A las doce de la mañana de hoy José Antonio Griñán tomará por última vez la palabra como secretario general del PSOE andaluz. Su paso por la dirección del partido ha sido breve, tres años, pero intensa. Griñán se ha convertido en una suerte de presidente de transición o de político puente que ha consumado la renovación que a él le encomendó Chaves. Y lo ha hecho como hace todo, con un estilo muy particular y un guion propio. El expresidente de la Junta fue llamado para suceder a Chaves y refrescar las siglas socialistas cuando las encuestas comenzaron a dar graves señales de alarma y agotamiento en uno de los grandes nichos del voto socialista. La entonces dirección evitó un auténtico cambio y eligió a una figura de la misma generación política de Chaves y muy ligado a su círculo personal. El devenir de los acontecimientos se encargó de romper esos lazos. Griñán se tomó a pecho el consejo que le dio su mentor cuando le entregó el despacho en San Telmo: "Pepe, cambio, cambio y cambio".

Así lo hizo. Pidió ejercer como líder del PSOE-A, reclamó ostentar la secretaria general y precipitó un congreso extraordinario que acabaría por enterrar a toda una generación política, entre los 40 y los 50 años, que en el PSOE andaluz no ha llegado a la primera fila. Griñán aupó a los jóvenes.