Cuando el abogado italiano Secondo Pia adquirió su primera cámara fotográfica, no podía imaginar el motivo por el que su nombre pasaría a la historia. Corría el año 1898, el arte de la fotografía aún se encontraba en pleno desarrollo, y a este turinés se le ocurrió retratar el sudario que desde varios siglos atrás se custodiaba en la catedral de su ciudad. La sorpresa vendría después, cuando observaba los negativos fotográficos, justo antes de revelarlos. En el negativo de una imagen, lo que está a la derecha aparece a la izquierda, lo negro se ve blanco, y por eso, el resultado suele ser una extraña composición en la que apenas se distingue nada. Pero esta vez era diferente. En el negativo de la foto de la sábana de Pia se apreciaba a la perfección la figura de un hombre, algo nunca visto hasta la fecha.

El revuelo fue inmenso, ya que en posteriores estudios se apreció que la persona que había dejado su huella en ese lienzo presentaba traumas físicos propios de una crucifixión, lo que podría llegar a demostrar que dicho sudario envolvió el cuerpo de Jesucristo, tal y como afirmaba la tradición. En 1973, el criminólogo y botánico suizo Max Frei fue autorizado para analizar unas muestras del polen de la tela, con el fin de determinar su procedencia. Los resultados fueron reveladores, ya que tres cuartas partes de las plantas que este experto pudo identificar procedían de Oriente Próximo.

Animada por estas evidencias favorables, la Santa Sede autorizó en 1988 la datación de la sábana por la técnica del carbono-14. Un pequeño trozo de la esquina fue seccionado, dividido, y enviado a tres laboratorios diferentes. Los resultados no pudieron ser más adversos para los intereses vaticanos: los tres fecharon la reliquia entre el año 1260 y 1390. ¿Se trataba entonces de una simple falsificación medieval?

El desaliento volvió a apoderarse de aquellos que querían demostrar que se trataba del auténtico sudario con el que se enterró a Cristo. Pero todavía quedaban algunos que continuaban haciéndose preguntas. Si todo había sido un fraude, probablemente urdido entre los siglos XIII y XIV por un obispo ladino que quería atraer a los fieles a su diócesis, ¿cómo consiguió, con los medios de la época, componer un negativo fotográfico con tal nivel de detalle? Y si se pretendía embaucar a los creyentes, ¿por qué no dibujar algo más evidente, en vez de trazar unas marcas que no serían interpretadas hasta seis siglos después, con la invención de la fotografía?

Todas estas incógnitas motivaron a reabrir la investigación en 2005, cuando un centro de investigación romano realizó nuevos estudios sobre el tejido con radiación ultravioleta. En esta ocasión, este grupo de investigadores resolvió que las singulares propiedades de las manchas que presenta la Sábana Santa parecen provenir de procesos fotoquímicos similares a los provocados por una radiación de origen nuclear. Un tipo de energía, recordemos, que no se conocería en nuestro planeta hasta mediados del siglo XX. Y con una particularidad inquietante: las quemaduras se originaron de dentro hacia fuera, por lo que la supuesta radiación debió emanar del cuerpo del hombre al que envolvió. ¿Demostraría esto el dogma fundamental del Cristianismo, la resurrección de Jesús de Nazaret?

No es mi intención convencer a nadie ni de una cosa ni de la otra. Existen argumentos a favor y en contra, por lo que dejo que cada uno saque sus conclusiones. Si usted desea tener más información a la hora de formar su propia opinión, le recuerdo que hasta el próximo 16 de marzo podrá visitar en la parroquia de Nuestra Señora de la Asunción, en el Parque Figueroa, la exposición El hombre de la Sábana Santa, dedicada al análisis de este apasionante enigma histórico y arqueológico.

(*) El autor es escritor y director de «Córdoba Misteriosa». Puede seguir su trabajo en www.josemanuelmorales.net