Subiendo desde el Conservatorio Profesional de Danza Luis del Río en dirección a la plaza de las Tendillas, a nuestra izquierda pronto aparecerá la extensa calle Barroso. Si somos observadores, es probable que bajo el cartel que señala su nombre hallemos otro en el que se lee «Calle de la Pierna». El origen de este curioso apelativo lo encontramos en una antigua tradición cordobesa que asegura que sobre el dintel de una de sus casas hubo colocada durante largo tiempo una escultura de mármol con forma de pierna amputada. Según la misma fuente, esa fue la vivienda de una joven muy curiosa, cuya única distracción consistía en observar día y noche desde su balcón a todo el que pasaba por su calle, tratando de escuchar conversaciones privadas y de divulgar posteriormente las intimidades de todos sus vecinos. Una fría noche, mientras contemplaba desde su posición privilegiada las idas y venidas de sus semejantes, se percató de un cortejo fúnebre que se aproximaba desde el principio de la calle guardando un silencio solemne. Varios hombres portaban un ataúd de madera, mientras otros, vestidos completamente de negro, iluminaban su camino con la tenue luz de los cirios que portaban. La chica bajó de inmediato a la puerta de su casa, con el fin de ver pasar cerca el ataúd y tratar de enterarse del nombre de su inquilino. Cuando el lúgubre desfile pasaba junto a ella, la joven se aproximó a uno de los hombres que lo acompañaba, y no dudó en preguntar la identidad del fallecido. La respuesta la dejó helada, ya que el nombre que escuchó ¡era el suyo propio! Presa de un ataque de pánico, pronto comenzó a sentir que le faltaba el aliento, y tomó la vela de aquel desconocido para tratar de apoyarse en ella. Pero de nada sirvió, ya que instantes después perdía el conocimiento y caía redonda al suelo.

Cuando volvió a abrir los ojos era ya de día. La calle estaba igual que siempre, como si nada de lo que recordaba hubiera ocurrido realmente. No había manchas de cera en el suelo, por lo que pensó que todo habría sido tan sólo una mala pesadilla. Pero cuando miró su mano, comprobó que en lugar del cirio que había agarrado la noche anterior, lo que sujetaba ahora era la pierna gangrenada de un cadáver. Tras lanzarla tan lejos como sus fuerzas le permitieron, comenzó a gritar descompuesta hasta quedarse totalmente afónica, llamando la atención de todos sus vecinos. Así fue cómo su historia se dio a conocer, y no tardó en difundirse rápidamente por las calles de Córdoba. Dicen que esta mujer nunca más se preocupó por los asuntos de los demás, y tan popular se hizo que tras su muerte, los vecinos no dudaron en realizar una colecta para colocar en la fachada de la casa donde vivió una reproducción en mármol de esa pierna que tan valiosa lección le regaló.

(*) El autor es escritor y director de Córdoba Misteriosa. Puede seguir su trabajo en www.josemanuelmorales.net