Otra tarde de fútbol, otra vez esas irrefrenables -e incomprensibles en determinadas ocasiones- ganas de volver al estadio para animar a tu equipo en un momento crucial. Porque, como había ocurrido en tantas y tantas ocasiones a lo largo de la temporada, el Córdoba CF volvía a afrontar una nueva final bajo el amparo de su sufrida afición. En esta ocasión fueron 400 los que pudieron acceder a las instalaciones, 400 sufridores que sabían lo que tocaba: apretar el puño y gritar con más fuerza que nunca para así sujetar a un club en el alambre.

La victoria era el único sino que le servía a los blanquiverdes a estas alturas de la película. Y no era para menos, ya que cualquier tropiezo contra la Real Balompédica Linense abría una peligrosa caja donde nadie quería investigar su contenido. ¿Misterio? Ninguno. Un desenlace sobrecogedor en el que la entidad cordobesa tendría que aveturarse en una división desconocida y muy lejana a la profesionaldiad futbolística. O lo que es lo mismo, un escenario para nada deseado y en el que solo los más fuertes podrían sobreponerse a cualquier contratiempo.

Desde el 21 de febrero no ganaba el Córdoba en El Arcángel, un terrible registro que producía escalofríos nada más pensarlo. “¿Y si se repite? ¿Y si el equipo ofrece lo de siempre?”. Las dudas golpeaban sin cesar a cada uno de los espectadores que poco a poco se situaban en las tétricas gradas ribereñas. El miedo, la rabia, la desesperación y el nerviosismo eran los auténticos rivales antes del pitido inicial. Nada más comenzar, incluso alguno se santiguaba sabiendo que no iba a ser una tarde para recordar.

El espejismo del tanto materializado por Willy Ledesma a poco del descanso no contentó a nadie. Era evidente que algo malo pasaría en esta particular casa de los horrores. La alegría hace bastante tiempo que abandonó la bandera cordobesista, una circunstancia que quedó de manifiesto en la figura de Koroma. El jugador visitante, en dos acercamientos sobre la frontal del área, ejecutó dos disparos entre palos que entraron en las mallas de Isaac Becerra como dos balas directas al corazón. Doloroso, esperado, pero evidentemente un revés que sentenciaba las nimias opciones del plantel.

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Aficionados asistentes al encuentro Córdoba CF-Balompédica Linense Francisco González

El público decidió, a partir de entonces, increpar e ironizar con la actual situación generada -con todo el derecho del mundo, faltaría más-. Un vestuario diseñado para lo máximo dejó constancia de su dejadez, del tembleque en las piernas que aparece cuando las cosas se tuercen. Más de uno quería marcharse y abandonar al Córdoba como el Córdoba ha abandonado al aficionado. Es la única realidad, la única idea compartida por todo el grueso de la ciudad que arropa a sus colores. ¿Cómo puede uno soportar o querer a lo que le destroza por dentro? Es la dicotomía que lidia con la razón y allana el trayecto hacia el olvido.

Muy pocos quieren que llegue esa tesitura, pero no clasificarse entre los dos primeros en este subgrupo hará que sea así. El Córdoba CF quedará en una caja desterrado al igual que sus ganas por sobrevivir.