Apenas dos meses después de la aparición de los primeros nidos de oruga peluda en viñedos de la Denominación de Origen Protegida (DOP) Montilla-Moriles, el Consejo Regulador ha alertado de la «dispersión» por algunas fincas del marco de los primeros ejemplares de este lepidóptero que ataca a cultivos como las habas o la vid y que, de no atajarse a tiempo, es capaz de causar «auténticos estragos» en las plantaciones.

Según detalla el Aula de Viticultura del máximo órgano de control de los vinos a través del boletín que emite la Agrupación para el Tratamiento Integrado en Agricultura (Atria), la presencia de orugas es «muy irregular» y, por tanto, no puede hablarse de un «ataque generalizado», aunque, en algunos casos puntuales, se aprecian daños de «bastante intensidad».

«Es aconsejable vigilar su evolución en la viña, lindes y las parcelas colindantes», recomienda la responsable del Aula de Viticultura, Ángela Portero, quien aclara que la falta de lluvia no ha tenido el «efecto destructor» esperado y que hubiera posibilitado un «control parcial» de la plaga con la rotura de las telarañas.

«Por tanto, debemos tener en cuenta estas circunstancias en la programación en los tratamientos para el control de las orugas y, en el caso de parcelas con fuerte ataque, se recomienda primero tratar y labrar a los dos o tres días del tratamiento», detalla.

A su vez, las condiciones climáticas podrían hacer coincidir la fase de dispersión de las orugas con la fase de brotación de la vid, lo que terminaría siendo «dañino» para el cultivo.

Por ello, desde el Consejo Regulador instan a los agricultores a recorrer las viñas y las parcelas colindantes para detectar el nivel de ataque, especialmente en olivares con cubierta vegetal.

«Cuando están en los nidos, lo ideal es destruir las telarañas que las protegen y matar las orugas por métodos mecánicos o químicos pero, cuando ya están dispersas, el método de control más recomendable es el químico, siempre mediante productos autorizados», advierten los técnicos, que recuerdan que «las orugas errantes son las más voraces», dado que atacan las yemas brotadas del viñedo e, incluso, de otros cultivos como las habas.

Las orugas errantes se alimentan de las yemas principales, lo que obliga a la planta a brotar una yema secundaria que ya no presenta racimos, por lo que genera una gran pérdida de cosecha.