Muchos de ustedes conocerán el Mercado de las Atarazanas, también llamado Central, de Málaga. A los que no lo conozcan, les recomiendo que pongan remedio cuanto antes y le hagan una visita.

No hace falta ningún pretexto. Él en sí mismo es suficiente, aunque la visita a Málaga siempre es aprovechable, porque es cierto lo de que está que se sale. El mercado está en el centro, a tres pasos de todo: de la calle Larios, del puerto, de la Alameda, de la calle San Juan; y a un paso de la churrería Aranda, parada imprescindible antes de entrar en el sancta santorum del comercio alimentario malagueño. El edificio, con sus hermosas cristaleras, merece la pena, pero la visión de los puestos desata la locura, por la variedad, la abundancia, la bella disposición y exposición del género y, sobre todo por los pregones.

Como corresponde a una persona de tierra adentro, lo que más me llama la atención es el pescado. Compro casi siempre en el puesto 110-111, Pescados y Mariscos Frescos Curri, «Alta calidad», pone en el rótulo luminoso, presidido por el escudo del Málaga C.F. Le pido al pescadero un choco, que viene a pesar un kilo, y espero a que lo limpie (no sé si me gustan más las papas con choco o la maestría con que lo limpia). Mis muchos años en la enseñanza me han demostrado que el refuerzo positivo es mucho más valioso y obtiene mejores resultados que el negativo, pero no pienso en esto cuando, con toda sinceridad, le digo: «No hay en todo el mercado -el choco, en este caso- en toda la plaza». Impasible, continúa su labor, pero contesta: «Unos, porque no saben, y otros, porque no quieren». Me mantengo callada, porque me da la sensación de que algo le bulle en el pensamiento y busca la manera de expresarlo.

Así lo hace; con acierto, rotundidad y economía de lenguaje: «Me parece absurdo -en realidad, dice abzurdo, porque cecea- que yo no aplique los conocimientos que tengo».

Y después de otra larga pausa, sigue: «A mí no me importa que se me forme cola, ni me pongo nervioso -nerviozo-. Mis clientes de siempre, como este señor que está esperando, lo saben. Y a lo mejor él quiere que le haga lo mismo». El cliente interviene: «A lo mejor, no. Seguro».

Termino la compra con unas gambas y unos jurelillos, que limpia igual de parsimonioso, respetándoles la cabeza, al estilo tradicional. El último vistazo es para la fruta. En otra ocasión les hablaré de Casa Guardia, el sitio ideal donde tomarse la copa, a otro paso del Mercado.