Entrevista | Miguel Cobos Secretario general de UPA Córdoba
«Reclamamos precios justos desde hace 30 años y seguimos sin conseguirlo»
Deja el cargo tras 15 años al frente de la organización agraria UPA. Llega el momento de echar el cierre a una trayectoria marcada por la defensa del olivar tradicional, la batalla por unos precios justos y la lucha contra el abandono del campo.

Víctor Castro

-Después de 15 años al frente de UPA Córdoba, ¿qué momento más gratificante recuerda y cuál ha sido la peor etapa?
-Lo más gratificante ha sido el contacto cercano con los agricultores, conocer sus vivencias, compartir sus alegrías y, cómo no, sus problemas. También el equipo humano que conforma UPA Córdoba me ha dado grandes satisfacciones. Hemos consolidado un grupo profesional, con formación y compromiso. Contamos con una ejecutiva sólida de 16 personas, que ha sido clave para trazar las estrategias sindicales, aumentar la afiliación y ofrecer mejores servicios. La etapa más dura, sin duda, es la que todavía estamos viviendo: ver cómo sectores como el olivar tradicional no cubren los costes de producción. Más de 300.000 hectáreas en Córdoba están en una situación insostenible. Cuando el aceite sube, no hay producción porque son olivares de secano; cuando hay cosecha, el precio baja. Este año, por ejemplo, se paga a 3,50 euros el kilo, muy por debajo de los costes reales.
-¿Qué medidas proponen desde la organización para apoyar el olivar tradicional?
-Necesitamos fórmulas imaginativas que garanticen su viabilidad: buscar marchamos de calidad, exigir la trazabilidad del aceite para que no se mezcle con aceites de menor calidad, y modificar el modelo de ayudas de la PAC. No puede ser que los olivares superintensivos, que producen a precios muy bajos, reciban más ayudas que los tradicionales, que tienen costes de producción de más de 4 euros por kilo de aceite. Es un modelo injusto que hay que reformar ya.
-¿Cómo ha cambiado el campo cordobés en estos 15 años?
-Se ha transformado profundamente. Se ha modernizado mucho, se ha mecanizado y digitalizado. A pesar del envejecimiento del sector, las nuevas tecnologías han entrado con fuerza. Desde drones que detectan déficit de agua o nutrientes hasta sensores para optimizar los riegos o analíticas de suelo para ajustar el abonado. El campo ha avanzado en modernización, aunque queda camino por recorrer, sobre todo en el acceso equitativo a esa innovación.
-Ha liderado muchas protestas. ¿Cuál ha sido la más significativa?
-Sin duda, la gran manifestación de febrero de 2020 en Lucena. Fue una respuesta masiva, espontánea, sin apenas convocatorias, que colapsó todos los accesos. Fue un grito del campo por los precios injustos. A pesar de los avances, seguimos con los mismos problemas estructurales. Los productores seguimos atomizados, desunidos, y frente a nosotros hay compradores bien organizados y con poder mediático y económico. Eso nos coloca siempre en desventaja. Reclamamos precios justos desde hace 30 años y seguimos sin conseguirlo.
-¿Qué hay detrás del problema crónico de los precios?
-El fondo es simple: los compradores quieren pagar poco para vender caro. Aquí en España se usa el aceite como producto gancho en los supermercados, se vende barato, y eso hace difícil ganar dinero. Pero el negocio está en la exportación, donde se compra a 3,5 euros el litro, se envasa y se vende en EEUU o Asia a 10 o 12 euros. Cada año exportamos más del doble de lo que consumimos aquí, y ahí es donde realmente está la ganancia. La Ley de la Cadena Alimentaria exige vender por encima de los costes de producción, pero no se cumple. La Administración lo sabe y mira hacia otro lado.
-¿Por qué no se ha conseguido un relevo generacional fuerte en el campo?
-Porque no hay seguridad en la rentabilidad. Algunos años se gana dinero, pero la incertidumbre es total. No sabes cuánto vas a ingresar ni si podrás cubrir costes. Además, el clima nos afecta de lleno con sequías, tormentas, granizo... Tampoco sabemos cuánto vamos a cobrar por lo que producimos, a diferencia de cualquier otra profesión. A eso se suman los déficits del medio rural como la falta de bancos, médicos, un internet lento, escasa oferta educativa... Todo influye en los jóvenes. Si el campo no garantiza una vida digna es difícil atraerlos.
-¿Tiene UPA alguna percepción de trato diferenciado por parte de los partidos políticos?
-No. La realidad es que el campo es tratado por igual por todos los gobiernos, sin distinción de color. Las ayudas y políticas reales vienen de la Unión Europea. Lo que se gestiona aquí es mínimo. Por eso no hemos notado ni beneficios ni grandes perjuicios con ningún partido.
-¿Qué se debería cambiar para garantizar la supervivencia de la agricultura familiar?
-Lo primero es reformar el modelo de reparto de ayudas. No puede seguir siendo «café para todos». Hay que priorizar al agricultor profesional, al pequeño productor, al olivar de sierra. No puede recibir lo mismo quien tiene 3.000 hectáreas que quien vive de 10 en una zona de pendiente. También es fundamental aplicar de verdad la Ley de la Cadena Alimentaria. Obliga a pagar por encima de los costes de producción, pero no se está cumpliendo. La administración lo sabe, y no actúa. Si esa ley se aplicara con rigor, cambiaría radicalmente la situación del campo.
-¿Están preparados los pequeños y medianos agricultores para asumir el reto de la digitalización?
-Sí. Hay interés y ganas. Nosotros damos formación en el uso de drones, cuadernos digitales, poda... Si lo ven útil, se apuntan. Sobre todo los más jóvenes. Es verdad que los agricultores de más edad tienen más dificultades, pero hay voluntad de aprender. El campo se quiere modernizar.
-Y para terminar, ¿qué consejo le daría a quien le sustituya al frente de UPA Córdoba?
-Que mantenga la esencia de nuestra organización, la cercanía al territorio, servicios de calidad y la atención directa al socio. Somos la organización agraria que más PAC tramita en Córdoba. También es clave la capacidad de negociación con las administraciones, y si no se atienden nuestras demandas, movilizarnos. La voz del pequeño y mediano agricultor debe seguir escuchándose con fuerza. Ese es el camino.
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