De las publicaciones de los geógrafos cordobeses Antonio López Ontiveros y José Naranjo Ramírez se puede inferir que originalmente en la campiña cordobesa predominaba la explotación cerealista con rotación de cultivos principalmente de leguminosas que fertilizaban las tierras y a su vez constituían un complemento alimenticio para la población humana y animal, que han llamado «cultura cerealista». En menor medida también aparecían el olivar, el viñedo y otros cultivos como las verduras y hortalizas, cerrando así una economía de subsistencia con poco intercambios con el exterior. Esta «cultura cerealista» conformó un sistema similar a los ecosistemas esteparios naturales de hierbas altas. Con el transcurso de los años, fueron ocupados por especies de aves esteparias adaptadas de forma armoniosa. La avutarda es la más significativa por su tamaño y ecología, y que en el mundo de la conservación sirve como una especie paraguas al necesitar mayores superficies. A su amparo se desarrollan otra cohorte de especies menores.

En el siglo XVIII la campiña ya estaba intensamente cultivada y un pueblo tan olivarero como Bujalance es citado como «ciudadita bien situada, con campiña espaciosa, poblada de viñas, olivares, abundantes granos y dehesas». Es a partir de mitad de este siglo cuando se expansiona el olivar en la campiña, aunque parece que sólo ocupaba el 16% de la tierra agraria, pero ya se extendía sobre el 66% de la superficie de Bujalance y el 52% de Puente Genil. Esta primera expansión se extiende principalmente sobre terrenos ocupados por monte mediterráneo. Es llamativo el caso del monte comunal Monte Horquera, de Nueva Carteya, que en 1834 es repartido entre sus vecinos y es plantado de millones de olivos según los datos de la época.

A mediados del siglo XIX más del 80% de la superficie cultivada de la campiña cordobesa era de tierra calma y el paisaje cerealista se interrumpía con restos de vegetación natural casi extinguida con encinas y chaparros dispersos en los lugares de más accidentada topografía. Los cultivos eran predominados por el trigo, la cebada y las legumbres. La desamortización propicia que a finales del siglo XIX el 81% de la superficie de las tierras agrarias de cereales pasen a ser un 70% en beneficio del olivar. Se ha citado que la desaparición del monopolio sobre el olivar del puerto de Sevilla y la expansión del ferrocarril también facilitó la salida del producto hacia zonas interiores y, por tanto, del incremento de superficie del olivar.

La entrada en la Unión Europea con la seguridad de las subvenciones agrarias ha vuelto a provocar una nueva reciente expansión del olivar, intensificada en los últimos años por la transformación del olivar en regadío y la producción intensificada del cultivo en seto, a los que se ha venido a sumar el cultivo del almendro y del pistacho, a costa de los cultivos cerealistas. Ya en el año 2013 algunos autores advertían que se atisbaba el punto de partida de una crisis significativa del sector con producciones de aceite difícilmente asumibles por el mercado y agravada por la política de precios. Los olivares de montaña serán los perjudicados. Aún se siguen transformando superficies cerealistas y como botón de muestra se puede decir que se han perdido en la provincia de Córdoba desde 2010 hasta 2017 más de 23.000 hectáreas de cereales y, por el contrario, ha aumentado en más de 2.000 el cultivo del almendro y cerca de 8.000 el cultivo del olivar.

El mismo camino que las estepas cerealistas han seguido las aves esteparias. El núcleo de Bujalance-Cañete de avutardas está casi desaparecido, la ganga ortega ha reducido su población en Andalucía un 17% y cada vez está más fragmentada y concentrada, siendo más vulnerable. La misma suerte están siguiendo las aves más pequeñas, con descensos generalizados de al menos un 30%.

La Plataforma por la Conservación de las Aves Esteparias y sus Hábitats en Andalucía ha instado a la Administración, entre otros puntos, a la creación de un Pacto Andaluz por la Conservación de estas aves y mejorar las ayudas a los agricultores cerealistas con buenas prácticas de gestión de la biodiversidad en las zonas de importancia para las aves esteparias para que no se vean obligados a buscar cultivos más rentables. En la actualidad ambas administraciones, agraria y medioambiental están bajo un mismo techo y se abre una oportunidad para mejorar esta situación con la nueva PAC. El camino se hace andando.

(*) Biólogo