Con los primeros rayos de sol de un viernes de junio, un muchacho irrumpe de forma atropellada en el Campo de la Verdad. Parece que el corazón se le fuera a salir del pecho. Cruza la Puerta del Puente a toda prisa, con la cara descompuesta y una caja de cartón entre las manos. Se dirige a La Higuerilla, antiguo calabozo de la Guardia Municipal, y no se detiene ante nada ni nadie hasta llegar a la bulliciosa calle Gondomar. Allí ve dos guardias municipales y llama su atención. Pronto se genera una gran expectación en torno al contenido del recipiente que transporta, y un nutrido grupo de curiosos se arremolina a su alrededor. En medio de un enorme revuelo, deposita la caja en el suelo y se dispone a destaparla. Segundos después se escuchan varios gritos. Algunos incluso salen corriendo despavoridos. Pero, ¿qué portaba aquel envase de cartón para provocar esta reacción en la gente?

Minutos después, el mismo adolescente se encuentra en el mencionado cuartelillo, situado junto al Templo Romano. Ricardo, el municipal encargado de redactar el expediente, no tiene ni idea de cómo describir lo que tiene sobre la mesa. No se parece a nada que haya visto anteriormente. Se trata de un ser amorfo, con un solo ojo ciclópeo en la frente y una trompa a cada lado de la cabeza. Una hora antes, el chaval lo había encontrado agonizando tras unos matojos en el cortijo de sus padres, al sur de la capital.

En la calle, el impacto es total. Diario CÓRDOBA titula al día siguiente en su portada: «Un extraño fenómeno en Córdoba: ¿un habitante de otro planeta?». La noticia corre como la pólvora por nuestras calles, favorecida por el gran número de testigos y el momento histórico en que se produce. Corre el año 1952. Siete antes ocurrieron los bombardeos atómicos sobre Hiroshima y Nagasaki, y las imprevisibles consecuencias de las nuevas armas nucleares atemorizan a la opinión pública. Para colmo, solo cinco años antes había aparecido el piloto norteamericano Kenneth Arnold describiendo los platillos volantes que él mismo había podido avistar durante una operación militar, desatando una oleada de avistamientos OVNI por todo el mundo. El temor ante una inminente invasión extraterrestre es inevitable.

Pero al final, nada de eso. Solo veinticuatro horas después, el nuevo titular de este mismo diario resolvería el enigma: «No hay nada que temer de otros planetas». Así de tajante se mostraba el redactor de la noticia, que un poco más abajo explicaba la procedencia del extraño fenómeno: se trataba de un lechón no acabado de formar, con una serie de malformaciones físicas que le concedían un aspecto monstruoso. Sin duda, la noticia alivió a muchos, pero supuso una gran decepción para otros tantos.

(*) El autor es escritor y director de ‘Córdoba Misteriosa’. Puede seguir su trabajo en www.josemanuelmorales.net