Si en el artículo anterior recordaba la aparición de La Muerte en el entorno de La Magdalena, hoy toca trasladarnos a la zona centro. Más concretamente a esa estrecha calleja que une la plaza del Doctor Emilio Luque con San Felipe, y que a día de hoy recibe el nombre de Valdés Leal. Si se acercan por allí, posiblemente aún puedan descubrir el antiguo nombre de dicha calle: Abrazamozas. Así es como apodaban nuestros abuelos a los jóvenes que salían con nocturnidad y alevosía en busca de aventuras amorosas. Y cuenta la leyenda que una noche, cuando uno de estos aprendices de galán regresaba a su casa, vio subiendo por la calle Valladares a una bella dama envuelta en un manto de color pardo. Pronto comenzó a seguirla y piropearla, sólo unos metros por detrás de sus pasos. Mientras la mujer, sin girar siquiera la cabeza, le pidió en varias ocasiones que no la molestara. No sólo no logró alejar a su perseguidor, sino que consiguió incluso que subiera cada vez más el tono de sus insinuaciones. Hasta llegar a la altura de la actual Valdés Leal, donde le pidió por última vez que la dejara seguir en paz. El pretendido galán, lejos de desistir, se adentró en el oscuro y angosto callejón con ella.

Una vez dentro, ella se dio media vuelta y se quedó cara a cara frente a él. El desvergonzado mozo aprovechó para proponerle un trato deshonesto: sólo la dejaría marchar si le daba un abrazo. Y la mujer no sólo rechazó el acuerdo, sino que le trasladó un enigmático mensaje: «Corres un grave peligro si crees que vienes a por mí». El joven, que a estas alturas no atendía a razones, ignoró la advertencia y se precipitó a rodearla con sus brazos, momento en cual sintió algo puntiagudo clavarse en su riñón. Pensando que podría portar un arma blanca escondida retrocedió y, con el rostro desencajado, se aventuró a abrir el manto. Horrorizado, estaba a punto de descubrir la peor de sus pesadillas… Se trataba, como ya adivinarán, de La Muerte. Y lo que encontró el joven bajo la oscura capa no fue otra cosa que un horrible esqueleto. El cazador se convirtió en la presa, y la fantasmal figura le volvió a hablar: «Ya te dije, no eres tú quien viene a por mí; soy la muerte, y soy yo quien vengo a por ti». Acto seguido, el ser infernal se agarró a él con una gran fuerza, cortándole la respiración hasta dejarlo sin sentido. A la mañana siguiente, los vecinos encontraron al chico por los suelos, acurrucado en un rincón y temblando aún de miedo. Pero cuando contó lo que le había sucedido, nadie quiso creerlo. Todos pensaron que se trataba de un mal sueño provocado por una noche de excesos etílicos. Sueño o no, lo único seguro es que este joven jamás volvió a molestar a dama alguna. Y desde entonces, la calle fue bautizada como Abrazamozas, en recuerdo a toda una generación de trasnochadores. (*) El autor es escritor y director de ‘Córdoba Misteriosa’. Puede seguir su trabajo en www.josemanuelmorales.net