Calenda verde

Góngora y el arroyo Pedroche

El gran poeta cordobés tuvo en arrendamiento la huerta de Don Marcos, una finca aledaña al arroyo Pedroche cuyo paisaje pudo inspirar parte de su obra

Mesa del Orive o Meseta blanca. | AUMENTE

Mesa del Orive o Meseta blanca. | AUMENTE

José Aumente Rubio

José Aumente Rubio

Córdoba

La imprenta y librería del Diario CÓRDOBA publicó en el año 1896 el libro Góngora, racionero: notas auténticas de hechos eclesiásticos del gran poeta, sacadas de libros y expedientes capitulares, escrito por el canónigo magistral de Córdoba D. Manuel González y Francés. En dicha obra se transcribe un documento que acredita que Don Luis de Góngora llevó la Huerta de Don Marcos en arrendamiento durante veinticinco años, tomándola el 17 de junio de 1602, por los días de su vida y los de su sobrino don Luis de Saavedra, al precio de dieciocho maravedís y dieciocho pares de gallinas cada año. Aunque no hay prueba documental alguna, se especula que allí escribió el gran poeta cordobés muchos de sus romances y letrillas, y, sobre todo, Polifemo y las primeras Soledades; y a ella se retiraba a descansar el insigne vate en los intervalos que le dejaba libre su larga y ajetreada vida.

Esta huerta está situada a pocos kilómetros al noreste de Córdoba, en el valle del arroyo Pedroche, aguas abajo del puente de Hierro. En un mapa del Instituto Geográfico y Catastral del término municipal de Córdoba del año 1898, a escala 1:25.000, se señala la ubicación exacta del caserío y de un molino del mismo nombre situado en la margen derecha del arroyo Pedroche. Hasta allí se dirigieron en el año 1929 varios miembros de la Real Academia de Córdoba para celebrar un acto en conmemoración del tercer centenario del fallecimiento del ilustre poeta cordobés. Entre ellos se encontraba el académico, archivero y cronista Don José de la Torre y del Cerro, autor de varios estudios sobre ilustres personajes cordobeses. Don José leyó el contrato de arrendamiento que formalizó Don Luis de Góngora con el Cabildo y en la fronda del soto del arroyo Pedroche, cercana al molino, los académicos recitarían el poema No vayas, Gil, al Sotillo, inspirado, según afirmaban, en este paraje del arroyo Pedroche, y cuyo estribillo dice: «No vayas, Gil, al Sotillo, / que yo sé / quien novio al Sotillo fue, / que volvió después novillo». Este delicioso poemilla abunda en elementos naturales presentes en los sotos ribereños: «…verás sus álamos verdes,/ y alcornoque volverás. / Allá en el Sotillo oirás / de algún ruiseñor las quejas, / yo en tu casa, a las cornejas,/ y ya tal vez al cuclillo…».

Un rebaño de ovejas pasa por  el arroyo Pedroche, cerca del molino de Don Marcos.

Un rebaño de ovejas pasa por el arroyo Pedroche, cerca del molino de Don Marcos.

¿Quién era ese don Marcos que dio nombre a la huerta y al molino, y como llegaron a ser propiedad del Cabildo Catedral? Se ignoraba por completo hasta que a fines de diciembre de 1950 el académico y canónigo de la catedral de Córdoba D. Rafael Gálvez diera una conferencia donde informó del descubrimiento de un documento que confirmaba que esta huerta perteneció en el siglo XVI a un canónigo del Cabildo cordobés llamado- -como era de esperar- D. Marcos, que la dejó en herencia a su sobrina doña Elvira, que a su vez la legó al Cabildo. En dicho documento se habla de la existencia de un molino de aceite, del que todavía se conservan sus restos en el margen del arroyo, y también cita algunas especies de árboles, como álamos y almeces, que aún hoy conforman el bosque de ribera que acompaña a este curso de agua.

Me dispongo a emular, casi cien años después, la visita de los académicos a tan sugestivo lugar, pero mi sorpresa fue mayúscula cuando compruebo que alguien ha invadido el dominio público hidráulico y se ha apropiado del molino de Don Marcos, cercándolo con ramajes, viejos somieres oxidados y mohosos colchones medio deshechos, un irracional atentado a la cultura y a la naturaleza, en un paraje que constituye un auténtico corredor verde que se adentra en el extrarradio de la ciudad. En ese espacio confluyen varios elementos de interés: además de los vestigios del mencionado molino del siglo XV, se encuentran los restos mejor conservados del Aqua Nova Domitiana, acueducto romano construido para abastecer a la Colonia patricia en el principado de Domiciano, esto es, entre los años 81 y 96 d.C.. Cerca está el puente de hierro, espectacular obra de ingeniería inaugurada en 1873; y en el estribo del mencionado viaducto se localiza un yacimiento de interés científico incluido en el Plan Especial de Protección del Medio Físico de la provincia de Córdoba, que destaca por su fauna fósil con trilobites, algas y huellas fósiles. La Real Academia de Córdoba, en reconocimiento al aprecio y la valía que sus antecesores dieron a este lugar, debería mediar para que tanto el Ayuntamiento como la Confederación Hidrográfica del Guadalquivir tomaran cartas en el asunto y arreglaran este desaguisado.

Interés geológico de la fábula de Polifemo y Galatea

Cuando leemos, nuestro cerebro procesa la información y visualizamos lo que nos están contando, nuestra fantasía está ejercitándose. A partir de las letras, que no son más que unos dibujos en un soporte, podemos ver imágenes. Cuando Luis de Góngora leyó La Metamorfosis de Ovidio, su imaginación debió situar muchas de las escenas que componen este extenso poema, considerado una obra maestra de la edad de oro de la literatura latina, en paisajes que ya conocía y que luego inspirarían su propia versión. Eso debió ocurrir con la fábula de Polifemo y Galatea, a partir de la cuál Góngora elaboró su famoso poema, una obra de tremenda precisión lingüística, cargada de genialidad. Un arroyo como el de Pedroche pudiera muy bien evocar la metamorfosis fluvial de Acis, un joven pastor del que estaba enamorada la ninfa Galatea, cuya sangre las divinidades marinas transforman en agua fluyente que llega hasta el mar. Fueron los celos los que llevaron al cíclope Polifemo a asesinar a Acis. Este gigante monstruoso y cruel era en realidad un pobre pastor que vivía en una oscura gruta rodeada de árboles y poblada de aves nocturnas, donde albergaba asimismo a su multitudinario rebaño de cabras: «De este, pues, formidable de la tierra bostezo, el melancólico vacío a Polifemo, horror de aquella sierra, bárbara choza es…».

El Grupo Espeleológico G40 ha catalogado 14 cuevas en el entorno del arroyo Pedroche. Una de las grutas más espectaculares es la cueva del Tempranillo, también conocida ¡oh casualidad! como cueva de las Cabras, que está situada aguas arriba del arroyo Pedroche a unos cuatro kilómetros de la huerta de don Marcos ¿Llegaría Don Luis al paraje de la Mesa de Orive o del Sol (en la actualidad conocido como Meseta Blanca) en sus excursiones venatorias por la sierra? ¿Repararía en aquella cueva que abre su boca por bajo de la cima aplanada de la montaña? Es muy probable que así ocurriera.

Merece la pena acercarse a conocer estos parajes de indudable interés geológico. Las mesas son relieves estructurales formados por un estrato horizontal aislado y más resistente a la erosión. Se trata de calizas arenosas del Mioceno dispuestas en estratos horizontales, discordantes sobre materiales más antiguos, calizas muy trituradas e inclinadas del Cámbrico Inferior. El resultado es una serie de montañas de cimas aplanadas, separadas por barrancos excavados por el arroyo Pedroche y sus afluentes, que se constituyen en drenajes naturales de estas pequeñas mesetas. La naturaleza caliza del terreno facilita la infiltración de agua y la formación de grutas y cuevas, como esta del Tempranillo o de las Cabras, que muy bien pudo servir de inspiración a Góngora.

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