La noticia científica de la semana pasada fue el anuncio público de la detección de siete planetas de tipo rocoso alrededor de una estrella enana roja cercana al Sistema Solar. Con solo el 8% de la masa del Sol y ligeramente mayor que Júpiter en tamaño, la estrella Trappist-1 se ha convertido en protagonista mediática estos días, aunque muchos científicos somos más escépticos a la hora de considerar esto como «la noticia del año». En efecto, mucho se ha escrito en la prensa general sobre «los siete enanitos de Trappist-1»: no hay que negar que todas estas noticias atraen mucho la imaginación del público. Por eso muchas veces es fácil caer en el sensacionalismo y en la falta de rigor en busca de conseguir una audiencia mayor.

El primer bulo que hay que desmontar es el siguiente: este descubrimiento no lo ha hecho NASA (Agencia Espacial Estadounidense). Ha sido el resultado de la investigación de un equipo internacional liderado por el astrofísico belga Michaël Gillon (Universidad de Lieja), cuyos resultados se publicaron la semana pasada en la prestigiosa revista científica Nature. Se usaron datos de ocho telescopios distintos: además del telescopio espacial Spitzer (que sí es administrado por NASA), el equipo científico usó telescopios de los observatorios de Chile, Canarias y Hawaii. Pero el descubrimiento inicial se hizo con unos telescopios muy modestos: los dos Telescopios para Tránsitos de Planetas y Planetesimales (Trappist por su acrónimo en inglés) Norte (en Marruecos) y Sur (en Chile), que con sus 0.6 metros de tamaño se dedican a buscar eclipses de exoplanetas alrededor de estrellas de baja masa. De hecho 3 de los planetas de Trappist-1 ya se habían descubierto en el 2015.

El segundo aspecto que no siempre se ha explicado bien es el concepto de que «estos mundos sean habitables». Al menos 3 de los exoplanetas alrededor de Trappist-1, además de tener un tamaño (que no masa, este dato no lo sabemos aún) parecido a la Tierra, están dentro de lo que se conoce como «zona de habitabilida». Es un nombre desafortunado, porque solo indica la región del espacio alrededor de una estrella donde podría existir agua líquida en la superficie de un planeta. Nada más. Los planetas en esa zona están ni muy lejos ni muy cerca de su estrella.

De ahí a que exista vida extraterrestre hay un largo trecho. Se deben dar muchas otras condiciones: además de efectivamente tener agua líquida, el planeta debe tener atmósfera y evitar (quizá con un campo magnético) la radiación intensa de la estrella (que en las enanas rojas puede ser muy violenta). Otro problema es que quizá los planetas «siempre miran con la misma cara a su estrella» (como ocurre con la Luna), lo que haría que solo en los lugares donde está el Sol bajo sobre el horizonte podrían ser propicios para la vida.

Lo que hace a Trappist-1 tan interesante es que está muy cerca de nosotros, a solo 39 años luz de distancia.

(*) El autor, astrofísico cordobés en Australian Observatory / Macquarie University, es miembro de la Agrupación Astronómica de Córdoba.