Una de las imágenes más populares de Andalucía es sin duda la de la Virgen del Rocío, cuya procesión del Lunes de Pentecostés a hombros de los almonteños será seguida por miles de personas, llegadas hasta la aldea onubense desde todos los rincones de la península. Entre ellas se encontrarán numerosos miembros de la Hermandad de Córdoba, cuya partida tuvo lugar este jueves, y que peregrina hasta el templo de la Blanca Paloma desde 1930. Una imagen que, por otra parte, quizás debería ser conocida como la Negra Paloma, a tenor de lo que me dispongo a apuntarles.

Cuenta la tradición que fue un pastor almonteño, a finales del siglo XIII, el responsable del hallazgo. Según se recoge en el Libro de reglas de la Hermandad Matriz de 1758, este buen hombre se encontraba apacentando su ganado cuando, de repente, dos de sus perros arrancaron a ladrar con vehemencia. Como una exhalación, ambos canes se adentraron en el bosque, y él no tuvo más remedio que seguirlos. Salvando grandes dificultades, llegó hasta un claro en la maleza, donde entre las llamas de una zarza ardiente, intacta sobre el tronco de un árbol, encontró una estatua de madera de la Virgen María. «Era de talla y su belleza peregrina», puntualiza el viejo relato.

Tanta alegría sintió el pastor que quiso compartir su experiencia con los vecinos de la cercana villa de Almonte, por lo que colocó la imagen sobre sus hombros y la sacó del bosque. Pero la pequeña efigie fue haciéndose cada vez más y más pesada, obligando al aldeano a realizar un alto en el camino. Según la leyenda se quedó dormido, y cuando despertó, la estatua había desaparecido. Sobresaltado, pensando que se la habían robado, el aldeano la buscó por los alrededores, para acabar localizándola de nuevo en el mismo bosque, sobre el mismo árbol en que la había hallado la primera vez.

Cuando llegó a la villa y contó lo que le acababa de ocurrir, el clero local no daba crédito, por lo que visitó el lugar del prodigio, comprobando que efectivamente, cuando se intentaba mover de aquel bosque para colocarla en un lugar más accesible, a la mañana siguiente la talla regresaba sola a su lugar de origen, y aparecía colocada siempre sobre el mismo tronco. Finalmente, las autoridades eclesiásticas entendieron que por algún motivo, la Virgen quería permanecer en ese preciso lugar, viéndose obligadas a construir una pequeña ermita en medio del bosque, que hoy se ha convertido en el Santuario de Nuestra Señora del Rocío.

Ya conoce el lector mi afición por buscar claves codificadas en las leyendas antiguas; conocimientos que en su época no podían ser transmitidos abiertamente por contravenir el poder establecido, y que por eso, se ocultaban entre líneas, para ser entendidos sólo por lectores suficientemente entrenados. Y en este relato hay tres puntos que llaman poderosamente mi atención.

El primero, el gran número de elementos que la narración anterior comparte con la tradición clásica de las vírgenes negras. Como ya he explicado en alguna ocasión, este tipo de efigies representaban a la Virgen María con la piel completamente negra y numerosos rasgos egipcios, ya que supusieron el elemento a través del cual los templarios, los caballeros cristianos más rebeldes de su tiempo, rindieron culto a las diosas paganas de la fertilidad, evitando así que la Iglesia sospechara de sus auténticas intenciones. Por ejemplo, la leyenda de la Virgen de Guadalupe asegura que su imagen fue descubierta por un pastor que andaba buscando una vaca que había perdido; mientras que el mito de la Virgen de Montserrat afirma que la efigie se intentó trasladar sin éxito a la iglesia de Manresa, y que cada vez que intentaban moverla de la cueva donde apareció, se volvía tan pesada que se hacía imposible su transporte. Dos casos arquetípicos, el de la patrona de Extremadura y la de Cataluña, que se repiten en la tradición piadosa de todas las vírgenes negras, iconos que siempre son hallados por un humilde campesino en un enclave considerado mágico-sagrado desde tiempos pretéritos. Y si sus devotos pretenden trasladarla a otro templo más adecuado, siempre regresan de forma supuestamente sobrenatural a su emplazamiento original. ¿Qué nos indica esto? Que lo importante no es tanto la imagen, como el lugar que ésta señala. Casualmente, el santuario del Rocío se levanta sobre una antigua ermita musulmana.

El segundo elemento a destacar de la leyenda de la Blanca Paloma, mucho más sutil que el anterior, es la descripción de su aspecto: «su belleza peregrina». Este detalle, que la mayoría habrán pasado por alto, a mí me recuerda que en la Antigüedad, la tierra oscura era la más fértil, por lo que la negritud era considerada de gran belleza. Recuerden si no la mítica frase «Nigra sum sed formosa» (negra soy, pero hermosa), del Cantar de los Cantares del Rey Salomón.

Y el tercero, esa zarza ardiente, a imitación del episodio bíblico protagonizado por Moisés, que podemos suponer que oscurecería el color de la talla de madera de forma considerable, dorándola hasta dejarla prácticamente negra.

Por todo lo anterior, no sería descabellado pensar que la Virgen del Rocío, la Blanca Paloma, podría haber sido en su origen una virgen negra, que como tantas otras a lo largo de la historia, habría sido sustituida por otra talla de piel blanca, a iniciativa de algún obispo que no veía con buenos ojos que sus feligreses veneraran un icono con reminiscencias tan paganas. Lo único que falta para confirmar esta hipótesis es la aparición de un documento que corrobore todos los indicios anteriormente expuestos. A partir de entonces, podremos referirnos a la patrona de Almonte como la «Negra Paloma».

(*) El autor de artículo es escritor y director de «Córdoba Misteriosa». Puede seguir su trabajo en www.josemanuelmorales.net