la vuelta de la guerra no fue un camino de rosas. Porque Cajal se vio, una vez más, a expensas de su padre, sin trabajo y hasta sin novia, ya que la señorita con la que incluso se había estado escribiendo el año de Cuba cuando lo vio enfermo y, según ella, como «un esqueleto andante», le dio el portazo y rompió todo. Sin embargo, Cajal era ya de esos que jamás se rinden y en ese estado anímico (aunque el padre le obligó a pasar una larga temporada en el Balneario de Panticosa, en los Pirineos, para que se recuperase con aire puro) se lanzó a por el doctorado para poder seguir la senda de la enseñanza y la universidad, aunque tuvo que hacer el doctorado por libre y desde Zaragoza. Aun así obtuvo su grado de doctor (03-07-1877), aunque solo con un pasable aprobado y ya con el título en el bolsillo decidió su futuro. Él mismo nos cuenta sus principios:

«Escogido un desván en casa de mis padres como obrador de mis ensayos prácticos, y reunidos algunos reactivos, solo me faltaba un buen modelo de microscopio. Las menguadas reliquias de mis alcances de Cuba no daban para tanto. Por fortuna, durante mi última gira a la Corte, me enteré de que en la calle del León, número 25, principal (¡no lo he olvidado todavía!), habitaba cierto almacenista de instrumentos médicos, don Francisco Chenel, quien proporcionaba, a plazos, excelentes microscopios de Nachet y Verick, marcas francesas entonces muy en boga. Entablé, pues, correspondencia con dicho comerciante y ajustamos las condiciones: consistían en abonarle en cuatro plazos 140 duros, importe de un buen modelo Verick, con todos sus accesorios. La amplificación de las lentes (entre ellas figuraba un objetivo de inmersión al agua) pasaba de 800 veces. Poco después me proporcioné, de la misma casa, un microtomo de Ranvier, una tournette o rueda giratoria y otros muchos útiles de micrografía. A todo subvinieron mi paga modesta de auxiliar y las flacas ganancias proporcionadas por los repasos de Anatomía; pero las bases financieras del laboratorio y biblioteca fueron mis economías de Cuba. Véase cómo las enfermedades adquiridas en la gran Antilla resultaron a la postre provechosas. Sin ellas, no habría ahorrado un céntimo durante mi estancia en Ultramar».

Son meses de estudio y sobre todo de prácticas. Además va consiguiendo los libros que antes no había ni podido comprar. Entre ellos el Manual técnico de Histología, de Louis-Antoine Ranvier, el más importante histólogo francés y director del Laboratorio de Histología de París. Este manual sería su biblia ya para siempre. En marzo de 1879 consigue ser nombrado, por oposición, director del Museo Anatómico de Zaragoza y unos meses después se casó «casi en secreto -cuenta él mismo-, no quise molestar a parientes y amigos con andanzas que solo interesaban a mi persona». En realidad, la discreción con la que se casó obedecía a la oposición cerrada de su padre: «¿Cómo vas a fundar una familia con tan solo un sueldo de 25 duros al mes y encima recién salido de una enfermedad que te ha podido llevar a la tumba?». Pero, a pesar de todo, Cajal se casa con Silveria Fañanás García, una mujer de 25 años que le atrajo nada más verla un día mientras paseaba por Zaragoza por «la dulzura y suavidad de sus facciones -escribe-, la esbeltez de su talle, sus grandes ojos verdes encuadrados en largas pestañas y la frondosidad de sus rubios cabellos, pero me sedujo más que nada cierto aire de infantil, inocencia y melancólica resignación emanados de toda su persona. Era, además, honrada, modesta y hacendosa, así que no había más que discutir».

Pero, si importante era familiarizarse con el microscopio más lo era, lo fue, el estudio de lo que él llamaba «el arte fotográfico»: «Más tarde, casado ya, llevé mi culto por el arte fotográfico hasta convertirme en fabricante de placas al gelatino -bromuro, y me pasaba las noches en un granero vaciando emulsiones sensibles, entre los rojos fulgores de la linterna y ante el asombro de la vecindad curiosa, que me tomaba por duende o nigromántico. Esta nueva ocupación, tan distante de mi devoción hacia la anatomía, fue consecuencia de las insistentes demandas de los profesionales de la fotografía. Desconocíanse por aquella época en España las placas ultrarrápidas al gelatino bromuro fabricadas a la sazón por la casa Monckoven, y que costaban, por cierto, sumamente caras. Había yo leído en un libro moderno la fórmula de la emulsión argéntica sensible, y me propuse elaborarla para satisfacer mis aficiones a la fotografía instantánea, empresa inabordable con el engorroso proceder del colodión húmedo. Tuve la suerte de atinar pronto con las manipulaciones esenciales y aun de mejorar la fórmula de la emulsión; y mis afortunadas instantáneas de lances del toreo, y singularmente una, tomada del palco presidencial cuajado de hermosas señoritas (tratábase de cierta corrida de beneficencia, patrocinada y presidida por la aristocracia aragonesa), hicieron furor, corriendo por los estudios fotográficos y alborotando a los aficionados. Mis placas rápidas gustaron tanto, que muchos deseaban ensayarlas.

Sin quererlo, pues, me vi obligado a fabricar emulsiones para los fotógrafos de dentro y fuera de la capital, instalando apresuradamente un obrador en el granero de mi casa y convirtiendo a mi mujer en ayudante. Si en aquella ocasión hubiera yo topado con un socio inteligente y en posesión de algún capital, habríase creado en España una industria importantísima y perfectamente viable. Porque, en mis probaturas, había dado yo, casualmente, con un proceder de emulsión más sensible que los conocidos hasta entonces, y por tanto, de facilísima defensa contra la inevitable concurrencia extranjera. Por desgracia, absorbido por mis trabajos anatómicos y con la preparación de mis oposiciones, abandoné aquel rico filón que inopinadamente se me presentaba».

Y llegó 1883, y la convocatoria de dos cátedras que le venían como anillo al dedo. Una en Madrid y otra en Valencia... y conocedor ya de como eran los tejemanejes que había para conseguir una plaza en la capital del Estado solo se presentó a las oposiciones para la de Valencia. ¡Y a fe de Dios que fue un triunfo rotundo, porque el tribunal le dio la plaza por unanimidad de sus miembros! Cajal empezaba ya a ser alguien en el mundo de la ciencia, y no solo en España, sino en Europa, donde se había valorado mucho su primer trabajo publicado en París, Investigaciones experimentales sobre la inflamación en el mesenterio, la córnea y el cartílago.