las mezquitas de Marrakech anuncian la ruptura del ayuno. Son las 19.40, hora oficial en Marruecos para poner fin al Ramadán. Miles de comerciantes cierran sus negocios, tras una dura jornada sin comer ni beber durante el día, con temperaturas de hasta 40 grados. Y así durante un mes. En ese momento, es peligroso caminar por la medina, pues miles de motos circulan por el laberinto de callejones, a gran velocidad y con alto riesgo para los peatones. Los habitantes de Marrakech vuelven a casa para cenar en familia. Por unas horas, las calles quedan casi desiertas, solo habitadas por los turistas.

Precisamente, los marroquíes que trabajan en el sector turístico tienen que hacer doble esfuerzo de superación, pues los turistas no están obligados a practicar el Ramadán y han de servirles comida y bebida, durante el periodo de ayuno. Eso si, algunos turistas buscan lugares discretos para almorzar o tomar un trago de agua, pues está mal visto comer en la calle. Una forma de mostrar respeto a los musulmanes.

Durante el Ramadán, el mercado de Marrakech se prolonga hasta bien entrada la noche. Las mujeres salen a hacer la compra de alimentos y ropa, evitando el calor abrasador del mediodía. Los albañiles también prefieren trabajar en horario nocturno, con energías renovadas después de romper el ayuno, pues resulta agotador trabajar en la obra con un calor sofocante y sin beber agua, con riesgo de deshidratación.

Plaza de la Yama’a al Fna

La Plaza de la Yama’a al Fna, símbolo de la ciudad roja, se convierte en un hervidero de gente, conforme avanza la noche. A los tradicionales puestos de fruta, verdura, dátiles y artesanía, se unen ahora los comedores populares en los que podemos degustar la brocheta de kefta, los pastelitos salados o la torta de miel, todo ello regado con zumo de naranja, plátano o sandía. Tampoco faltan los tenderetes que ofrecen un sin fin de especias para condimentar la rica cocina bereber. Pimienta, azafrán, canela, enebro y nuez moscada. También, montañas de té y hojas verdes de menta. Olfato y paladar tienen que acostumbrarse a mil aromas, una atmósfera en la que flotan olores y sabores de todo tipo. De forma espontánea, surgen por doquier múltiples espectáculos callejeros. Los turistas se hacen la típica foto con los macacos o se sienten atraídos por el exotismo de los encantadores de serpientes. Los aguadores, con sus vistosos trajes tradicionales, también se pasean por la plaza. Estos personajes de leyenda llenan de colorido la Yama’a al Fna, que literalmente significa asamblea de los muertos. Extraño nombre para un lugar tan lleno de vida. Por eso, algunos prefieren decir asamblea de los antepasados. Pero de todos los espectáculos, son los conciertos de músicos bereberes los que impregnan de magia, con sus canciones, el ambiente de esta plaza emblemática. Paseando por la plaza, destaca el letrero luminoso del Café Argana, reabierto al público tras el atentado terrorista que sufrió en 2011, hace ya seis años. El ataque yihadista más grave registrado en Marruecos, en el que perdieron la vida 17 personas, en su mayoría turistas extranjeros. Lo que más sorprende son las medidas de seguridad. Hay que pasar por un control, con detector de metales en la entrada, y enseñar bolsos a un guarda jurado. Una vez dentro, estás permanentemente vigilado por videocámaras. De momento, mucha seguridad, pero pocos turistas, pues todavía no se atreven a entrar. Desde entonces, la Plaza de la Yama’a al Fna está muy vigilada por la policía secreta marroquí. Al parecer, muchos jóvenes radicalizados han salido desde Marrakech hacia la guerra de Siria, pero están controlados por la Policía y, apenas vuelven, son detenidos y encarcelados.

Es preferible visitar el Café de France, situado en la misma plaza, que solía frecuentar el escritor Juan Goytisolo, recientemente fallecido. Desde su terraza, podemos disfrutar de una impresionante panorámica de la plaza y tomar un exquisito té verde con hierbabuena, en recuerdo del escritor que dejó la comodidad de su Barcelona natal y se atrevió a vivir en el sur del sur. Goytisolo fijó su residencia en Marrakech e impulsó, a través de sus libros, la tolerancia y el diálogo intercultural. En el Café de France conocí a Marino, joven ingeniero agrónomo de 25 años que, harto de ser mileurista en España, se marchó a Marruecos para trabajar por 1.800 euros mensuales. Y además del salario, el dueño de la finca le facilita casa y coche gratis. Por eso, se lió la manta a la cabeza y emprendió su aventura en Marrakech. Está orgulloso de haber convertido un pedregal en un invernadero muy productivo. Una especie de oasis en el desierto, en el que los jornaleros trabajan en horario nocturno: «el trabajo en el campo -añade- sería insoportable de día, durante el Ramadán, con altas temperaturas y sin beber agua».

Más de tres millones de turistas al año

Sin el agua, el esplendor de Marrakech no hubiera existido. Situada en el desierto del Sáhara, la ciudad fundada por los almorávides es hoy un vergel de palmeras, olivos y naranjos gracias los khettara, 350 pozos interconectados por canales subterráneos, que suministran abundante agua, procedente de las montañas nevadas del Atlas. Con más de 500.000 habitantes, Marrakech es actualmente una ciudad de jardines, con fama mundial. Destaca el jardín de Menara con su gran estanque, convertido en icono de la ciudad, sobre todo en la puesta del sol, cuando el pabellón de la dinastía saadí se refleja en las aguas del lago. También, el jardín botánico de Majorelle, con el bosque de bambú, una magnífica colección de cactus y visita obligada al museo bereber.

Con casi mil años de historia, más de tres millones de turistas se sienten atraídos por estos jardines y por los célebres palacios de Marrakech. Llama nuestra atención el Palacio de El Badi, construido por el sultán Almansur el dorado en el siglo XVI, con la participación de artistas llegados del Magreb y de Europa, especialmente de la Florencia italiana. Debió ser una maravilla arquitectónica, del periodo conocido como el Renacimiento de la ciudad. Actualmente, del gran palacio sólo quedan ruinas, tras ser saqueado por la dinastía alauita, que trasladó la capital a Mequinez. Curiosamente, en las ruinas del palacio anidan hoy las cigüeñas de Marrakech.

Estas mismas ruinas sirven de escenario para celebrar las populares Fantasías, es decir, carreras de jinetes al galope que hacen espectaculares descargas de fusilería con los mukhalas, largas cimitarras que lucen culatas de marfil, plata y oro. Y también para representar la Hawas, conocida como la ópera bereber, en la que pueden participar hasta 200 personas. Hombres y mujeres forman un círculo en torno a una hoguera, bailando a un ritmo de vértigo, que alcanza la excitación colectiva. Todo un privilegio para los turistas que eligen junio para visitar Marrakech.

En cambio, las tumbas saadíes sí conservan todo el esplendor de la antigua capital imperial. Impresiona por su belleza la sala de las 12 columnas, fabricadas con mármol de Carrara, que nos recuerda el Palacio de la Alhambra. No menos impresionante resulta el Palacio de La Bahía, alauita del siglo XIX, que da testimonio del gusto por lo andaluz. Techos de cedro con bellos trabajos de taracea y una cascada multicolor de ladrillos vidriados de Tetuán. El arte que los moriscos expulsados de Granada llevaron a Marruecos.

Caminando desde la gran plaza por una avenida llena de coches de caballo (calesas), llegamos a la Kutubia, la gran mezquita de Marrakech. Conocida también como la mezquita de los libreros, al estar rodeada por 200 tiendas de libros. Su imponente alminar almohade de 77 metros es gemelo de la Giralda de Sevilla y lleva más de ocho siglos llamando a la oración. Podría decirse que es como un faro del Islam. Construido con arenisca rosada, procedente de las canteras de Gueliz, cambia de color según los rayos del sol y las horas del día, como si fuese una gigantesca antorcha, siempre encendida.

Y sobre el alminar, las tres esferas doradas que recuerdan los fundamentos del Islam: fe, oración y ayuno. La oración del viernes, en pleno Ramadán, es multitudinaria y espectacular. Son tantos los creyentes que no caben en la mezquita, lo que permite a los turistas ver la ceremonia en el exterior. Rodeada por un fuerte despliegue policial por motivos de seguridad.

Los no musulmanes no pueden entrar en la mezquita. Por tanto, imposible contemplar la inmensidad de sus 17 naves y los dos almimbares o púlpitos, considerados como las obras más bellas del arte musulmán, elaboradas por artesanos de la madera. Una pena, pues prohibir la entrada no favorece la imagen del Islam y alimenta prejuicios. Las mezquitas deberían ser espacios abiertos para reflexionar sobre la religión musulmana y conocer mejor esta forma de pensamiento.

Y no muy lejos de la Kutubia, encontramos el hotel y el casino de La Mamunia, el más caro de Marruecos, donde se alojó el primer ministro británico Winston Churchill para escribir sus memorias. Situado en el barrio de Gueliz, en la parte moderna de la ciudad, se nota el ambiente colonial francés. Un oasis de lujo oriental, reservado para turistas con dinero, donde pueden jugar al poker, mientras toman una cerveza o cualquier bebida alcohólica, en pleno Ramadán y a pocos metros de la Mezquita. El negocio es el negocio. Sin embargo, resulta una experiencia más interesante alojarse en un Ryad de la medina. Cada vez son más los turistas que eligen este tipo de alojamientos durante su estancia en Marrakech. Al abrir la puerta de un Ryad te llevas la sorpresa, pues no puedes imaginar lo que hay dentro. En realidad, son casas típicas de la medina que han sido reformadas y convertidas en pequeños hoteles con encanto.

Pero recordemos que estamos dentro de un laberinto de callejones, en el que podemos perdernos fácilmente. De hecho, nuestro guía Karín nos enseñó una ruta desde el Ryad hasta la Plaza de la Yama’a al Fna y, aún así, nos perdimos un par de veces. Aunque siempre hay algún niño dispuesto a sacarnos del laberinto por unos dirhams. Eso sí, en la medina descubrí que los niños de Marrakech todavía juegan a la pelota en las plazas, algo que ha desaparecido en nuestras ciudades. Es como hacer un viaje en el tiempo, 50 años atrás. Afortunadamente, estos niños prefieren la calle al sofá, aún no son adictos a los móviles o a las play station. La vuelta al Ryad por la noche es siempre más complicada y la que más impone. Callejones oscuros, en los que utilizamos el móvil como linterna; o apenas iluminados, en los que te cruzas con siluetas que provocan inquietud. Hay que tener valor para meterse aquí. Sin embargo, pronto descubres que son los humildes habitantes de la medina a los que saludas y responden con un Salam, que significa la paz sea contigo.