Camarada Ramón Serrano Suñer.

Excmo. Sr. Ministro de Asuntos Exteriores

Presidente de la Junta Política de FET y de las JONS.

Madrid

Querido Ramón:

Después de una reflexión severa he hallado que mi deber es apartarme de la vida oficial del régimen y declinar la modesta jerarquía que ostento en la Falange. Así -y creyendo ser éste el conducto debido- te ruego manifiestes a S. E. el Jefe Nacional mi deseo, mi voluntad irrevocable, de ser separado de los cargos que me confirió en el Consejo Nacional y en la Junta Política.

Y como creo un deber de lealtad acompañar mi actitud de una explicación, paso a exponerla lamentando solamente su inevitable longitud y necesaria ociosidad histórica, pero así tiene que ser porque mi actual disentimiento es el resultado de un proceso largo y lento.

Parece que el 19 de abril de 1937, la Falange -huérfana de mando pero llena de sentido, de popularidad y de potencia- fue elegida para una gran obra: constituirse en agente unificador de las fuerzas que bajo un aglutinante negativo habían coincidido en el alzamiento. Había dos caminos: uno, considerar el Ejército como único polarizador del Movimiento y única base del nuevo Estado. Históricamente podio tener este derecho. Pero se estimó que el Ejército no tenia contenido político propio y homogéneo, que el ejército tiene otro destino. Se eligió el otro camino: levantar un 'partido único' como base del régimen. La Falange debía asimilar bajo su unidad -bajo su integridad inalterable- lo que hubiera de asimilable en las otras fuerzas. Suponemos -si el proceso había de ser lógico bajo el supuesto del sistema totalitario- que debía también disolver políticamente lo inadmisible y resistente.

Pero ante todo la Falange se encontraba con un nuevo jefe. Era preciso consumar este proceso de identidad: la Falange había de entregarse al mando y servicio de este jefe. El jefe había de asumir -tal cual era- el contenido histórico de su nueva fuerza.

La primera parte se ha consumado enteramente. Tú sabes bien cómo, después de algunas perplejidades y desconfianzas, toda la Falange aceptó el caudillaje de Franco. Tú sabes que en la obra de configurar, sostener, propagar y asistir este caudillaje, contra la voluntad de todos -absolutamente de todos- los que formaron en el alzamiento, la Falange ha gastado la totalidad de sus esfuerzos.

Tanto que, absorta en esta empresa, ha descuidado la propia justificación y ha tenido que pechar con la obra ajena -toda la del régimen- que se le ha achacado. Hemos servido a Franco hasta el suicidio y Franco -gratuitamente- ha tenido en nosotros una fuerza mucho más sólida que cualquiera de los creadores de regímenes que conocimos.

Tú sabes de esto porque te pertenece la gloria de este proceso. Tú has obrado con fe y, como la Falange misma, has olvidado que quizá pudiera ser necesaria una garantía más sólida. Perdóname si yo empiezo ya a pensar que esa gloria es una triste gloria. Porque en la otra parte del proceso no estoy nada segura de que el acierto te haya -nos haya- acompañado.

Ser jefe es soportar una carga terrible, no señorear una propiedad. ¿Se ha decidido Franco de verdad a ser nuestro jefe? Yo lo dudo. Como Jefe del Estado él conocerá su camino y puede ser que haga bien en no ser de verdad el Jefe de la Falange -de una Falange sola, única, auténtica-. Quizás lo que conviene es un equilibrio de fuerzas. Yo no lo creo, claro está. Pero ¿por qué he de juzgarle? Yo sólo digo esto: como falangista no le debo lealtad más que en tanto él sea de verdad mi jefe; si no me quedo con el simple respeto del ciudadano, que no me obliga a ofrecer mi vida en su defensa. Pues bien, creo que el Caudillo no ha dado el paso decisivo que le convierta en nuestro jefe. Él es el dueño del Estado pero la Falange no informa ese Estado. La Falange lo encubre, carga con todos sus errores y nada más. La Falange tiene menos resortes efectivos de poder que nadie, y son las eternas fuerzas de reacción las que mandan.

Pero es que además la Falange no es tal partido único. Ahí están los sectores disidentes en pública y libre actividad. Incluso en plena agresión. Ahí está el Ejército (cuya masa quizá no ansia otra cosa que ser el gran ejército de un gran país con misión activa) presente en el poder (para el mando y para el veto) como un movimiento político autónomo.

Ahí están los 'clanes' conservadores con ministros y alguaciles para oponerse a toda reforma.

Ahí están las jerarquías eclesiásticas con sus exigencias y sus inquisiciones.

Pero es que además la Falange (parte menor o mayor del régimen) no es siquiera una fuerza. Está dispersa, decaída, desarmada, articulada como una masa borreguil en desatención a su forma peculiar y necesaria de milicia, mandada por la selección más mediocre que ha sido posible encontrar.

Quizá sea ésta la razón por la que Franco no se confía a ella: porque frente a otras fuerzas reales ésta no es una fuerza y porque de tanto maltratarla ya no es ella misma. Pero me permito subrayar que Franco es su Jefe Nacional desde 1937.

Y, claro es, podría suceder, aunque tampoco lo creo, que -por causas más altas- el poder del Estado tuviera que estar administrado por un conglomerado heterogéneo (nunca tanto como éste, espejo fiel del estado de guerra civil en que España vive). Pero frente a esta situación la Falange habría de estar fuera, hacinada, gobernada con inteligencia, esperando su hora.

Así no hubieran sido posibles cosas que ahora han sido -lo reconozco- irremediables.

Tú recordarás que ante la última crisis de gobierno yo pretendía como necesaria una rectificación de criterio: fortificar el Partido. Pero ha parecido mejor emborronar periódicos con adulaciones indignas. Realizar grandes carnavaladas populares. La carrera de la mentecatez se ha consumado en este último año. Y así estamos. Y así está el mismo caudillo. Creo que si hace pocos días le hubiera yo recordado aquella triste reunión de nuestra Junta Política en la que yo exigía -¿recuerdas?-, sin habilidad alguna, milicias y sindicatos, se lamentaría en el fondo de su conciencia de la destemplada desconfianza de entonces. O acaso me hago ilusiones, que es lo más probable.

Todo esto ha terminado en una crisis moral de la que Dios sabe cómo se va a salir. Son los sucesos de los últimos días. La Falange, mandada -repito- por ineptos notorios, no puede contener la violencia de los suyos frente a ciertas provocaciones. Con lamentable oportunidad, sin sentido de la medida, unos muchachos exaltados hacen cara a una masa mil veces superior provistos -notable precaución- de algunas armas. Allí está un ministro de Régimen. No el representante del Ejército, que como tal lo detesta por su mala gestión. Allí está un político, ministro del Régimen y antifalangista notorio, que da la casualidad de que es militar como podía haber sido ingeniero de Caminos, sin que por esto tuviera que sentirse aludido el cuerpo en masa.'

Se amañan las versiones. El Partido podía -claro es- haber abandonado a aquellos muchachos por su actitud de indisciplina. Pero no lo hace; se consigue imponer la versión verdadera. Pero todos sabemos lo que ha pasado luego: hay que sacrificar -ya sin posible invocación de principios- una vida falangista para salvar un compromiso. ¿Por qué? Porque detrás, el respaldo falangista era una fuerza destrozada y claudicante. Era inevitable. La culpa no es de hoy sino que viene de lejos. Pero la Falange está deshonrada. Yo aceitaría que estos hombres (el camarada Arrese y los suyos) afrontasen la impopularidad del hecho reconociendo su fracaso -incluso sin publicidad- marchándose. Pero no. Los veo tomar un aire de triunfo. Viene la contrapartida política. Para adormecer la conciencia 'no hay inconveniente hasta de inventar miserable mente un espía inglés sobre el cadáver de un hombre que ha muerto creyendo en los embustes de sus jefes.

Y para fin de fiesta advierto que lo que más júbilo produce es la hipótesis de haber resuelto un pleito entre aspirantes a un mando falangista que es una pura farsa.

Gracias a Dios aún le queda a uno decoro para alistarse entre los derrotados. Todo esto es un asco.

¿Y ahora qué? ¿De verdad viene ahora lo único que podría salvarnos y salvar a Franco? Una reacción de poder rotundo, que nos permitiese entrar de lleno en los problemas de España. Probablemente ni aun eso sería ya bastante. Pero además no sucederá. No lo creo ni en el fondo lo creen los jubilosos. Habrá algún enemigo menos en el Gobierno, algún falangista más. Seguiremos haciendo kermesses políticas, seguirá la necedad en la prensa, el desarme en las milicias, la simulación de los sindicatos, la ausencia real de poder, la fricción, la indecisión, el engaño, la táctica y el miedo. Y además frente a una reacción reacrecida y advertida y con una mancha moral bastante difícil de borrar.

Bien. Ya no tengo la exagerada juventud de otros años para esperar el milagro de cada día, y prefiero estarme fuera, libre para acudir -porque de la Falange 'esencial' no me voy- a otras convocatorias más claras si llega el caso de que alguna vez se produzcan.

Todo con un tristeza seria, con la de no poder creer ni servir ya a lo que he servido lealmente.

Sólo quiero añadirte una cosa: tú sabes que esto no es una reacción sentimental. Hace mucho tiempo que creo que por este camino no podíamos ir a ninguna parte. Alguna vez he intentado, después de manifestarlo, resolverlo con una actitud que tu amistad ha detenido. Ahora ni esa amistad me parecería una invocación suficiente por más que sea, como siempre, cierta. Tampoco tengo que decirte que no pretendo transformarme en un ejemplo viviente. Me parece todo demasiado dramático para convertirlo en el argumento de una jugada personal. No me permito más jugada que la de salvar mi conciencia.

Perdóname este largo discurso. No he tenido sosiego para un mayor laconismo.

Tu amigo.

Dionisio Ridruejo