CALENDA VERDE
La candela de la encina
Grandes autores como Dámaso Alonso y Miguel de Unamuno han dedicado libros a este árbol
«¿No habéis visto florecer una encina? No habéis visto nada de un temblor y nobleza semejante. Se enciende también levemente, pero no como el granado en ascua, sino en miel, en un dorado llover, que hace grande y tierno el aire alrededor. Ah si la flor de la encina oliera, ¿qué fuerza de olor no sería la suya, qué chorro de aroma colmando el campo todo?». Estas palabras están extraídas de unos de mis libros de cabecera, Las cosas del campo, del poeta antequerano José Antonio Muñoz Rojas, del que dijo Dámaso Alonso en carta dirigida a su autor: «Has escrito, sencillamente, el libro de prosa más bello y más emocionado que yo he leído desde que soy hombre».
Por su parte, Miguel de Unamuno, en cuya amplia obra encontramos centenares de llamamientos a la serena contemplación de la Naturaleza, decía de «estas encinas que esconden recatadamente su flor, la candela», lo siguiente: «...la encina que arraiga en las rocas, en las entrañas pedregosas de la tierra, y de éstas toma jugo para fraguar su corazón melodioso, y para ofrecer al sol, sus candelas como en oficio litúrgico, y dar luego el dulce y sazonado fruto de bellota! Un encinar es como un templo. En él se sueñan misterios druídicos».
La candela es la flor masculina de la encina, organizada en amentos o inflorescencias colgantes, que engalanan las encinas en primavera. Su color dorado genera un impacto visual que hace que la dehesa se llene de tonos amarillentos en esta época, marcando su aparición el inicio de crecimiento de las bellotas.
Dice el refrán que si la encina tiene mucho «moco», en la montanera da poco. Otra forma de nombrar, quizá algo más vulgar, a la flor de la encina. Esta especie, como el resto de plantas del género ‘quercus’, es monoica, es decir, tiene las flores masculinas y femeninas diferentes, pero reunidas en el mismo pie. Frecuentemente la floración masculina se adelanta a la femenina, por lo que si el árbol invierte demasiado esfuerzo en hacer el «moco», luego apenas si emite flores femeninas, o bien no tiene suficiente energía para formar frutos con abundancia.
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