Sube el telón. Juan Terres se encuentra en el banquillo, el porqué es lo de menos. Hay poca luz para ahorrar energía y por si alguien se pone colorado.

Juez.- ¿Cómo se llama usted? Oficio y lugar de nacimiento, nombre del padre y diga usted «lo juro» en este libro.

Juan.- Me llaman Juanes de Tregua. Mi oficio es transitador de rumbos varios y mi padre es un juez que no conozco.

Chupatintas.- (Al oído, para que se entere toda la sala). No tiene que creer una palabra, señor juez. En todo lo que ha dicho no hay una sola cosa cierta y a mí me pone en entredicho, pues dice aquí (saca un cuaderno enorme) que usted se llama Juan Terres y no Juanes, vago de nacimiento y borracho para más inri. Y su padre... me callo porque no viene a cuento.

Abogado.- ¡Protesto!

Juez.- ¿Qué dice usted al respecto, Juan o Juanes? Le advierto que esto es un tribunal y aquí se dice la verdad o se miente o se protesta.

Abogado.- ¡Protesto!

Juez.- Pero al fin, la justicia, tan ciega como sorda, brilla y en el trullo dan con sus huesos los que se enfrentan a ella.

Juanes.- Al respecto no sé, pero a ese que se sienta a su lado sí que voy a decirle dos cosas: que me llamo Juanes pese a su cuaderno, y que no es que trabaje gran cosa, pero no me parece este un sitio para hablar de ello. Y ya que tengo la palabra aprovecho para felicitar a mi abogado por lo bien que dice «¡Protesto!»

Chupatintas.- Insisto. Aquí dice bien claro...

Juez.- Al grano, ¿de qué se le acusa?

Fiscal.- De todo. Que no ama a su patrón sobre todas las cosas, que no honra a su padre y a su madre, que no ve la televisión, que fornica en sábado y que vuelca los cubos de la basura.

(Cae el telón. Sube el telón. Sale Juanes con el Pepes, el Emilios y el Pacos).

Pepes.- Hazte algo, compadre, para celebrar que Juanes salió del suceso.

Emilios.- Cuéntanos ahora cómo fue la cosa, pues no es corriente que por la puerta que entraste salga nadie con menos de seis años.

Juanes.- Yo tuve suerte. Y buen abogado, que con una palabra callaba a los jueces. «¡Protesto!», decía. Ni Dios le escuchaba. Pero él insistía «¡Protesto!» muy serio, como si lo que hacía fuera importante. Quizá porque a fuerza de ignorarlo ni el chupatintas le contradecía. Y al final, los dos en el banquillo, me mira, me toca, me mide con la vista y me dice «¡Adiós!, te fusilan. Yo te defendí, que conste, pero te fusilan». Yo me limpio los mocos y digo «¿No hay esperanza?» «¡No!, te fusilan».

Vienen los jurados muy serios. Se sientan. Sacan unos papeles. «¡Cadena perpetua!», dice el chupatintas.

Juanes.- ¿Pero yo qué he hecho?

Juez.- No, si usted puede irse. Es para el palizas.

(Se quedan todos callados mientras cae el telón).