Apenas contaba con 17 años cuando visitó Córdoba por vez primera. Jugada con el filial del Sevilla contra el del Córdoba y la crónica del partido destacaba que «una genialidad de Reyes» daba la victoria a los visitantes ante el filial blanquiverde y daba fe de la magia del de Utrera y su influencia en el juego de su equipo. «Cada vez que uno, Antoñito o él, cogían el balón, era un espectáculo», recordaba Lanza casi 17 años después. En los banquillos, Pepe Murcia y Manolo Jiménez. El de El Arahal le había aconsejado cortarse el pelo, ese que lucía en la famosa foto de niño con la camiseta del eterno rival. Esa genialidad en Camino de Carbonell fue un gol anotado desde el centro del campo y el utrerano ya había debutado con el primer equipo. Eran tiempos de adolescencia, en la que se gastaban bromas como meter en la ropa interior de los compañeros Radiosalil. Aquel triunfo convertía al filial sevillista en el primer campeón de la temporada en todas las categorías nacionales, a pesar de que se jugó un 25 de marzo del 2001. Eran los primeros pasos de un chaval que ya con nueve años destacaba en los partidos entre colegios en su Utrera natal. De familia gitana, a Reyes se lo comió el fútbol, ya que respiró fútbol hasta el último día de su vida. Dejó la EGB en quinto curso y los ojeadores sevillistas, al verlo, identificaron a un chaval diferente al resto. Porque a Reyes había que entenderlo desde el fútbol. Como a cualquier genio, no se le podía despojar del motivo de su brillo. Prácticamente desde adolescente, en sus inicios en la élite y tras un duelo del Sevilla en el Bernabéu, un periodista hoy frecuente en los debates nocturnos futbolísticos le espetó que se explicaba «como un libro cerrado». Reyes respondió con tranquilidad: «Yo no vengo aquí a explicarme bien. Para eso está usted. Yo vengo a jugar al fútbol».

Muchos años después, José Antonio Reyes encontró un argumento para volver al fútbol en el Córdoba CF mirando uno de sus tatuajes en su brazo: «No importa las veces que me caiga, sino las que me levante», un lema recurrente en su carrera futbolística. Era la temporada 17-18 y dejó claro, casi desde el principio, que llegaba a El Arcángel para eso, para jugar al fútbol, que no solo traía el nombre y el currículum.

Aquella salvación milagrosa vivió momentos únicos con el de Utrera como figura estelar. Sería difícil elegir uno solo de aquellos instantes, pero tan solo uno sirve para demostrar la importancia de Reyes en el Córdoba y en aquella salvación: los apenas 40 minutos que jugó en el Nou Estadi de Tarragona, con victoria blanquiverde y la influencia que tuvo el utrerano en su equipo, en el rival y en el partido.

En el Córdoba CF, la sensación de abatimiento hace dos años era obvia. El día anterior, el equipo blanquiverde había disputado su último partido en Segunda División después de doce años en el mapa del fútbol profesional. Perdió por 2-3 ante Osasuna, vio cómo su excapitán Xisco le marcaba un gol y los pocos aficionados que acudieron a El Arcángel se marcharon a casa cavilando sobre un porvenir doloroso. Al mediodía del 1 de junio, hace dos años, saltó una noticia que convulsionó al deporte español: José Antonio Reyes fallecía en un accidente de tráfico.

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Su único gol con la elástica blanquiverde lo anotó en El Arcángel, de penalti. No significó mucho para el partido en sí, ya que el Córdoba CF cayó por 2-4 ante el Huesca. Pero los cuatro partidos que restaban para cerrar el campeonato los ganó todos. Se impuso primero al Rayo en Vallecas (1-2), después doblegó al Almería (2-1), salió agónicamente de la zona de descenso en Reus (1-2) y terminó su magna obra aplastando al Sporting de Gijón (3-0) en El Arcángel. Doce de doce. Meses después, el genio equiparaba aquella salvación con "un título con el Real Madrid y el Atlético de Madrid". Reyes fue titular en todos los partidos dejando un rastro de magia que aún perdura en el imaginario cordobesista dos años después de que el utrerano dijera adiós de manera inesperada.