Me complace hoy reproducir el largo poema (y casi desconocido en España) que Neruda le dedicó a Picasso con motivo de su 80 aniversario y que leyó en persona durante la cena del Gran Homenaje de Vallauris del 25 de octubre de 1961. El poema se publicó después en una edición numerada de 500 ejemplares y 10 de lujo, con 15 grabados y una litografía del propio genio malageño. Por uno de esos ejemplares se paga hoy lo que no está escrito:

TOROS

I

«Entre las aguas del norte y las del sur / España estaba seca, / sedienta, devorada, tensa como un tambor, / seca como la luna estaba España / y había que regar pronto antes de que ardiera, / ya todo era amarillo, / de un amarillo viejo y pisoteado, / ya todo era de tierra, / ni siquiera los ojos sin lágrimas lloraban / (ya llegará el tiempo del llanto) / desde la eter nidad ni una gota de tiempo, / ya iban mil años sin lluvia, / la tierra se agrietaba / y allí en las grietas los muertos: / un muerto en cada grieta / y no llovía, / pero no llovía.

II

Entonces el toro fue sacrificado./ De pronto salió una luz roja/ como el cuchillo del asesino/ y esta luz se extendió desde Alicante,/ se encarnizó en Somosierra./ Las cúpulas parecían geranios./ Todo el mundo miraba hacia arriba./ Qué pasa? preguntaban./ Y en medio del temor/ entre susurro y silencio/ alguien que lo sabía/ dijo: «Ésa es la luz del toro».

III

Vistieron a un labriego pálido/ de azul con fuego, con ceniza de ámbar, / con lenguas de plata, con nube y bermellón, / con ojos de esmeralda y colas de zafiro / y avanzó el pálido ser contra la ira, / avanzó el pobre vestido de rico para matar, / vestido de relámpago para morir. /

IV

Entonces cayó la primera gota de sangre y floreció, / la tierra recibió sangre y la fue consumiendo / como una terrible bestia escondida que no puede saciarse, / no quiso tomar agua, / cambió de nombre su sed, / y todo se tiñó de rojo, / las catedrales se incendiaron, / en Góngora temblaban los rubíes,/ en la plaza de toros roja como un clavel/ se repetía en silencio y furia el rito,/ y luego la gota corría boca abajo/ hacia los manantiales de la sangre,/ y así fue y así fue la ceremonia,/ el hombre pálido, la sombra arrolladura/ de la bestia y el juego/ entre la muerte y la vida bajo el día sangriento.

V

Fue escogido entre todos el compacto,/ la pureza rizada por olas de frescura,/ la pureza bestial, el toro verde,/ acostumbrado al áspero rocío,/ lo designó la luna en la manada,/ como se escoge un lento cacique fue escogido./ Aquí está, montañoso, caudal, y su mirada/ bajo la media luna de los cuernos agudos/ no sabe, no comprende si este nuevo silencio/ que lo cubre es un manto genital de delicias/ o sombra eterna, boca de la catástrofe./ Hasta que al fin se abre la luz como una puerta,/ entra un fulgor más duro que el dolor,/ un nuevo ruido como sacos de piedras que rodaran/ y en la plaza infinita de ojos sacerdotales/ un condenado a muerte que viste en esta cita/ su propio escalofrío de turquesa,/ un traje de arco iris y una pequeña espada.

VI

Una pequeña espada con su traje, / una pequeña muerte con su hombre, / en pleno circo, bajo la naranja implacable / del sol, frente a los ojos que no miran, / en la arena, perdido como un recién nacido, / preparando su largo baile, su geometría. / Luego como la sombra y como el mar / se desatan los pasos iracundos del toro / (ya sabe, ya no es sino su fuerza) / y el pálido muñeco se convierte en razón, / la inteligencia busca bajo su vestidura / de oro cómo danzar y cómo herir. / Debe danzar muriendo el soldado de seda. / Y cuando escapa es invitado en el Palacio. / Él levanta una copa recordando su espada. / Brilla otra vez la noche del miedo y sus estrellas. / La copa está vacía como el circo en la noche. / Los señores quieren tocar al que agoniza.

VII

Lisa es la femenina como una suave almendra, / de carne y hueso y pelo es la estructura, / coral y miel se agrupan en su largo desnudo / y hombre y hambre galopan a devorar la rosa. / Oh flor! La carne sube en una ola, / la blancura desciende su cascada / y en un combate blanco se desarma el jinete / cayendo al fin cubierto de castidad florida.

VIII

El caballo escapado del fuego,/ el caballo del humo,/ llegó a la Plaza, va como una sombra,/ como una sombra espera al toro,/ el jinete es un torpe/ insecto oscuro,/ levanta su aguijón sobre el caballo negro,/ luce la lanza negra, ataca/ y salta/ enredado en la sombra y en la sangre.

IX

De la sombra bestial suena los suaves cuernos / regresando en un sueño vacío al pasto amargo, / sólo una gota penetró en la arena, / una gota de toro, una semilla espesa, / y otra sangre, la sangre del pálido soldado: / un esplendor sin seda atravesó el crepúsculo, / la noche, el frío metálico del alba. / Todo estaba dispuesto. Todo se ha consumido. / Rojas como el incendio son las torres de España.»

(Ver en el documento anexo el poema Llegada a Puerto Picasso, de Pablo Neruda, dedicado por el poeta chileno al pintor malagueño)