Cuando a los 12 años sales de tu pueblo sin una mirada hacia atrás, ni siquiera se te ocurre echar en la talega un trozo de pan de higo para el largo y tortuoso camino que te espera. La única compaña, lo que resulta imposible abandonar es el pequeño saco de recuerdos que a esa inocente y parchosa edad todos empezamos a llevar a cuestas. Y allí, instalado en un rincón de mi cerebro entre las notas gregorianas y de réquiem, siempre tan exquisitamente entonadas por aquel sacristán llamado Juan José Espinosa, viajaban conmigo unos cantes de muleros que se fueron aletargando con el tiempo. En León como en Mieres las posibilidades de aficionarse al cante jondo eran escasas, pero son cosas que no se te borran nunca en el corazón ni en la mente.

Cuando volví años más tarde, conocí a Antonio Gómez Romero, Antonio Muñoz El Toto, Pepe Toques, y sobrellevados por el infantilismo revolucionario de la época -¿se dice así? - se nos apareció una noche Miguel Bakunin. Acordamos asaltar pacíficamente los Estudios Sonisur de Montilla donde grabaron mil copias de una casete que se llamó Temas de Papi y Cahue. El Toto puso la voz recia y antigua que tenía a unas letras que hablaban de extraños soles nocturnos y campos de siega, de capitalistas explotadores (¿habrá alguno que no lo sea?), obreros apaleados por la policía y cosas así. En algunos cantes la voz de El Toto iba mal acompañada con recitados de El Cahue, que jugaba muy decimonónico a ser el gran llorón del pueblo, mientras el pueblo estaba de perol en Los Villares. Aquella grabación tuvo el honor de ser presentada por el maestro Agustín Gómez en la Peña Flamenca Fosforito, en un acto desbordante de generosidad y de público que adquirió más de un centenar de casetes.

Les cuento todo a los tertulianos Paco Lucena, Antonio del Pino, Miguel Collado, Víctor Borau, Manolo Moriana que nos ha traído merengas de Aguilar, José Vargas, Paco Jiménez, Rafael G. Bancalero, Salvador Miranda, Fernando Saco, Miguel Domínguez, Paco del Cid, Luis de Córdoba y Agustín Gómez, siempre rodeado por sus amigos.

Para terminar quiero decir algo ya sabido. Hace unas semanas fue homenajeado en el Círculo de la Amistad el periodista y escritor Francisco Solano Márquez. Días más tarde, en el mismo lugar, el profesor y académico Joaquín Criado Costa también recibió un homenaje. Me lo cuenta en La Abadía Antonio Varo Baena, que asistió a los dos actos, y me causa una tristeza imponente no haber podido asistir por culpa de la bronquitis que me acompaña.

Paco y Joaquín son dos personas a las que profeso gran admiración desde los años 80, aquellos de cuando el Casablanca, después llamado Ateneo de Córdoba.

Un homenaje es una demostración de respeto, de cariño, de gratitud y de muchas más cosas, según me decía Marina León, aquella mujer adorable que fue jefa de protocolo en la Diputación de Córdoba y vicepresidenta del Ateneo en los años duros. Acto seguido me voy con Manolo Ortas a la Providencia del Corregidor, donde saludamos a Mario Steliac, Ricardo Guerrero, Juan Prieto y Ángela, Vero Chamorro y Raúl Cabrera.