Paisajes literarios
Los conventos
El convento de San Francisco del Monte en Adamuz es heredero del más antiguo monasterio de San Zoilo Armilatense, descrito en las obras de San Eulogio

Los Peñones del Convento, cerca del monasterio de San Francisco del Monte, en el término de Adamuz. / José Aumente

Algunos de los restos del monasterio de San Zoilo Armilatense fueron utilizados para construir a finales del siglo XIV el monasterio de San Francisco del Monte en un maravilloso paraje conocido como Los Conventos, situado en el camino de Obejo a Adamuz. Por este motivo sus moradores se consideraban los herederos de los antiguos monjes de la mozarabía cordobesa. Según se lee en el comienzo del capítulo XXIX de los Casos Raros de Córdoba (1618), «dista cuatro leguas de esta ciudad por la parte de la Sierra, un convento de recolección del Orden de San Francisco que dicen del Monte, fundado por Martín Fernández de Andújar, caballero principal de Córdoba, el año de 1394, en medio de una sierra que fuera nunca el acabar de ponderar la aspereza del sitio». En dicho capítulo se narra el curioso «caso acaecido en San Francisco del Monte con una mula», que cuenta como en el año 1513 un jumento que llevaba una carga de pan al convento de San Jerónimo, apareció repentina y milagrosamente en éste de San Francisco, en un momento que la comunidad estaba pasando verdadera necesidad, aliviando así el hambre de los religiosos. San Francisco del Monte era uno de los monasterios más notables y célebres de aquella época, y aún de las posteriores, hasta su supresión en el año 1835. San Francisco Solano fue guardián de este convento hacia el año 1583 y el rey Felipe IV pasó en él las festividades de carnestolendas, cuando estuvo en Córdoba en el año 1624. En los siglos XVI y XVII se amplió el convento y se hicieron de mejor fábrica el claustro y el refectorio, de los que se conservan muy exiguos restos.
Pero lo más interesante y hermoso de aquellos lugares, más aún que el mismo monasterio, son los Peñones del Convento: tres arrogantes picachos, tajantes como agujas de piedra, a cuya falda se asentaba el cenobio. En palabras de D. Rafael Castejón, «le dan al paisaje una braveza y una arrogancia temerosas. El del centro, el más encumbrado, es el peñón de Jesús. Los otros tendrían también nombres sacros que los campesinos no conocen. Y sobre la cima de ellos, se levantan sendas ermitillas destechadas y también ruinosas, oteantes de los cuatro puntos cardinales en una gran extensión, que se prolonga por gran parte de la provincia. La ascensión a los picachos es de un turismo atrayente y peligroso. En la misma piedra viva, todo el peñón es una tajante aguja, la mano paciente de los frailes fue tallando peldaño a peldaño la larga escalera que alcanza el pináculo del monte. Y allí donde la piedra está cortada a pico y fue en absoluto imposible tallar la escalera en la roca, se hizo una obra de material de ladrillo, sobre atrevidos arcos semicirculares que desafían el precipicio sobre los que hay que cruzar en ascensión difícil y emocionante». Este texto fue escrito hace casi cien años. El abandono de este lugar ha incrementado su deterioro, haciendo aún más peligrosa la escalada a la peña de Jesús.
Llama especialmente la atención la lujuriosa vegetación mediterránea que serpentea entre estos impresionantes cabezos rocosos, y que dota al paisaje de un encanto que nos transporta a los evocadores parajes salvajes de Asia; porque las ruinas abandonadas y recuperadas para la Naturaleza por una verdadera marea vegetal contribuyen a acrecentar ese halo de mágico misterio que tan excelentemente retratara el célebre escritor inglés Rudyar Kipling en sus admirables relatos fantásticos. La densa vegetación de encinas, quejigos y alcornoques, madroños y brezos, mitigan el maullido de alguno de los linces reintroducidos recientemente en la zona; en los roquedos más inexpugnables se ha instalado una nutrida colonia de buitres leonados y se esconden los posaderos del águila real, el águila perdicera y el búho real. Esta naturaleza prodigiosa no pasó desapercibida para los visitantes que se acercaban a este apartado cenobio, y como muestra tenemos la crónica del padre Alonso de Torres, que en 1683 nos contaba que «el sitio de dicho convento está en medio de sierra Morena, entre unos valles tan profundos y sierras tan encumbradas que no entra alguno a ver su fábrica por el monte, en medio de tanta soledad… el eco que entre sus riscos hacen sus campanas, altera los ánimos y fervoriza los corazones. Recréase también en el espíritu con la música de las aves, pues la soledad del páramela adornó Dios Nuestro Señor para su habitación con tanta diversidad de flores y árboles en cuyas ramas anidan, y con tanta hermosura de hojas y matices que admira el ver tan coronadas sus cumbres y tanto ropaje de varios colores que la viste hasta sus plantas».

La cueva de San Zoilo
Rafael Castejón también escribió que «los monasterios antiguos solían utilizar como celdas las cuevas que en aquellos contornos hubiera, y esto aconteció con el Armilatense; pues cerca del emplazamiento que se le supone, todavía se conserva una hermosa cueva, que viene a confirmar la existencia del monasterio en aquel lugar, pues lleva el nombre de San Zoilo, no porque dicho santo la habitase, sino por haber formado parte de aquel monasterio».
Lo cierto es que los frailes de San Francisco del Monte tenían gran veneración por la cueva de San Zoilo, que debía guardar algunos recuerdos y reliquias del mártir del siglo III, y que probablemente fueran el origen del anterior y legendario monasterio de Armilata; y así lo atestigua el Padre Enrique Flórez de Setién y Huidobro, que, en 1753, decía que junto al sitio donde hoy está San Francisco del Monte se localizaba una cueva que, como el antiguo monasterio, mantenía el nombre de San Zoilo. Sobre esta gruta encontramos más datos en un libro editado por el ayuntamiento de Adamuz y la Diputación de Córdoba, que recopila los resultados de los trabajos llevados a cabo en dicho término municipal por los grupos de espeleología GEKO y G40. En la zona del Guadalmellato se catalogaron hasta 16 cuevas y abrigos, muchas de las cuales fueron utilizadas para sus retiros por los monjes de San Zoilo Armilatense, y posteriormente por los de San Francisco del Monte.
Entre ellas se cita la cueva de Los Carneros, a la que también le atribuyen los nombres de cueva de Los Conventos y de San Zoilo. La boca principal de entrada de la cueva, de sección triangular, se sitúa en la base de una pared de roca caliza situada detrás y al sur del peñón de Jesús. Cuenta con un pasillo que a los 7 metros de recorrido se convierte en una amplia sala donde se ubican dos balcones que hacen las veces de entradas accesorias, y desde donde se pueden contemplar unas vistas extraordinarias del paraje próximo a la cueva. Dicha cavidad, y también las ruinas del convento de San Francisco del Monte, están dentro de una propiedad privada, para poder visitarlas hay que solicitar permiso, aunque desde la misma carretera sí que podemos admirar en la distancia los espectaculares peñones del Convento.
Suscríbete para seguir leyendo
- Estos son los tres aceites cordobeses en el top 10 de los mejores AOVE del mundo
- Así están los embalses en Córdoba tras las lluvias intensas de la borrasca Benjamín
- Comienza el verdeo de la aceituna hojiblanca con precios al alza
- La campaña de la aceituna seguirá este año en Córdoba sin el contingente extranjero
- Plantar olivos en un bosque o en un jardín: distintas posibilidades en Córdoba
- El confinamiento por la gripe aviar afecta ya a todas las granjas industriales en Córdoba
- Mujeres emprendedoras en el mundo rural: 'Este país no está preparado para las madres que quieren trabajar
- La cosecha del membrillo se reduce a la mitad en Puente Genil