Hablar de la marca Córdoba (concepto de origen empresarial que de ninguna manera puede ser reducido a un logotipo) es hacerlo de aromas de jazmín y azahar al huir la tarde; del rumor de agua y de nanas en fuentes y adarves, acunando la vida; del fluir acompasado de las horas durante la siesta, al abrigo umbroso y reconfortante de naranjos y gitanillas; del roce de la piedra vieja entre malvas y ortigas, testimoniando siglos; del silencio de madrugada, roto sólo por el eterno discurrir del río grande; de blasones y atauriques, desafiando con su nobleza a la espada; de soleás y quejíos junto al brocal de un pozo; de rasgueos de guitarra animando los volantes de una bata de cola, ya de amanecida; de plata, incienso y cal, ennobleciendo el aire; de tientos y alegrías en tablaos cansados, a la orilla del tiempo; de arte y sol a raudales, rompiendo moldes; de pan y aceite rebañando versos al calor de la luna; de patio, cruz, convento y saeta, mirando al cielo con los pies en la tierra; de clausuras, celosías, caballos y embelesos, cabalgando el perfil insinuante de un moño bajo; pero también, como dice nuestro Pablo García Baena en su poema Córdoba, de luto, sollozos, soledad, traiciones, tristeza, abandono, destrucción, ignorancia, carnaval turístico: «oh inmortal, eterna, augusta siempre,/ oh flor pisoteada de España». Vivimos en una ciudad de contrastes, una de las más antiguas, bellas y fascinantes de este país (yo diría incluso de Europa) y más a la medida del hombre, pero también más apática, desestructurada e incapaz de aprovechar sus infinitas potencialidades para ponerlas al servicio de una imagen peculiar y definida, con la que reivindicarse con fuerza y proyectarse sin complejos al resto del mundo.

Son muchos los factores positivos con los que Córdoba cuenta: es nudo privilegiado de comunicaciones, dispone de un acervo patrimonial incomparable, es emprendedora, creativa, puntera, acogedora, hermosa, sorprendente, luminosa, artista, exclusiva. Sin embargo, a la hora de generar una marca pesan mucho más los negativos: abúlica, discreta, descoordinada, políticamente ingobernable, incívica, errática, incierta. Llevamos décadas sin que nuestros representantes institucionales, siempre a la gresca y más fieles a sus respectivos intereses que general, sean capaces de adoptar posturas comunes ante nada; dejando pasar oportunidades mientras otras ciudades de nuestro entorno las aprovechan para reconvertirse y tomarnos la delantera; lamentándonos estérilmente sin entender que nuestra principal, o por lo menos más señera, definitoria y singular seña de identidad (con permiso de los sectores agroganadero, sanitario, industrial, joyero, ecuestre o creativo, entre muchos otros, que de alguna manera quedan integrados en él), es el patrimonio; y cuando digo tal digo histórico, artístico, etnográfico, gastronómico, folklórico, inmaterial, humano, y también arqueológico, que constituye lo más representativo y trascendente de nuestra propia esencia, por cuanto legado irrepetible de quienes antes que nosotros hicieron Córdoba. No sería práctico focalizar nuestro discurso de forma exclusiva en la Arqueología; pero tampoco debemos prescindir por más tiempo de ella, en pro de un producto global, múltiple y diversificado que sea atractivo de primer orden para el turismo cultural, menos estacional, más respetuoso, de mayor poder adquisitivo y con inquietudes más definidas que el turismo de masas. Muchas otras urbes europeas lo han entendido, y ofrecen al mundo sus aportaciones globales a la historia, al arte y a la cultura como mejor imagen de sí mismas. ¿Por qué no nosotros? Córdoba es mucho más que la Mezquita-Catedral, el Alcázar o Medina Azahara. En realidad, empieza donde ellos terminan. En cambio, seguimos sin asumirlo, incapaces de integrar el legado inconmensurable que hemos recibido y nos identifica en esa gran marca que ya es de por sí la palabra Córdoba.

Vivimos tiempos complicados; creemos haber descubierto en el turismo la gallina de los huevos de oro; de pronto, parece que la hostelería se ha convertido en la única posible cruz de guía; asistimos a la desnaturalización del centro histórico mientras vemos cómo se colapsa de terrazas, escenarios de quita y pon y apartamentos turísticos; seguimos sin disponer de un Plan Director, estratégico y de futuro, incapaces de sentar en una misma mesa a todos los agentes sociales y diseñar actuaciones que sobrepasen la frontera fatídica de los ciclos políticos; contemplamos cómo se transforman los espacios urbanos en beneficio del ruido, la bulla, las cacas de perro, las tabernas, o un epicureísmo feroz y mal entendido; aplaudimos que las masas informes invadan sin consideración nuestras calles a riesgo de echarnos de ellas; vemos pasar las ocasiones sin reaccionar, esperando quizás un milagro; derrochamos patrimonio en absoluta, irresponsable y temeraria impunidad confiados exclusivamente en el potencial de la Mezquita. ¿A qué esperamos? ¿De quién ha de ser la iniciativa? ¿Qué modelo de ciudad pretendemos? ¿Cómo olvidar que somos responsables de legar a nuestros hijos, sin vilipendiarlo ni travestirlo, el legado patrimonial que hemos recibido? ¿Por qué tanto miedo a proyectar los tópicos, mientras otras ciudades han hecho de ellos sin pudor ni prejuicios inútiles su mejor escaparate? ¿De dónde nos viene este complejo de inferioridad? ¿Por qué no cultivamos la autoestima potenciando lo propio, en lugar de copiar lo ajeno? La Marca Córdoba no puede ser la duda metódica, ni la eterna displicencia, o la polémica por la polémica, por más que las tres estén integradas genéticamente en nuestro particular ADN. La Marca Córdoba ha de ser abstracción, transversalidad, trascendencia, vida en plenitud, caudal de optimismo, creatividad, ilusión sin fronteras, identidad, acuerdo generoso, reivindicación rotunda y consecuente de lo nuestro, deseos irrefrenables de futuro, motivación plena, yacimiento natural de empleo, consenso. No existen las fórmulas mágicas; sólo el trabajo y el tesón en pro de una idea compartida; porque en último término el patrimonio lo generan, alimentan y singularizan los pueblos. Luchemos, pues, por una ciudad y una provincia fieles a sí mismas y de verdad patrimoniales. ¿Existe mejor marca que la coherencia…?