Me hallo conmigo mismo en uno de esos gratos y tertulianos debates en La Providencia del Corregidor, tan bien atendida por Mario Steliac y su hijo Pablo. Saludo cordialmente a Manolo y su hermana Conchi, Esteban Gálvez, Manuel Muñoz, Fali García, Concha Orcaray, César Cabezas y Cristina, Juan Prieto y Ángela, José Cabrera y Mati Torres.

Después del fino amontillao con jamón de Los Pedroches me voy con mis amigos los profesores José María Zapico y Manuel Gahete a la librería Trinidad, donde están encuadernando unos tomos de escritos que aquí al menda le publicaron en el Diario CÓRDOBA, Tendillas 7, La Tribuna y La Voz de Córdoba. El primer tocho recoge una serie que se llamó Diario de un embustero en el CÓRDOBA y a toda página durante 60 domingos entre 1988-1989. Aquello se acabó porque un día llegó el Tío de los Alicates de la Sevillana y le cortó la luz al amanuense por falta de pago y ni el banco daba crédito. Mucho menos el administrador del periódico en coloquial forma de anticipo. Eran tiempos de cuando el vicetodo Alfonso Guerra nos colocó a los cordobeses un amigo suyo de gobernador civil y jefe de la provincia. Un tal Goyo, Gregorio Martínez para los enemigos, autor de frases como esta: «Las mujeres que oponen auténtica resistencia, nunca llegan a ser violadas».

El travestidor de hábitos por una puta vara de mando gubernamentosa o gubernamentera vino con toda la mala leche de cura derechoso arrepentido y se vengó vilmente del Cahue, al que condenó durante 8 años a media jornada de trabajo como laboral fijo de la Administración del Estado, aquella cosa, por haber participado en luchas callejeras para conseguir las viviendas del barrio Guadalquivir. Las satánicas neuras del vil gaditano contribuyeron en mi ruina económica a que mis dos hijos adolescentes se tuvieran que ir a Murcia, a coger lechugas, y dejar de estudiar el bachillerato.

Desde aquellos años mantengo la esperanza de encontrarme en el infierno un día o una noche con el tipejo aquel, aunque siendo ya funcionario del grupo A estará protegido por el Guerra, que en el Averno será otro viceleches satánico y fundamentaloide. Quizá deba cuidarme para que los infernales burócratas no me larguen al Purgatorio, que debe ser una especie de sala de espera en la infinitud del Hades.Después de escribir las tonterías que anteceden, llega mi nieto Rafalín Perea Baena con su abuela María Cabrera y me devuelve, una vez leído, el libro Transición política y conflicto social (La huelga de la construcción en Córdoba, 1976), del historiador Rafael Morales Ruiz, quien tuvo la gentileza de escribir esta dedicatoria: «Para Antonio Perea Torres, Cahue. El mejor poeta de la huelga».

Ante una cosa así escrita sobre ese pedazo de libro, del que hablaremos el domingo que viene, uno abre la clandestina botella de Rute, la libreta de ahorros, la hucha del nieto y se va con su pequeña pero gran familia a La Abadía.

Allí encarga una aparente cena de Navidad y le dice a Diego que la vida no es tan dura como parece, que lo más duro es no tener a quien contárselo.