Ahora que acaba de concluir el I Festival de las Callejas de Córdoba, creo que es un buen momento para recordar la tradición relacionada con una de las barreras más populares de nuestro callejero. Me refiero a esa estrecha vía cerrada al público mediante una reja, con siete arcos situados a distintas alturas, conocida como la calle de los Arquillos. Cuenta su leyenda, recogida en crónicas medievales de finales del siglo X, que durante la celebración del enlace entre dos nobles en la capital del condado de Castilla, Doña Lambra y Ruy Velásquez, la novia tuvo un grave enfrentamiento con una de las familias invitadas, los Lara.

Tras la boda, los recién casados no tardaron en urdir un astuto plan para satisfacer su sed de venganza, enviando a Gonzalo Gustioz --señor de Salas y cabeza de familia de los Lara-- a la Córdoba de Almanzor, con una carta escrita en árabe donde le pedían al caudillo de Al-Ándalus matar al portador de la misiva. Pero el campeón del Islam de aquella época se apiadó del caballero castellano y se limitó a retenerlo preso en el edificio que hoy ocupa el Museo Casa de las Cabezas, encargando a su propia hermana de su cuidado. Por otra parte, sus siete hijos, infantes todos ellos, fueron dirigidos hacia una emboscada en la que poco pudieron hacer ante la gran superioridad numérica de las huestes musulmanas. Pese a vender caras sus vidas, los siete infantes castellanos acabaron siendo decapitados, enviándose sus cabezas a la capital del califato. Días después, en uno de los episodios más emotivos de la épica medieval, Almanzor mostró las siete testas cercenadas de sus hijos a Gonzalo Gustioz, para después colgarlas como trofeos de los siete arcos de la mencionada calleja.

Finalmente, el caballero cristiano fue liberado y, justo antes de partir, la hermana de Almanzor le comunicó que esperaba un bebé suyo. Ante tal noticia, Gonzalo se arrancó un anillo del dedo y lo rompió en dos mitades, entregándole a ella una parte y quedándose él con la otra. Nueve meses después la princesa mora dio a luz, llamó a su hijo Mudarra, y cuando creció le entregó como herencia su medio anillo. Con esta mitad, el joven hispano musulmán viajó hasta el señorío de su padre, que lo reconocería al juntar las dos partes de la sortija y ver que encajaban perfectamente. Asegura la tradición que debido a la elevada edad, Gonzalo Gustioz había perdido la visión, y que justo en ese momento la recuperó milagrosamente. Acto seguido, Mudarra se trasladó a Burgos en busca de Ruy Velásquez y Doña Lambra, dando muerte a ambos y vengando así a sus hermanos, los siete infantes de Lara.

(*) El autor es escritor y director de ‘Córdoba Misteriosa’. Puede seguir su trabajo en www.josemanuelmorales.net