En la presentación solemne de su programa electoral (el pasado 31 de octubre), el actual presidente del Gobierno en persona decía esto: "Nuestro principal objetivo, nuestra obsesión es el empleo. No existe mayor prioridad en un país con cinco millones de parados, con casi un millón de jóvenes buscando trabajo y con un millón quinientos mil hogares, que se dice pronto, en los cuales todos sus miembros están en el paro (-) El empleo es el motor de la economía, el pilar del bienestar y la clave de la igualdad (-) Debemos concentrar todas las políticas, todos los recursos y todos los esfuerzos en la creación de puestos de trabajo, como primer objetivo económico, como garantía de bienestar social y como verdadera urgencia nacional".

Ante esta declaración, por mi parte, solo decir: amén. En efecto, uno entiende que, ante las cifras aterradoras expuestas, la prioridad del Gobierno de España y de la UE debería ser el de infundir confianza apostando por el fomento del empleo y del crecimiento económico, e ir enmendando los desequilibrios presupuestarios con algo más de pausa, y solo en segundo lugar y de manera subordinada al primer objetivo.

El problema es que pasadas las elecciones, Rajoy ha guardado en el cajón este discurso de dolor arrebatado por el problema del paro y lo ha sustituido por el de ganarse la confianza de los mercados. Y como estos parecen pedir ajustes de los presupuestos públicos, pues a eso se aplica, por entregas. El orden de prioridades parece haberse alterado drásticamente en el lapso que va de antes a después del proceso electoral. De hecho, ahora no importa destruir un poco o un mucho más de empleo, ni importa empeorar lo que era hace tres meses ya era una "verdadera urgencia nacional".

El FMI no ha hecho más que conformar lo que muchos hemos repetido una y otra vez: la austeridad aplicada a los presupuestos públicos va a causar estragos en la economía de los países europeos dotados de gobiernos altamente sumisos a las recetas de Alemania y el BCE, como son España e Italia, dejando aparte a los directamente rescatados. Nuestro país, en concreto, va a caer un 1,7% este año y un 0,3% el que viene. Lo de Italia es incluso peor. En contraste, para EEUU ya se vislumbran crecimientos en el entorno del 2%.

Por supuesto, estas cifras pueden empeorar sensiblemente, y hasta retroalimentarse, si nos empecinamos en el objetivo de déficit pactado con Bruselas del 4,4% en el 2012. Esto ya lo admite hasta nuestro ministro de Economía, pero tampoco hay que ser especialmente pesimista para ver que la caída del empleo va a continuar sumando récords, que las empresas seguirán despidiendo y cerrando debido al desplome del consumo y la falta de crédito, que la misma falta de confianza impedirá que se inicien nuevos negocios, y que todo ello conllevará importantes tensiones para la recaudación tributaria y el gasto social, con lo cual nos encontraremos que el objetivo de déficit se aleja automáticamente mientras con más ansia nos lanzamos a perseguirlo.

Por lo tanto, encomendarse al objetivo de déficit no es solo traicionar la letra y el espíritu de un programa electoral que todavía tiene la tinta fresca, sino que no es una buena receta económica. La única ventaja que reporta es la garantía tácita de que el BCE no va a dejar la deuda soberana de nuestro país a los pies de los caballos. No veo muy claro que ello merezca arriesgarse a dejar el tejido productivo de este país hecho un solar.