas, muchas ganas de fútbol en El Arcángel. La tarde parecía propicia. El regreso del público al coliseo ribereño después de 18 meses de ausencia obligada y una semana después del mejor debut del Córdoba CF en su historia hacían presagiar una fiesta en las gradas que fue, pero, eso sí, en diferido. Tardó una hora el cordobesismo en festejar de verdad la victoria tras el gol de De las Cuevas. Después de un penalti fallado que hizo recordar tragedias no tan antiguas que se disiparon con la definición posterior del alicantino.

Una victoria que debe ser la primera de muchas en El Arcángel. Y la segunda de muchas más en la temporada. Para que se repita esa imagen que parece convertirse en habitual al término de los partidos de los jugadores saludando a los suyos. A un Fondo Sur que no quería marcharse a casa porque hacía mucho que no festejaba así una victoria. Disfrutar de este ambiente, después de lo que ha llovido, siempre es un lujo para los cordobesistas, ya sea en Chapín o en El Arcángel.

El coliseo ribereño fue una caldera espectacular que apoyó a los suyos en los momentos críticos, que también los hubo. Cuando muchos echaban la vista atrás y a algunos les entraba el tembleque de que se repitieran historias para no dormir. Pero no. Ayer no era un día para el insomnio. Unas 9.000 gargantas hicieron los coros para los tantos de la segunda parte. Para que De las Cuevas se resarciera y mantuviera su idilio con el gol. Para que Adrián Fuentes debutara con un disparo de bella factura al poco de salir del banquillo y completara el partido.

Pero antes de todo eso, el sentimiento de El Arcángel era de convivencia, de alegría por el reencuentro, de carantoñas a los más pequeños, abrazos con el compañero de grada, jóvenes disfrutando con sus amigos, pequeñuelos dándole pataditas a un balón en la zona de los ambigús, ajenos a la pandemia, felices en el estadio de su Córdoba CF. El sentir general puede expresarse en un «qué bueno que viniste». Después de año y medio viendo los partidos en el ordenador y lamentando una derrota tras otra sin poder arropar a sus jugadores, el cordobesismo tenía ganas, ante todo, de regresar a su reino. Porque el fútbol es mucho menos fútbol sin los aficionados. Sin comentar las vacaciones con el compañero que se sienta al lado. Sin ese «cómo va todo». Sin preguntar por la familia. Sin los debates tácticos en el descanso. Sin ese «hay que meter a Javi Flores para tener más el balón». Sin la alegría del contacto, del compartir, del vivir en comunidad.

Toda una infinidad de carencias convertidas en una normalidad que a duras penas regresa, con déficits, lenta pero inexorablemente, camino de la confraternización total. Ayuda, desde luego, el buen arranque del equipo, que hace más sencillo que salgan a relucir las sonrisas, que las críticas sean pronto acalladas por un festival de gritos y abrazos tras los tres goles. Algo bueno tiene que tener estar en la cuarta categoría nacional. El cordobesismo aspira a que las alegrías sean la norma y las decepciones lunares puntuales en una temporada en la que no quieren renunciar a vivir el sueño de un ascenso por la vía rápida para tener algún motivo, por fin, de celebrar un hito en las Tendillas. 

Y que el camino, aunque exprés, esté jalonado de emociones, vivencias y felicidad colectiva al ritmo de las carreras de Luismi, los disparos de De las Cuevas, los cabezazos de Willy y los chispazos de Adrián Fuentes. Así sea.