El otro día, en medio de una animada tertulia, sobre fiestas, festejos, descontroles alimenticios y regímenes de adelgazamiento, oí, de pronto, algo que se salía de lo convencional: alguien dijo que según serios estudios realizados, las palomas de Córdoba tenían muy elevados los niveles de colesterol, y que se lo achacan a que se comen los pizcos de flamenquín que caen al suelo cuando los camareros limpian las mesas. Me pareció una idea tan divertida como peregrina. ¡Dios mío, con esa fama, quién va a ser capaz de comerse un flamenquín, si por unos cuantos pizcos a las palomas les sube el colesterol! Tras algunas indagaciones, encuentro que la carne de paloma, que en cocina se llama pichón para soslayar toda la simbología pacífica que la rodea, tiene más colesterol que la del cerdo y la de ternera. Puede que la cosa venga de ahí, pero me niego a creer que la culpa sea de los flamenquines. Por favor, si alguien sabe algo de esto, que me lo diga.