Antes de salir para España Serrano fue llamado de nuevo por Hitler. Don Ramón subió casi a escondidas desde Berchtesgaden a Berghof con todas las señales de alerta en rojo, pues tanto él como su dos acompañantes oficiales (el Barón de las Torres y el Profesor Tovar) no habían dormido apenas pensando que allí podía pasar cualquier cosa, dado que los nazis no se paraban en barras cuando se jugaban una baza importante. Es más, debatieron si debía subir o no y si debía hacerlo acompañado, dado los antecedentes y lo que había ocurrido a otros mandatarios extranjeros.

Hitler recibió al Ministro Serrano Suñer en una salita muy diferente al gran salón de la tarde anterior y con el semblante muy amistoso. Sólo había, sólo hubo, un testigo: el interprete alemán (no he podido concretar nunca si fue en esta ocasión Paul Schmidt o el famoso Gross). Aquella imprevista conversación transcurrió así:

-Querido Ministro - comenzó diciendo Hitler - le aseguro que esta noche no he podido dormir pensando en España. Sabe usted muy bien, por lo que hablamos ayer, que la toma de Gibraltar y el cierre del Mediterráneo para Inglaterra es fundamental para la marcha de la guerra - dijo Hitler en un tono que a mi me dejó de piedra y me hizo temer lo peor -. Y sabe usted que mis generales y las 186 divisiones que esperan me están presionando para pasar los Pirineos y llegar al Estrecho (aquí volvió a otro de sus silencios famosos). Señor Ministro, yo el Führer de Alemania, tengo que tomar hoy mismo una decisión trascendental: dar la orden a mis ejércitos de que entren en España y tomen Gibraltar y eso es algo muy serio. Por eso he querido verle antes de su regreso. (Y otra vez guardó silencio.) Sé - y aquí sacó su tono de voz más convincente - que usted es amigo sincero de Alemania, pero también sé que usted es por encima de todo un buen español, lo que le aplaudo, por lo tanto le ruego que responda a la pregunta que le voy a hacer con toda sinceridad.

-Führer - me atreví a decir con la mejor voz que pude ante esta situación - le agradezco sus palabras porque son la verdad: soy amigo de Alemania pero soy por encima de todo español. Tenga la seguridad que yo le diré la verdad, aun en contra de los intereses políticos.

-Señor Serrano, lo sé y por eso le he convocado a esta reunión. Dígame señor Ministro, ¿qué haría de verdad el pueblo si mañana entran en España mis ejércitos?

-Yo - dice Serrano - me quedé anonadado, porque comprendí en el acto que estábamos al borde de una invasión militar que tanto temíamos. Y por tanto instintivamente medité mis palabras.

-Führer - dije con gran seguridad- el pueblo español en este supuesto se echaría al monte sin pensarlo. Igual que ocurrió con Napoleón.

-¿Y los amigos de Alemania? - preguntó él cortando mis palabras.

-¡También!- dije yo mirando fijamente al intérprete.

-Y no olvide lo que fue la guerra de España para el Emperador de los franceses.

Recuerda Serrano: Hitler se quedó callado unos segundos que a mí me parecieron siglos y luego dijo:

-Señor Ministro, ya sé que la guerra de guerrillas la inventaron los españoles.

Entonces se levantó y al tenderme la mano en señal de despedida todavía dijo:

-Señor Ministro, gracias por su sinceridad. Usted es un buen amigo y sobre todo un buen español. Le aseguro que tendré en cuenta sus palabras antes de tomar la última decisión. Que tenga buen viaje de regreso.

Y todavía cuando salía de aquella coqueta habitación me detuvo con otra pregunta:

-Perdone, Señor Serrano (y el uso de mi apellido lo recalcó con intención y picardía). ¿Y usted qué haría si entran mis soldados en España?

-Führer - replique con humildad- yo me echaría al monte como un español más.

Cuando D. Ramón de terminó de leerme los dos folio escritos de su puño y letra, que había sacado de una carpetilla azul, sobre esta última entrevista con Hitler, le pregunté Merino si habló del tema con Franco y que por qué nunca se había dicho nada.

“Sí. A Franco le conté toda la verdad nada más volver a Madrid e incluso le dije que nos preparamos para lo peor (es decir la invasión y la guerra). Pero Franco, aparte de aplaudir mis palabras, me pidió entonces que no dijera nada, que el capearía el temporal. El hecho cierto, sin embargo, es que la invasión no se produjo y que Hitler ya no nos presionó mas (aunque sí algunos de sus ministros).

Y en cuanto a la primera parte de sus preguntas la razón o rezones son bien sencillas: yo no quise incluir esta conversación con Hitler en mi primer libro “Entre Hendaya y Gibraltar” ni en mis Memorias porque había roto mentalmente con Franco, con el Régimen y hasta con la Historia. En estos momentos me daba igual todo y luego fue demasiado tarde. Además no había testigos vivos, y algunos de mis “amigos”, que siempre he tenido muchos, podían acusarme de inventor de historias. No. Esta verdad histórica se irá conmigo a la tumba como otras muchas que otro día le contaré.”

Julio Merino, autor del artículo, es periodista y miembro de la Real Academia de Córdoba