Una de las constelaciones que destacan en los cielos de otoño es Acuario. Aunque está compuesta sobre todo por estrellas de brillo intermedio o débil (lo que hace que no se pueda ver bien desde las ciudades, inundadas por esa luz que tan tontamente desperdiciamos en forma de contaminación lumínica) esta constelación zodiacal posee varios objetos difusos interesantes y al alcance de los astrónomos aficionados. Además de la famosa Nebulosa de la Hélice (también conocida como Ojo de Dios), Acuario también esconde la Nebulosa de Saturno (NGC 7009). Estos dos objetos son nebulosas planetarias, esto es, los cadáveres de estrellas similares al Sol. Nuestra estrella se convertirá en una nebulosa planetaria dentro de unos 4.500 millones de años. El núcleo desnudo de la estrella muerta se transforma en una estrella enana blanca, mientras que el gas procesado durante los varios miles de millones de años se pierde en el espacio, formando durante un breve lapso de tiempo (pocas decenas de miles de años, un suspiro en la escala del Cosmos) una «burbuja» a su alrededor. La intensa radiación ultravioleta que emite la enana blanca «enciende» el gas circundante, creando objetos de especial belleza y colorido.

La Nebulosa Saturno recibe su nombre por su semejanza con el planeta anillado. Fue descubierta en 1782 por el famoso astrónomo inglés William Herschel, aunque fue llamada así por el astrónomo irlandés Lord Rosse en 1840. Está situada a unos 5.000 años luz de nosotros. Es un objeto complejo, con varios sistemas que se diferencian por su estructura y velocidad, incluyendo chorros de gas, múltiples burbujas, filamentos, densidades irregulares, y un halo extenso. La enana blanca central es muy caliente: su superficie está a unos 90.000 grados.

La imagen que se muestra aquí es una toma reciente de esta nebulosa obtenida usando el instrumento MUSE (Multi Unit Spectroscopic Explorer) instalado en uno de los telescopios de 8.2 metros del VLT (Very Large Telescope) en el Observatorio de Paranal, Chile. Así es muy distinta a las imágenes normales: se ha conseguido «usando espectroscopía de campo integral» y no una cámara convencional. Dicho de otra manera: de cada punto (píxel) de la imagen, los astrofísicos han conseguido en realidad todo el «espectro» (gama de colores). Codificado en el espectro aparece una miríada de rasgos: las «huellas dactilares» de elementos químicos (hidrógeno, helio, nitrógeno, oxígeno, azufre, hierro) que informan no solo sobre la composición química del objeto sino sobre cuánto de ese material se creó dentro de la estrella muerta, además de ayudar a restringir las propiedades de la estrella enana blanca.

Los astrónomos usaron 8 de los rasgos más importantes del espectro para crear esta fotografía tan colorida. Entre ellos, el azul codifica el oxígeno, el verde el hidrógeno, y el rojo el nitrógeno de la nebulosa. Además de conseguir más información sobre la estructura de NGC 7009, estos datos han revelado que el polvo (constituido por granos con moléculas de carbono, oxígeno y silicio y creado en las capas exteriores durante la fase final de la vida de la estrella) no está distribuido de forma homogénea. En algunas regiones se está destruyendo, al parecer por la acción de la burbuja más interna, que en esencia es una onda expansiva. Estos resultados están intrigando a los astrónomos pero a la vez están dando pistas clave a la hora de entender por qué las nebulosas planetarias poseen esas formas tan complejas… pero tan bellas.

(*) El autor, astrofísico cordobés en Australian Astronomical Observatory / Macquarie University escribe regularmente en el blog ‘El Lobo Rayado’.