Muy señora suya: acabo de leer lo que me ha enviado a través del correo electrónico que le ha proporcionado un antiguo enemigo mío. Me hallo sobrecogido, con muchas ganas de salir corriendo hasta La Providencia del Corregidor y pedirle a Mario Steliac, aunque sea fiao, un plato de jamón con algo de Montilla para empapar el mar de lágrimas que inunda mi realidad circundante por causa de ese procés catalán que a usted la lleva y la trae de aquella manera. Naturalmente que me gusta Cataluña y la buena gente catalana destacando andaluces, extremeños, murcianos y otros que han contribuido con su sudor a hacer el gran emporio industrial iniciado por Franco y sus secuaces, cuya única intención era llenar de charnegos Barcelona y otros lugares. No hace falta decir pero lo digo que también me encantan todas las tierras por las que he pasado, y malvivido en muchos casos además de Montemayor.

La cuestión de la independencia de Cataluña, que es lo que a usted, señora suya y de alguien más, la atabala, es una antigua bola política que reinició su rodadura cuando Jordi Pujol descubrió que el nacionalismo bien entendido empieza por uno mismo y acaba en fabulosas cuentas bancarias. Como buen nacionalista y sin pizca de seny que llevarse al belfo, largó repelentes paridas como esta: «El hombre andaluz no es un hombre coherente, es un hombre anárquico, es un hombre destruido, generalmente es un hombre poco hecho, un hombre que vive en un estado de ignorancia y de miseria cultural, mental y espiritual» (Jordi Pujol Soley).

Los que hoy dirigen el proceso independentista, aunque de comunión diaria con el capitalismo que acompaña a cualquier salvador de la patria que se precie, no creo que se acuerden de Jordi Pujol. Es más, la actual izquierda catalanista en la que se apoya la Generalitat está dirigida por alguna figura más o menos charnega y es de suponer que bastante obligada a decir en público chorradas que le hagan creer a quien lo escuche que nació en el Ampurdán.

Sepa señora catalanoide que además de las tres o cuatro ocupaciones que citaba en mi parida Cataluñeando, motivo de este lío que me ha armado usted hoy, trabajé como pintor en Lérida, fresador en Badalona y en la Zona Franca, camarero en Playa de la Barceloneta y en la calle Valencia, el único sitio de donde me echaron. Una mañana llegaron dos parejas amarteladas, me pidieron unas birras y anquitas de rana para acompañar. «¡Oido cocina, marchando dos de ranas!» grité al estilo de cuando trabajé de nene en el Bar Gambrinus de Córdoba, frente al Círculo de la Amistad. Sirvo las ancas y me dice una de las noias: «Qué pequeñitas las ancas, qué asco, no me gustan». Y entonces largué mi grito: «¡Ustedes lo que buscan son ancas de sapo!». Y me pusieron de patitas en la calle, o sea.