Para Pablo Iglesias nunca hubo tabúes, como lo demuestran las palabras que pronunció en marzo de 1912 sobre los tribunales de Justicia: «En España se puede hacer todo teniendo buenos amigos políticos: ‘Mata al rey y vete a Murcia’, dice una frase popular, y es verdad; verdad también que las audiencias están perfectamente dispuestas para que ganen los pleitos unos cuantos caciques políticos; verdad asimismo que se arreglan las salas del Supremo para que personajes políticos, por sí o por medio de representantes suyos, beneficien sus intereses ofendiendo a la justicia».

«Por fútiles pretextos -continúa Iglesias- hay procesadas hoy gran número de sociedades obreras cuya vida se halla suspensa; por cosas, en realidad pequeñas, hay infelices en la cárcel que son cien mil veces más honrados que muchos de los que figuran en política, más honrados que los que visten levita, van a los consejos de la Corona o a otros consejos y a todas horas hablan de moral y rectitud, cuando por su modo de proceder deberían ser arrastrados por las calles de Madrid. Después de la actitud observada por el Gobierno ante las denuncias del señor Gasset, las cárceles y los presidios deberían ser abiertos... ¡No a una justicia controlada por los Gobiernos!».

ACUSACIÓN INJUSTA

Pero también ese mismo año de 1912 se tuvo que enfrentar a una acusación injusta que le afectó incluso físicamente. Cuando el 12 de noviembre cayó asesinado don José Canalejas, a la sazón presidente del Gobierno, el Partido Conservador y el Partido Liberal acusaron al fundador del PSOE de ser el instigador de aquella muerte, porque le recordaron sus palabras de años atrás cuando dijo refiriéndose a don Antonio Maura que en ocasiones hasta es necesario el «atentado personal».

Luego se demostraría que el asesino de Canalejas no era más que un loco anarquista que se suicidó al verse cogido por la policía. Iglesias respondió con toda su energía en el Parlamento y el PSOE se volcó en su defensa y centenares de adhesiones de España y del extranjero llegaron hasta su domicilio particular.

En esa situación la Agrupación Socialista Madrileña organizó un acto multitudinario de solidaridad, en el que entre otras intervenciones, se leyó una carta que enviaba el doctor Jaime Vera, el médico que estaba a su lado el día de la fundación del Partido en 1879 y el que le discutió sobre la «O» de obrero. De aquella carta son estos párrafos que reproducimos:

«Iglesias no es un fanático, ni un exclusivista o particularista, ni un terrorista, ni idealista, ni de los de espíritu jurídico, ni sociólogo, ni sabio.

Y de todas estas cualidades negativas, y por ellas mismas, resulta un magnífico hombre de predicación y de acción, un artista de la política, un político de primer orden, en el cual destaca la suprema cualidad del acierto.

Su campaña parlamentaria no será superada jamás, y la organización de la clase obrera está ahí para testificar sus aciertos.

No extrañe a nadie nuestro cariño y nuestros sentimientos de admiración para mi viejo camarada Iglesias el infatigable. Iglesias es nuestro órgano, Iglesias es nuestra lengua, Iglesias es parte nuestra; de nuestra carne, de nuestra sangre; Iglesias es un pedazo del inmenso corazón que hemos formado fundiendo en uno los corazones de todos...

No damos a estas manifestaciones el carácter de defensa porque eso significaría que encontrábamos en las acusaciones algo racional, y, al contrario, son de una absurdidad absoluta».

PREOCUPADO POR LA GUERRA

Sin embargo, el caballo de batalla y su preocupación máxima de aquellos años fue la guerra, aquella Primera Guerra Mundial que enfrentó a Europa y a medio mundo. Naturalmente Iglesias se movió como nunca lo había hecho y hasta viajó a Londres, Roma y Tolosa (Francia) para defender la paz. «¡No a la guerra!» y ese grito que le salía del alma lo transmitió al PSOE y motivó que el Comité del Partido hiciera un llamamiento crítico duro: «El capitalismo de todos los países en lucha es el responsable de la guerra. Hay que examinar la realidad con el pensamiento puesto siempre en las aspiraciones del proletariado. Uno de los contendientes es la representación acabada del más odioso imperialismo; el otro, aun luchando por el interés capitalista, está más influido por un espíritu democrático. De vencer el imperialismo austrogermano habrá un retroceso o un alto para el socialismo; de obtener la victoria los países aliados, nuestra causa realizará grandes progresos, incluso en Alemania y en Austria». (Ver artículo íntegro en la página web del Diario CÓRDOBA).

La idea del «Abuelo», canalizada a través de la UGT, el sindicato socialista de los trabajadores, fue unir a los trabajadores de toda Europa para convencerles de que la guerra no era cosa suya sino de «los capitalistas de siempre», que los utilizaban, como siempre, como «carne de cañón». «Esta no es vuestra guerra -y esto lo repetiría miles de veces-, esta es la guerra de ellos, pues ¡que se maten ellos! La clase trabajadora tiene otros objetivos, y esos sí que son para todos iguales, alemanes, austriacos, franceses, italianos, ingleses, españoles... lo que necesitan es una vida digna y justa».

Claro que ese pensamiento le llevaría a la Revolución de 1917, como veremos en el siguiente capítulo.