CALENDA VERDE

Cantos primaverales

Siguen incorporándose a nuestras comunidades vivas nuevos migradores. Aves que pasaron el invierno en el cálido trópico africano animan ya nuestros campos con sus sonidos

Un petirrojo cantando en plena naturaleza.

Un petirrojo cantando en plena naturaleza. / J. Aumente

José Aumente Rubio

José Aumente Rubio

Estoy de acuerdo con Joaquín Araújo en que, probablemente, a Goethe le debamos la mejor definición de los ritmos de la Naturaleza. El dramaturgo, novelista, poeta y naturalista alemán, autor de Fausto, nos legó este bello texto en sus memorias: «Todo el contento de la vida cifrase en el retorno regular de las cosas exteriores. La sucesión del día y la noche, de las estaciones del año, de las flores y de los frutos y de cuantas demás cosas se producen en épocas determinadas, para que las podamos gozar y las gocemos, son los verdaderos resortes de la vida terrena. Cuanto más abiertos estemos a estos placeres tanto más dichosos nos sentimos, pero si la variedad de los fenómenos van y vienen ante nosotros sin que en ellos tengamos parte, o si no tenemos capacidad receptiva para tan magníficas ofertas, sobreviene el mayor mal, la enfermedad más grave, y consideramos entonces la vida cual odiosa carga». Abramos, por tanto, nuestros sentidos a las novedades que se van produciendo a nuestro alrededor, y gocemos «de los resortes de la vida terrena». 

Entramos de lleno en la estación de más color y bullicio, en la que la mayoría de los animales se cortejan y aparean. Con marzo se dice adiós al invierno, comienza la primavera, y con ella el año natural. Después del letargo invernal, animales y vegetales recobran su pulso vital. En sus entrañas la sangre ha comenzado a bullir y a contagiarnos a todos, como si tras la estación del frío estuviéramos faltos de esa tensión que da el juego de la vida.

Paisaje sonoro

En este mes de primavera, cada día que pasa hay que apuntar un nuevo canto en la agenda del paisaje sonoro. El pasado 18 de marzo escuché el primer canto del cuco, subiendo al Picacho de Cabra por el sendero de la Ermita; y por estos días deben estar llegando los ruiseñores a ocupar su territorio en las malezas ribereñas. Trinos, gorjeos, traqueteos, silbidos; cantos aflautados, dulces suaves, melodiosos, agudos, estridentes, ricos o fluidos...

Ninguna otra manifestación de vida animal despierta en nosotros tantas emociones como los cantos de los pájaros y, sin embargo, se trata de un hecho puramente fisiológico. Las aves cantan para establecer la existencia y límites de su territorio, o para indicar a las hembras la existencia de un macho disponible que ofrece un hogar. Estos sonidos se producen por un órgano especial, la siringe, situado en la parte superior de la tráquea; y es estimulado por la hormona masculina testosterona, que se dispara cuando la luz del día alcanza cierta duración, generalmente más de 12 horas.

La magia de la naturaleza subyace precisamente en que aquello que es normal, «natural», puede provocar en nosotros tal turbación, que lance nuestra imaginación a través de los más diversos campos de la creación artística o literaria. Obras de Beethoven, Haydn, Vivaldi, Liszt o Grieg se inspiraron en el canto del ruiseñor o del cuco. Y son incontables las composiciones literarias que hallan su musa en los sonidos de la primavera. ¡Libre concierto de picos, fresco y sin fin!, como diría el poeta Juan Ramón Jiménez. «La golondrina riza, caprichosa, su gorjeo en el pozo; silba el mirlo sobre la naranja caída; de fuego, la oropéndola charla, de chaparro en chaparro; el chamariz ríe larga y menudamente en la cima del eucalipto; y, en el pino grande, los gorriones discuten desaforadamente»... «cantan, cantan. ¿Dónde cantan los pájaros que cantan?»

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