Fue la mayor «amargura» de su larga vida, la amargura que le rompió el corazón y a la postre le llevó a morir de pena. Todo sucedió en 1920-1921, cuando ya había fracasado «su» revolución de 1917 y había triunfado la revolución marxista en Rusia. Porque, a pesar de que Iglesias había celebrado y seguiría festejando hasta su muerte el triunfo de Lenin, tuvo que hacer frente a la disparidad de criterios que surgieron en todos los Partidos Socialistas de Europa. En París seguía funcionando la 2ª Internacional, aunque muy debilitada por las diferencias entre unos y otros, y en Moscú Lenin y Trosky habían puesto en marcha la 3ª Internacional, que era una ruptura con la 2ª de París. Esa división llegó también al PSOE de El Abuelo, lo que motivó tres congresos extraordinarios que se celebraron el año 19, al año 20 y el año 21.

El primero se hizo para resolver a cuál de las dos internacionales se sumaba el PSOE y solo se acordó, antes de apuntarse a la nueva de Moscú, rehacer la de París y tratar de unir las dos en un congreso especial a celebrar en Ginebra. El del año 20 ya fue mucho más polémico y con gran pasión en los debates. Terminaron ganando los que defendían la no ruptura con la 2ª de París y asistir al congreso de Ginebra (14.010 a favor y 12.497 en contra). Aunque también se votó si apuntarse a la Internacional Comunista de Moscú o no (ganó el sí con 8.269 votos a favor, 5.016 en contra y 1.615 abstenciones).

Sin embargo, el Comité Central del PSOE, que todavía presidía Pablo Iglesias (lo presidiría hasta su muerte en 1925) acordó que antes de inscribirse fueran a Moscú dos miembros del propio Comité y fueron designados para ello Fernando de los Ríos y Daniel Anguiano, el primero en contra y el segundo en pro del ingreso inmediato.

Pero, cuando los comisionados llegaron a Moscú se encontraron con que el Congreso de la 3ª Internacional ya se había celebrado y había fijado las «21 condiciones» que los aspirantes tenían que aceptar sin modificación alguna y «o las tomas o las dejas». Naturalmente, a De los Ríos y Anguiano los trataron a cuerpo de rey y hasta Lenin les concedió una entrevista (Anguiano no asistió a la entrevista porque llegó con retraso a Moscú) y fue en esa entrevista con el máximo dirigente de la revolución en la que se produjo la famosa conversación que a su vuelta a España recogería el bueno de don Fernando en su libro Mi viaje a la Rusia soviética.

Al parecer, según escribe, cuando, tras una exposición de los logros presentes y futuros del comunismo, De los Ríos se atrevió a decirle al todopoderoso Lenin: «Camarada presidente, todo lo que usted expone me parece muy bien, pero ¿en qué fase del proyecto llegará la libertad?», a lo que el ruso respondió: «Nosotros -respondió Lenin- nunca hemos hablado de libertad, sino de dictadura del proletariado; la ejercemos desde el poder, en pro del proletariado, y como en Rusia la clase obrera propiamente dicha, esto es, la clase obrera industrial, es una minoría, la dictadura es ejercida por esa minoría, y durará mientras no se sometan los demás elementos sociales a las condiciones económicas que el comunismo impone, ya que para nosotros es un delito así el explotar a otro hombre como guardarse la harina de que ha menester alguien. La psicología de los aldeanos es refractaria a nuestro sistema; su mentalidad es de pequeños burgueses y por eso no los contamos como elementos proletarios; entre ellos han hallado los líderes de la contrarrevolución, sus adeptos; mas los aldeanos han llegado a la conclusión, a saber: que si bolcheviques son malos, los demás son insoportables... Nosotros, a los aldeanos les decimos que o se someten o juzgaremos que nos declaran la guerra civil, que son nuestros enemigos, y en tal caso responderemos con la guerra civil... Sí, sí, el problema para nosotros no es de libertad, pues respecto de ésta siempre preguntamos: ¿libertad para qué?» .

Y esta versión de Fernando de los Ríos causó gran impacto entre los socialistas españoles. Sobre todo cuando les leyó la primera de las «21 condiciones» que Moscú imponía para poder entrar en la 3ª Internacional y les aclaró que lo que pedía Lenin era ir directamente a la Dictadura del Proletariado: «Toda la actividad de propaganda y agitación debe ser de naturaleza auténticamente comunista y conforme al programa y a las decisiones de la Internacional Comunista. Toda la prensa de partido debe estar bajo la dirección de comunistas de mucha confianza que hayan dado prueba de devoción a la causa del proletariado. La Dictadura del Proletariado no debe ser considerada simplemente como una fórmula de uso corriente para repetirla mecánicamente, hay que propugnarla de un modo que haga comprensible su necesidad a cualquier obrero u obrera común, a cualquier soldado o campesino, partiendo de los hechos de sus vidas cotidianas, los cuales nos tienen que servir continuamente como argumento en nuestra prensa.

Los periódicos y demás publicaciones, así como todas las editoriales del partido, deben estar completamente subordinadas al presidium del partido, independientemente del hecho de que en un momento dado el partido sea legal o clandestino. No se puede permitir que las editoriales abusen de independencia y desarrollen una línea política que no esté en absoluta armonía con la línea política del partido.

En los artículos de la prensa, en las asambleas públicas, en los sindicatos y en las cooperativas, donde quiera que los adherentes a la Internacional Comunista estén presentes, es necesario denunciar, sistemática e implacablemente, no solo a la burguesía, sino también a sus servidores, los reformistas de cualquier tipo». (Ver los textos completos de la entrevista con Lenin y las «21 condiciones» en la página web de Diario CÓRDOBA)

Y por fin se celebró otro congreso extraordinario para aprobar o no el ingreso del PSOE, aunque ya se había visto la tendencia de los miembros de la comisión ejecutiva, que en su mayoría admitían las 21 condiciones. Pablo Iglesias estuvo en contra. Sin embargo, y como no pudo asistir al congreso, ya que la enfermedad prácticamente le mantenía en cama, sí envió una carta patética y triste expresando categóricamente su sentir para que se leyera en la asamblea en defensa de la unidad del partido.

Dos ponencias llegaron a la votación final: la que defendía Fernando de los Ríos, en contra de la adhesión, y la que defendía Daniel Anguiano, a favor. Tras unos debates apasionados se votó y el resultado fue de 8.808 a favor del «no» y 6.025 por el «sí». Fue la ruptura del PSOE, porque los perdedores no aceptaron el resultado de la votación y se separaron del partido para crear el Partido Comunista de España (PCE). ¡Ay!, pero entre los que se separaban estaban algunos hombres que habían estado con Iglesias desde los comienzos en 1879: sus amigos Antonio García Quejido, Facundo Perezuaga, Isidoro Acebedo y Daniel Anguiano. ¡Fue el trance más doloroso de toda la vida de El Abuelo y la última puñalada que le daba la política!