Bodas de plata, bodas de oro, bodas de diamante, noche de bodas, bodas de Camacho... veinticinco años, cincuenta años, sesenta años, la del día de la boda, sinónimo de abundancia... Bodas de primavera: Bodas reales y bodas reales. Las de la realeza, como la que se está preparando en el Castillo de Windsor, entre el segundo hijo del príncipe Carlos y Diana, y una actriz estadounidense que trabaja en Suits, exitosa serie de abogados. Tendremos conocimiento de la regia boda, porque será televisada, fotografiada y difundida hasta los confines del planeta y más allá. Luego están las bodas reales, las que tienen existencia verdadera y efectiva.

Las bodas de la realidad a veces se celebran en palacios, castillos y casas señoriales, pero sólo si se han alquilado para la ocasión, por cierto, a precios bastante elevados, que vienen a resolver los problemas de liquidez de los dueños. Bodas reales son aquéllas en que las invitadas llegan sobre tacones imposibles --que conste que no hay cosa que a mí me guste más que un zapato salón con tacón de aguja-- y antes de llegar al baile ya se los han quitado y se han calzado las manoletinas, que las respectivas parejas se han encargado de traer del coche.

No sé si en las bodas de la realeza las invitadas también se quitan los zapatos, pero en lo que afecta a la copa y las tapas de bienvenida y la posterior comida, probablemente haya más abundancia en las bodas de la realidad.

Hablando de tapas de bienvenida: no me explico qué pasa en las bodas con el jamón. ¿Alguien encuentra normal que el cortador de jamón no tenga preparados ya cuarenta o cincuenta platos para cuando llegan los invitados? Pues no. Al lado del jamonero tiene un par de ellos, que parecen como de atrezzo, y no se apresura lo más mínimo, así que se le forma delante una cola de personas encopetadas que, en el colmo del contraste, muestran una actitud tan mendicante como la de los niños hampones de las novelas de Charles Dickens.

El personal que atiende la sala pasa los platos entre los invitados, pero rara vez los deja en las mesas. Una vez vi a un señor que le decía a una camarera: «Señorita, por favor, deje usted un plato en la mesa, que soy el padrino». A lo que ella, siguiendo férreas instrucciones, respondió alejándose con una carcajadita pícara en plan de «no ha colado»; y no volvió, ni con plato ni sin plato. Lo cierto es que era el padrino de verdad, aunque de poco le sirvió. ¿Pasará lo mismo en la primaveral boda del príncipe y la actriz? No creo que haya jamón ibérico, si acaso, el de York, así que ese problema sí que no lo van a tener.