Romicia, romanesco y romanescu. El término más usado para nombrar esta bella y extraña hortaliza es romanesco, que parece estar relacionado con su probable procedencia, puesto que el lugar donde primero hubo noticias de él fue Italia (siglo XVI). A pesar de esta antigüedad, continúa siendo bastante desconocido; y sin embargo, por raras que nos parezcan las inflorescencias que lo componen, el romanesco es un híbrido de la coliflor y el brécol. Su sabor y textura hacen honor a los progenitores y acepta las mismas preparaciones que ellos. Crudo, en ensalada, pero preferentemente, cocido. Poco cocido, al dente, por la presentación y por la conservación de su vitamina C. También para salvaguardar su magnífico tono verdoso con matices amarillentos. Simplemente aliñado con la fritada de ajos y el leve riego con vinagre, con tomate y base de puré de patatas o adornado con huevo duro picado y, por supuesto, los arbolitos enharinados y fritos.