Merece la pena hacer una visita al mausoleo de Al Mutamid en Agmat, a unos 30 kilómetros de Marrakech. Junto a la ermita de arenisca rosa, coronada por una cúpula, vemos un jardín con cipreses, eucaliptos y palmeras, regado por el río Ourika.

El pequeño pero digno panteón está cuidado por Abdel Krim, que nos explica la historia del rey-poeta de Sevilla. Nos recuerda que, en el año 1088, Al-Mutamid pidió al emir Yusuf de Marrakech ayuda para los musulmanes de al-Andalus. Pero los almorávides no sólo combatieron al rey Alfonso VI, sino que impusieron a los propios andalusíes su forma integrista de entender el Islam, en todos los reinos de taifas. El emir Yusuf no aceptaba la tolerancia de Al Andalus con judíos y cristianos.

Al-Mutamid fue derrocado por el emir almorávide en 1090 y confinado en la ciudad de Agmat, donde murió cinco años después.

Dice la memoria popular que cuando Al Mutamid y su esposa Itimad iban navegando por el río Guadalquivir hacia el exilio, eran despedidos con lágrimas por los sevillanos. «El rey poeta -añade Abdel Krim- era contrario al integrismo islámico de los almorávides, monjes guerreros que lo condenaron al destierro, convirtiéndose en símbolo del exilio andalusí». Por tanto, los andaluces tenemos en Agmat una parte de nuestra historia. Así lo descubrió Blas Infante, que estuvo en el mausoleo en 1924, y el arabista Emilio García Gómez, que pasó por la tumba en 1952. Quienes decidan seguir los pasos de estos ilustres visitantes, pueden dejar testimonio de su visita en el libro de protocolo que tiene el mausoleo.

Los restos de Al Mutamid descansan con los de su familia, su esposa Itimad y su hijo, bajo tres decorativas losas de azulejos andaluces multicolores.

Las tumbas estuvieron en ruinas hasta 1970, en que se construyó el actual mausoleo. Asimismo, la vieja ciudad de Agmat está siendo restaurada para promover el turismo cultural. En esta ciudad escribió Al Mutamid los más bellos poemas de dolor de la literatura universal, según García Gómez. El lugar se conoce hoy como la tumba del forastero, debido al epitafio que el mismo rey poeta escribió y dice así: «Tumba del forastero, que la llovizna vespertina y la matinal te rieguen, porque has conquistado los restos de Ibn ‘Abbad».