Diario Córdoba

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VENTANA A LA NATURALEZA

Alúas y pájaros insectívoros

Si se da una vuelta por muchos pueblos olivareros con retazos de monte mediterráneo en Sierra Morena, aún se pueden detectar verdaderas baterías de costillas armadas en su cama, prestas para fracturar el cuello de cualquier ave que intente capturar la alúa

Imagen de un ejemplar de taravilla macho, que suele ser víctima de las costillas o trampas. Fernando J. Contreras Parody

Las primeras lluvias del otoño ya han llegado anunciando un cambio en el tiempo. El campo comienza a colorearse de rojos y amarillos, principalmente en las zonas asociadas a los cursos de agua y las umbrías. Es el momento de la salida de las hormigas aladas de sus hormigueros, más conocidas como alúas o aluíllos, dependiendo de su tamaño. Una nueva generación de hormigas buscan formar sus propios hormigueros, salen todas juntas como garantía ante la depredación.

En esta época es común observar en taludes y terraplenes de carreteras y caminos, y descampados, a personas con azadilla en mano abriendo los hormigueros y recogiendo en botes con papel de estraza húmeda a las alúas. Posteriormente, en casa las pasaran a recipientes de mayor tamaño con el mismo sistema. El futuro de éstas es su utilización como cebo vivo en las llamadas costillas o cepos para capturar a pajarillos (zorzales, petirrojos, currucas...) para su posterior consumo sin garantía sanitaria. Se suelen instalar baterías de estos elementos a lo largo de lindes de distintas estructuras de vegetación aprovechando que estas especies tienen un régimen insectívoro y son atraídas por las alúas. Encuentran la muerte con el cuello fracturado por el cierre del cepo con gran fuerza sobre él. A veces también es fracturada la columna por otros lugares con el mismo resultado.

Cartel de un colegio en defensa de las aves, según la ley de 1986. Arenas

El beneficio de estas aves es conocido desde antiguo. Una ley de 1896, por la que se dictaban normas para la protección de los pájaros, señalaba que «las aves de rapiña nocturnas, los tordos de torre y los demás pájaros de menor tamaño, se declararán insectívoros, y no podrán cazarse en tiempo alguno». En las puertas de los ayuntamientos, se indicaba, se colocaría un cuadro en el que se leyera: «Los hombres de buen corazón deben proteger la vida de los pájaros y favorecer su propagación. Protegiéndolos, los labradores observarán cómo disminuyen en sus tierras las malas hierbas y los insectos. La ley prohíbe la caza de pájaros y señala pena para los infractores». Asimismo, en las puertas de las escuelas se instaba a poner un cuadro en el que se leyera: «Niños, no privéis de la libertad a los pájaros; no los martiricéis y no les destruyáis sus nidos. Dios premia a los niños que protegen a los pájaros, y la ley prohíbe que se les cace, se destruyan sus nidos y se les quiten las crías».

Se les asignaba a los alcaldes y los jueces municipales la potestad de sancionar el incumplimiento de estos preceptos y el que delinquiera por cuarta vez era considerado como reo de daño y entregado a los tribunales. Los insolventes mayores de dieciocho años eran penados con días de prisión y los padres y representantes legales de los menores eran responsables civiles y subsidiarios de éstos. Se instaban a los gobernadores y presidentes de Audiencia Territorial a castigar con arreglo a sus facultades, a los respectivos subordinados que demostrasen poco celo en la aplicación de la ley. Resultan curiosas estas determinaciones en una sociedad poco avanzada en relación con la nuestra. En otro artículo publicado por Diario CÓRDOBA al cumplirse el 125 aniversario de la promulgación de esta ley, se hizo un recorrido del sistema de protección hasta llegar a nuestros días, en el que la práctica cruel de matar aves insectívoras se considera como un delito penal y ya son muchas las sentencias dictadas al efecto. A pesar de ello, si nos damos una vuelta por muchos pueblos olivareros con retazos de monte mediterráneo en Sierra Morena, aún podemos detectar verdaderas baterías de costillas armadas en su cama, prestas para fracturar el cuello de cualquier ave que intente capturar la alúa.

Con sus movimientos envía destellos desde sus alas que atraen a los pajarillos insectívoros. Los lugares donde se colocan son conocidos en gran medida en los distintos municipios y las personas que se dedican a este menester siempre van a acceder a esos lugares y regresar a su pueblo por sitios perfectamente identificables. No es muy difícil montar operativos para dar un golpe definitivo a estas prácticas ancestrales y que tan poco dicen de la cultura de respeto a los seres vivos. En estos casos existen lo que los investigadores denominan señales de autor en la confección de las costillas e, incluso, puede determinarse si están hechas por un zurdo o un diestro, características que sirven y pueden ayudar a cerrar el círculo sobre el supuesto delincuente. Existe ya mucha experiencia acumulada y son muchos los cursos impartidos como para no aprovechar la sabiduría adquirida. Sólo hace falta una decisión clara de intentar reducir a mínimos esta práctica delictiva que incluya campañas de información como se hacían en los años ochenta y noventa. En alguna época llegó a justificarse la captura de pajarillos insectívoros como una fuente de proteínas para familias desfavorecidas. Hoy día existen servicios sociales muy avanzados que no permiten mantener esta premisa y la justificación del incumplimiento de la legislación.

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