Esta noche, aficionados a la astronomía en todo el mundo podrán disfrutar de uno de los eventos más esperados del año, una intensa lluvia de meteoros conocida como las lágrimas de Halley. Las estrellas fugaces que a partir de media noche surcarán nuestro cielo no son otra cosa que fragmentos que se desprendieron del famoso cometa Halley, y que al entrar en contacto con nuestra atmósfera, dejan tras de sí una llamativa estela luminosa.

Sin embargo, este espectáculo que en la actualidad fascina a niños y adultos, hasta hace apenas un siglo aterrorizaba a nuestros antepasados. Como ejemplo me remontaré al mes de mayo de 1910, al penúltimo paso del Halley cerca de la Tierra. En aquellos años, los vaticinios del fin de los tiempos indujeron al suicidio a miles de personas en todo el mundo. Y tras su marcha, innumerables desgracias fueron imputadas al paso del visitante celeste, como el primer robo de La Gioconda en París, o la extraña muerte de León Tolstói en el Cáucaso. Aquel año, en Córdoba tuvimos una Feria de Nuestra Señora de la Salud pasada por agua, y aquí, como en tantos lugares, culpamos al cometa por la supuesta maldición que arrastraba.

Eran tiempos en los que la Feria se instalaba en el Paseo de la Victoria, y la explanada de Vista Alegre aún se destinaba al mercado de ganado. Los periódicos de la época aseguraban que tanto los turistas como los propios cordobeses tuvieron que refugiarse de las continuas lluvias en las tabernas cercanas, quedándose el Real prácticamente desierto. Por otro lado, la mayoría de los festejos taurinos previstos tuvieron que ser suspendidos -las crónicas hablaban de dos metros de agua sobre el coso de los Tejares-, a excepción de un esperado mano a mano entre Manolete y Machaquito. Durante la corrida, uno de los subalternos fue corneado, y como cabía esperar, la responsabilidad recayó sobre el cometa de mal agüero.

Las calamidades no concluyeron aquí, y sólo unos días después, un rayo impactaba sobre la cúpula del crucero de la Mezquita-Catedral y provocaba un terrible incendio, cundiendo una ola de pánico y superstición por toda la ciudad. Otra vez el Halley, pensaron nuestros bisabuelos.

En abril de 1986 se produjo la última visita de este brillante cuerpo celeste. Para entonces, la ciencia ya había logrado mitigar en gran medida su oscura leyenda, pero sólo 15 días después de su paso, un reactor nuclear explotaba en la ciudad de Chernóbil, y desencadenaba uno de los mayores desastres medioambientales de la historia. Inevitablemente, el suceso inspiró un considerable repunte de las teorías que asociaban los fenómenos astronómicos con las catástrofes terrestres.

Y es que los cometas han provocado terror e inquietud desde la Antigüedad. Algunas culturas clásicas pensaban que se trataba de una espada flamígera que cruzaba el firmamento, presagiando guerra y muerte, y otras asimilaban su cola con la cabeza decapitada de una mujer con una larga cabellera en llamas. Por ejemplo, en 44 a.C. se relacionó la aparición de uno con el asesinato de Julio César, ocurrido el mismo año. Otro, visto en 11 a.C., se tomó por un anuncio de la muerte del general romano Marco Agripa, mientras que el cuerpo celeste que pasó en 837 fue vinculado con el fallecimiento del emperador de Occidente Luis el Piadoso. De una forma o de otra, siempre se les ha considerado el anticipo de un desastre, palabra que etimológicamente significa «sin suerte» o «sin buena estrella» (des - astre, sin astro).

Las catástrofes y los cometas llegaron a tener tal conexión que el papa español Calixto III, en el siglo XV, excomulgó al Halley. Entonces todavía no se le conocía así, porque no sería hasta un siglo después cuando el astrónomo inglés Edmund Halley descubriría que los cuerpos brillantes cuyo paso se puedo observar desde la Tierra en 1531, 1607 y 1682, eran en realidad el mismo. El británico predijo que el astro bautizado en su honor regresaría en 1758, y desde entonces, siempre ha acudido puntual a su cita cada 76 años.

Su siguiente acercamiento se producirá en 2061. Entonces podremos observar junto a nuestros hijos el mismo cometa que vieron nuestros padres, abuelos, bisabuelos y tatarabuelos hace décadas. Y otros muchos antepasados que no llegamos a conocer, pero cuyos ojos ya se asombraron ante el mismo cuerpo celeste que lo harán los de nuestros nietos. Incluso cuando los humanos ya no estemos aquí, él continuará orbitando alrededor del Sol, ajeno a lo que ocurra en nuestro pequeño planeta azul. Porque no hay que olvidar que para las estrellas, los fugaces somos nosotros.

(*) El autor de artículo es escritor y director de ‘Córdoba Misteriosa’. Puede seguir su trabajo en www.josemanuelmorales.net