Retomo mis artículos por donde los dejé, analizando la huella que la Orden del Temple dejó en nuestra ciudad durante su efímero paso por ella. Como ya habrá comprobado, amigo lector, este rastro no se reduce únicamente a posesiones materiales como las que ya me encargué de señalar, sino que afecta también a parte de nuestro patrimonio inmaterial. Así, hoy me gustaría hablar del culto a las vírgenes negras en Córdoba, introducido en Europa precisamente por los templarios a mediados del siglo XII.

Este tipo de efigies representan a la Virgen María con la piel oscura o completamente negra, y las originales se caracterizaban por tener los ojos almendrados, el rostro inexpresivo y la mirada dirigida al horizonte. Al conceder a su estatua este inquietante semblante faraónico y pintar su rostro de tonos apagados, los escultores medievales estaban dejando patente su lugar de origen: Egipto.

Para corroborar esta hipótesis, basta con analizar una de estas composiciones románicas de María con el Niño Jesús sobre sus rodillas, y compararla con cualquier figura de la diosa egipcia Isis con su hijo Horus en el regazo. Rápidamente caeremos en la cuenta de que la iconografía de ambas es exactamente la misma, lo que conduce a numerosos investigadores a interpretar que este tipo de representaciones marianas fueron la forma que tuvieron los templarios de rescatar el culto ancestral hacia las deidades paganas de la fertilidad, y de camuflarlo a ojos de la Iglesia para ponerlo en práctica sin ser condenados por herejía.

Actualmente en Córdoba podemos encontrar dos llamativos ejemplos de la gran devoción que las vírgenes negras despiertan entre los creyentes. El primero, en una capilla de la Iglesia de San Francisco y San Eulogio, donde desde 1.989 podemos encontrar en la parte central del retablo del mismo nombre una pequeña escultura de la Virgen de la Cabeza. Se trata de una réplica de la patrona de Jaén, tallada a principios del siglo XX por el imaginero sevillano Manuel Coquera, y que provoca tal fervor en nuestra ciudad que cada año se le honra con una popular romería. El otro ejemplo destacable lo hallaremos en la parroquia de Santa María de Guadalupe, en la Avenida Veintiocho de Febrero, donde hay nada menos que dos reproducciones de la patrona de Extremadura. La expuesta en el altar fue esculpida en los años 80 por el hermano Javier Córdoba de Julián, mientras que la que se conserva en la oficina del párroco fue tallada en la década anterior por el imaginero bujalanceño Juan Martínez Cerrillo. Otro testimonio del notable componente espiritual del legado templario.

(*) El autor es escritor y director de ‘Córdoba Misteriosa’. Puede seguir su trabajo en www.josemanuelmorales.net