Los cetáceos (un grupo de mamíferos marinos con alrededor de 80 especies diferentes) constituyen un verdadero tesoro biológico que cada vez se encuentra más acorralado por impactos de origen humano. Son conocidas las imágenes de cachalotes varados de cuyo estómago se sacan kilos y kilos de plástico ingerido accidentalmente. Ese problema, junto con los choques fortuitos con embarcaciones, la contaminación química y la pesca, son amenazas ya clásicas para estos animales. Y, sin embargo, la más grave de todas puede ser la crisis climática que afecta al conjunto del planeta. El cambio que se produce en la temperatura global rompe el sistema ecológico en el que se basa la vida de delfines, rorcuales, cachalotes o calderones.

La crisis climática afecta tanto a las especies con una distribución más limitada (que viven en un área determinada) como a las que realizan largos desplazamientos. El problema es especialmente visible en los polos. En la Antártida, los grandes cetáceos se alimentan de krill (una especie de zooplancton similar a las gambas), el cual se alimenta a su vez de algas que solo crecen bajo el hielo. Pero como el aumento de las temperaturas funde el hielo, desaparecen estas algas y el krill también retrocede. Los mamíferos marinos que dependen de él se encuentran así ante un problema. «Pongamos el ejemplo de una ballena que realiza largas migraciones estacionales y, a su llegada a la zona de alimentación en el polo, se encuentra sin su sustento, justo cuando sus reservas están bajas por el esfuerzo del viaje», explican Ana Aldarias y Tania Montoto, de Ecologistas en Acción, autoras de un informe sobre estos mamíferos marinos.

Pero, además, el calentamiento despista a estos animales para saber cuándo deben iniciar la migración o desarrollar otros procesos vitales: «Muchas especies dependen de estímulos o señales ambientales que les indican cuándo es el momento adecuado para emprender sus movimientos migratorios o desarrollar las distintas fases de su ciclo vital. La alteración de estos estímulos por el calentamiento global (por ejemplo, cambios en el inicio del deshielo en primavera o la formación del hielo en el otoño y, en general, los cambios de temperatura) pueden tener consecuencias importantes para las poblaciones», añade.

Difícil adaptación

Ante el calentamiento de las aguas, varios estudios apuntan a que muchas especies marinas adaptan su distribución trasladándose más hacia los polos y hacia aguas profundas. Ahora bien, «las poblaciones que tienen áreas de distribución muy limitadas pueden tener dificultad para llevar a cabo esta adaptación. Por ejemplo, en un mar semicerrado como el Mediterráneo, las poblaciones que habitan en el norte tienen pocas posibilidades de adaptar su distribución, igual que las poblaciones ligadas a islas, como los delfines mulares. El cambio climático está sometiendo a estas poblaciones a mucho estrés», añade la también experta en la materia Lucía López, de la misma entidad conservacionista.

Pero el menú de impactos que sufren los cetáceos es mucho más amplio. El choque con barcos acaba con muchos individuos cada año. Ballenas y cachalotes pasan largos periodos de descanso en superficie, lo que les hace vulnerables al tráfico de los grandes buques. En España, hay dos zonas especialmente peligrosas, debido a la densidad de embarcaciones: el Estrecho de Gibraltar y las islas Canarias, con todo tipo de barcos y transporte de pasajeros. En el caso de Canarias, se determinó que entre el 1991 y el 2007 el 11% de los varamientos de cetáceos se debía a colisiones con embarcaciones, afectando principalmente a cachalotes comunes, cachalotes pigmeos, zifios de Cuvier y calderones tropicales, detalla Lucía López en su informe sobre las interacciones entre cetáceos y actividades humanas. Una de las formas de atenuar este peligro consiste, según ella, en excluir algunas zonas de la navegación y disminuir la velocidad en otras. «Reducir la velocidad de 15 a 8,6 nudos disminuye la posibilidad de una colisión fatal del 80% al 20%», asegura.

Pesca accidental

Otro enemigo de estas especies es la pesca accidental. Las normativas aprobadas para evitar este fenómeno siguen sin mostrarse eficaces. La utilización de redes de deriva causa estragos entre estas poblaciones, pues actúan como verdaderas cortinas flotantes, de unos 30 metros de altura y varios kilómetros de longitud, atrapando cuanto encuentran a su paso, sin distinguir entre especies. En el Mediterráneo están prohibidas desde el 2002, pero siguen usándose de forma ilegal por parte de varios países de esta cuenca, según el estudio de Lucía López. Sin embargo, son muchas las artes de pesca que acaban de forma inintencionada con miles de cetáceos al año.

Y el ruido. Los barcos provocan ruido bajo el mar con sus hélices, especialmente cuando se trata de buques de gran tonelaje. Pero también las maniobras militares y las prospecciones sísmicas en busca de hidrocarburos son responsables de este problema. Los cetáceos se comunican entre sí mediante sonidos bajo el mar, y ese ruido externo les impide tanto la comunicación como el acceso a la fuente de alimento.

La contaminación causada por plásticos y por sustancias químicas, sobre todo compuestos organoclorados, están también en la base de la disminución de poblaciones de cetáceos. En los años 80 los organoclorados fueron prohibidos por la Unión Europea, pero su persistencia en el medio es tan alta que los mamíferos marinos del Mediterráneo siguen padeciendo aún hoy sus efectos de manera notable.