Siempre con una sonrisa de oreja a oreja. Simpático en las distancias cortas, destila alegría y buen rollo. En redes sociales demuestra estar enamorado del Córdoba CF desde su llegada. Comparte todo aquello que se escribe o se dice de él, intercambia mensajes con su amigo Antonio Casas, con el que cogió la autovía A-4 para llegar a El Arcángel desde la Ciudad Deportiva de la carretera de Utrera. Y difunde mensajes y argumentos sobre el esfuerzo y la disciplina.

En sus pocas comparecencias como jugador blanquiverde ha dejado una grata impresión por hablar y analizar lo que pasa en el césped con el poso de un veterano. Y solo tiene 21 primaveras. Un chaval al que no le dolieron prendas en reconocer que el gol del Xerez vino por un fallo suyo y, acto seguido, dejar una reflexión que ayuda a entender cómo funciona su cabeza: “Rápidamente borré de la mente el error y busqué soluciones, que es lo que necesita el equipo”, dijo tras el choque ante el Xerez Deportivo.

Simo Bouzaidi (Olot, 1999) juega como entrena y hace lo que siente. Y ese sentir destila pasión por el fútbol y por la vida. El jugador hispano-marroquí de 21 años, internacional con el país norteafricano en las categorías sub-17 y sub-20, dejó una magnífica carta de presentación al cordobesismo en su debut oficial con la zamarra blanquiverde en Chapín. Partiendo desde la izquierda, en apenas 45 minutos ya había vuelto loco al lateral derecho del Xerez DFC, Hugo Carrillo, un chaval solo dos años menor que él y al que le había sacado una tarjeta amarilla gracias a su desparpajo y constante búsqueda del regate, el quiebro y la conducción veloz. Simo sabía que era un punto flaco del rival y lo explotó al máximo.

El entrenador del Xerez DFC quiso remediar el agujero que Simo había formado en aquella zona colocando a un jugador más veterano, Manu Castillo, pero este apenas duró un cuarto de hora en el campo. Fue el tiempo que tardó el chico de la eterna sonrisa, el eléctrico y carismático Simo, en volver loca a la zaga del Xerez DFC, lograr un par de regates imposibles, dejar para la galería un bonito caño y ser derribado dentro del área. Castillo perdió los papeles, le pegó una patada al chico de Olot y fue justamente expulsado.

De las Cuevas se encargó de transformar la pena máxima y sellar su triplete y Simo fue de los primeros en abrazar al veterano alicantino. No fue el único momento de complicidad entre ambos. La jugada del primer gol de Miguel llegó tras un sensacional pase en profundidad picado de Bouzaidi a la carrera de Willy, quien cedió con la testa a De las Cuevas. Y la mano para el 1-2 desde los 11 metros sucede tras un intento de asistencia del alicantino al hispano-marroquí.

Cuando De las Cuevas debutó con el Hércules, hace ya 18 años, Simo apenas daba sus primeros pasos por las calles del pequeño municipio gerundense de Olot. Situado valle en el alto del río Fluviá, que la atraviesa, Olot fue la ciudad que vio nacer a este menudo extremo cordobesista que se hizo un futbolista en la cantera del Sevilla FC. De los 500 metros de altura de un municipio escondido entre montañas y pequeños ríos al valle del Guadalquivir. De Cataluña a Andalucía. Llegó a la capital hispalense con 15 años y la abandonó, tras dos años en el Sevilla Atlético y una curtida experiencia en la cantera rojiblanca, a otra gran ciudad del Guadalquivir.

En Córdoba quiere soltarse el pelo y encontrar la continuidad que no tuvo bajo las órdenes de Paco Gallardo. Espera tener la confianza de Germán Crespo para seguir haciendo diabluras. Tirando caños, buscándole las vueltas con sus rápidas carreras a laterales más veteranos. Trazando la paralela hacia dentro para conectar con De las Cuevas o Willy, a los que ya ha situado en el mapa en su mente, que trabaja tan ágilmente como sus piernas. Y sin abandonar nunca su sonrisa, su sello, el pasaporte que quiere enseñar el próximo domingo en El Arcángel ante el Cádiz B para que más de 8.000 cordobesistas vibren con un jugador, Simo Bouzaidi, que puede darle muchas tardes de gloria en esta compleja y farragosa Segunda RFEF a la parroquia del Reino.